miércoles, 28 de febrero de 2018

PAGANOS Y CRISTIANOS EN UNA ÉPOCA DE ANGUSTIA de E. R. Dodds - Erudición y crítica penetrante y honrada escrita con elegante lucidez. Valoración 10/10

Título original: PAGAN AND CHRISTIANIN AN AGE OF ANXIETY
Traductor: J. Valiente Malla
Ediciones Cristiandad 1975
190 páginas

Algunos de los mejores escritores sobre la antigüedad son filólogos clásicos. Recuerdo el magnífico “La sociedad romana” de Ludwig Friedländer o los incisivos libros sobre Grecia de Farrington. E. R. Dodds (Irlanda, 1893-1979) es uno de ellos con un profundo conocimiento sobre los neoplatónicos y un brillante estilo mezcla de atinada erudición y agudeza psicológica. Su “Los griegos y lo irracional” es un clásico de referencia que explica como los que crearon el primer racionalismo europeo eran muy conscientes del poder de lo irracional; pero por carecer de herramientas psicológicas, lo expresaron a través de los mitos.
En “Paganos y cristianos en una época de angustia” hace un recorrido por la cultura pagana y cristiana desde Marco Aurelio (161 d. c.) hasta Constantino (306 d. c.); un periodo que Dion Casio resumió así: «Después de la muerte de Marco la historia pasó de un imperio de oro a un imperio de hierro mohoso». Las 180 páginas de la obra pueden llevar a engaño. El texto principal es breve, pero denso e intenso, y el cuerpo de notas, tan extenso como el principal, para chuparse los dedos. Puedes pasarte días siguiendo la pista y contrastando referencias en internet (muchos, la mayoría en inglés, pueden descargarse libres de derechos). Esos “compárese” son una tentación irresistible. Un ejemplo (con perdón por la larga cita):
105. La frecuencia del martirio voluntario entre los cristianos está atestiguada por Luciano (Peregr-, 13: «Muchos de ellos se entregan voluntariamente»), por Celso (Oríg., C. Ceis.,8.65) y por Gemente, quien afirma (como más urde haría Juliano, Epist., 89 b Bidei-Cumont) que tales individuos actúan por deseo de morir; (Strom., 4.17.1). Es interesante el hecho de que Epicteto conoce ese mismo deseo de morir entre algunos jóvenes paganos, y se siente obligado a refrendarlo, así como que Séneca hable de un «affectus qui multos occupavit, libido moriendi» (Epist., 24.23). El carácter patológico del anhelo del martirio parece evidente en el crudo lenguaje de Ignacio, Ad Rom., 4. Más sanos parecen los motivos que impulsaron a denunciarse en masa a los cristianos de que habla Tertuliano, Ad Scap,, 5 (y que obligaron al apurado magistrado a indicarles que había otros modos menos perturbadores de buscar la muerte), o los que movieron al joven Orígenes al deseo de morir junto a su padre (Eus., Hist. Eccl., 6.2.3-6. <;No sería la automutilación de Orígenes un sustitutivo del martirio, del que le había apartado su madre, como sugiere Cadiou, Jeunesse d'Origène [1935], 38?). Sin embargo, las autoridades de la Iglesia desaconsejaban generalmente el martirio voluntario (cf. Mart. Polycarpi, 4, y Clem., loe. cit.). Sobre todo este tema, cf. las agudas observaciones de A. D. Nock, Conversion, 197-202, y G. de Stc. Croix, «Harv. Thcol. Rev.*, 47 (1954), 101-3.”

El libro se organiza en cuatro capítulos. Los tres primeros revisan la relación de paganos y cristianos con el mundo, los demonios y los dioses. En el cuarto reflexiona sobre los debates entre los principales representantes de las dos partes –“lo que pensaban cristianos y paganos unos de otros”- y ofrece las causas del éxito del cristianismo.
Empezaré por el final. Dodds dice que el debate entre cristianos y paganos se dio entre personas cultas como a nivel popular en mercados y hogares, pero del último se sabe muy poco. Celso (siglo II) que polemizó con Orígenes, fue el primero en ver una amenaza en el cristianismo y el peligro de que la Iglesia acabara siendo un Estado dentro del Estado. Le siguió Porfirio, por el que Dodds siente alguna admiración. Las tres causas del éxito del cristianismo que Dodds ofrece son:
1.       El exclusivismo. Había demasiados cultos, demasiados misterios, demasiadas filosofías de la vida entre las que elegir y el cristiano podía quitarse de encima el peso de la libertad. En una época de angustia siempre ocurre que los credos «totalitarios» son los que mayor atractivo ejercen.
2.       El cristianismo estaba abierto a todos y no exigía una formación intelectual previa.
3.       El cristianismo esgrimió la amenaza más dura y el premio más sabroso.
4.       El sentimiento de grupo reforzado por la ayuda mutua que ofrecía ante el desamparo de las grandes ciudades.
Sin olvidar el empujón de Constantino al hacer del cristianismo la religión oficial del Imperio. Dodds cita a Rostovtzeff: «reinaban por todas partes el odio y la envidia; el campesino odiaba al terrateniente y a los funcionarios, el proletariado urbano odiaba a la burguesía urbana, y el ejército era odiado por todos* (Social and Economic History of the Roman Empire, 453). El cristianismo aparece entonces como la única fuerza capaz de mantener unidos a todos estos elementos en discordia; de ahí que Constantino lo considerase tan interesante.

El primer capítulo sigue las pistas de la cultura del odio al cuerpo, a los placeres y a todo lo material. El panorama descrito es pesadillesco. El odio y la repulsa al sexo está en el mismo origen del cristianismo: “Galeno y Orígenes dan testimonio de que en sus tiempos eran muchos los cristianos que se abstenían de las relaciones sexuales durante toda la vida; la virginidad era la cumbre y la corona de todas las virtudes.” En los Hechos de Pablo y Tecla, obra muy difundida entonces, se afirmaba que sólo resucitarán los y las vírgenes, y se dice que los marcionitas negaban los sacramentos a los casados. El Evangelio de los Egipcios enseña que «Cristo vino para destruir las obras de la mujer», es decir, para poner fin a la reproducción sexual. El ascetismo degeneró en una carrera de emulación: “Macario de Alejandría supera a todos los demás monjes en el ayuno, con lo que provoca la envidia y la ira de estos.”. Entre los motivos para retirarse al desierto están: el sentimiento de culpabilidad, las querellas familiares y “el mero disgusto por la humanidad”. Pone ejemplos de los dos bandos, como la del fanático neoplatónico Teosebio que “presentó a su esposa un cinturón de castidad y le ordenó llevarlo siempre o marcharse, pero no lo hizo hasta que hubo desaparecido toda esperanza de tener hijos con ella.”
Dodds opina que el desprecio de Ia condición humana y el odio al cuerpo era una enfermedad endémica en toda la cultura de la época, pero sus raíces estaban en una neurosis endógama, indicio de unos sentimientos de culpabilidad intensos y muy difundidos.

El segundo capítulo habla del mundo demoníaco de la época, el común y el diferencial entre paganos y cristianos: sueños, adivinación, visiones, profecías, exhibicionismo, automutilaciones, fraudes… Se extiende en algunas historias como la de Peregrino que “es un personaje mucho más complejo e interesante, y su vida y hazañas, tal como nos las cuenta Luciano, resultan extrañísimas.”

En el tercer capítulo se propone “analizar ciertas experiencias de naturaleza ciertamente oscura y mal definida, pero cuyo valor religioso se admite generalmente.” Explica las diferencias entre el éxtasis griego en Plotino y Porfirio (más cercanos a la mística hindú) y el éxtasis místico, o entre la deificación y la unión mística. Desarrolla especialmente el concepto de unión mística en Plotino que no hubiera estado de acuerdo con Àldous Huxley en que «el hábito del pensamiento analítico resulta fatal para las intuiciones del pensamiento integral». Dodds “considera la experiencia mística como una dilatación de la conciencia personal hasta abarcar esa zona de lo inconsciente” y rastrea esa tendencia a la mística introvertida en otros neoplatónicos. Luego pasa a Orígenes y explica su misticismo frustrado, la deuda de Gregorio con Plotino…, para concluir que la mística, desde los textos gnósticos y herméticos, era endémica y tomó fuerza desde Marco Aurelio a Orígenes: “Ello no ha de sorprendernos. Como ha dicho con razón Festugiére, «miseria y mística son realidades conexas».

Mi admiración por E. R. Dodds es la misma que el sentía por Plotino y Porfirio. Su libro es un ejemplo de erudición y crítica penetrante y honrada escrita con elegante lucidez. Me remito al “compárese” de sus notas y me despido con una última cita:

“Porfirio advirtió, como otros han hecho después, que sólo las almas enfermas sienten necesidad del cristianismo. Pero resulta que en aquella época había muchas almas enfermas; Peregrino y Elio Aristides no son casos aislados; el mismo Porfirio estaba lo bastante enfermo como para entrever la posibilidad del suicidio, y hay motivos para pensar que durante aquellos siglos fueron muchos los que, consciente o inconscientemente, estaban enamorados de la muerte. Para tales individuos, la perspectiva del martirio, que llevaba consigo la fama en este mundo y la bienaventuranza en el otro, venía a ser un atractivo más del cristianismo.”
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sábado, 24 de febrero de 2018

EUROPA EN LA EDAD MEDIA de Chris Wickham - Algo acartonado, sabe a poco. Tiene obras mejores - Valoración 8/10

Título originalMedieval Europe
TraductorTomás Fernández Aúz | Beatriz Eguibar
Páginas500
IdiomaEspañol
Publicación2016 (2017)
EditorialCrítica

En la introducción a su “El legado de Roma” (2009), Wickham denuncia dos grandes errores en el estudio de la Edad Media: el enfoque del nacionalismo y el de la modernidad. En clave nacionalista, la Edad Media no sirve para para explicar porque un estado moderno sea el mejor o sea diferente. Europa no nació en la Edad Media, ninguna identidad común ligaba a España con Irlanda o Rusia. La historia no es teleológica, no trabaja para ningún fin y no existe ninguna cultura europea común. En Francia, Alemania o España, no existió ninguna conciencia o imaginería nacional. Buscar gérmenes de los actuales conceptos de igualdad, productividad, libertad o democracia en la Edad Media es absurdo e inútil. Yo añadiría que también es absurda la búsqueda de legitimidades históricas en pasados remotos, lo que no niega el peso de la lengua, la cultura y la memoria colectiva compartida en la formación de identidades nacionales.

En palabras del propio autor, los temas tratados en “La Europa de la Edad Media” son:
El desplome del imperio romano de Occidente en el siglo V; la crisis en que se verá sumida su contraparte oriental en el VII al encontrarse frente al auge del islam; la contundencia del experimento carolingio, consistente en organizar, entre finales del siglo VIII y principios del IX, un vastísimo gobierno cimentado en consideraciones morales; la difusión del cristianismo por el norte y el este de Europa a lo largo del siglo X (fundamentalmente); la radical descentralización del poder político occidental en el XI; el crecimiento demográfico y económico de los siglos X a XIII; la reconstrucción del poder político y religioso en el Occidente del XII y el XIII; el eclipse al que se verá abocado Bizancio durante este mismo período; la peste negra y el desarrollo de las estructuras estatales en el siglo XIV; y el surgimiento de un mayor compromiso popular con la esfera pública a finales del XIV y comienzos del XV: estos son, desde mi punto de vista, los momentos de transformación más relevantes, y por ello habré de dedicarles en este libro un capítulo entero a cada uno.”
Se habla de las tensiones y cambios en las estructuras de poder (monárquico, feudal y eclesiástico), el origen asambleario de los parlamentos a partir de las monarquías nórdicas y germánicas, la evolución de los vínculos comerciales o las actitudes culturales… Un tema central es la lucha constante de reyes y señores para perfeccionar la exacción de impuestos como base de consolidación del poder. La pérdida de las técnicas de administración (burocrática, judicial…) fragmentó e hizo retroceder el mundo medieval a épocas más primitivas (a excepción de Bizancio). Echo en falta cuadros vivos al estilo de Hale sobre como vivian y morían las personas, como sentían y pensaban, como eran las guerras o el papel de la religión. A Wickham le interesan más las estructuras económicas y sociales que las mentalidades, aunque, gracias a los relatos de sucesos y citas particulares, se libra de acartonamiento marxista que, aún así, es más patente en esta obra que en “El legado de Roma”, más vivaz y dinámica.

Hay una curiosa dicotomía entre las introducciones que hace Wickham en sus libros (incluida “Una historia nueva de la Alta Edad Media” 2005), y el desarrollo propio del relato. Las introducciones son claras, precisas, críticas con la historiografía tradicional y prometen una decidida línea de trabajo que más adelante, en el desarrollo, se va diluyendo hasta quedar en una extraña sensación de ambigüedad. Es como si dijera “demostraré que esto es blanco” y, al finalizar el libro, el lector piensa que no ha visto más que grises. Wickham, en las introducciones, parece un valiente, pero en los relatos no se moja. ¿No quiere correr riesgos?
Otro gran problema de las historias globales que abarcan grandes periodos y/o muchos países es la falta de cohesión narrativa al proceder por acumulación de detalles, dispares y distantes, y la inevitable sensación de caos y confusión. No hay duda de que las citas, las anécdotas, episodios o datos particulares son, quizá, lo más interesante; pero se echa en falta, al final de cada capítulo temático, un resumen claro y sintético de las conclusiones que podemos sacar. Creo que ese problema de presentación caótica es común a toda la historiografía no cronológica y, que yo sepa, está por solucionar. Wickham, en “El legado de Roma”, lo justifica diciendo que prefiere comparar a generalizar. Creo que se evita generalizar por miedo a caer en la condena moral retrospectiva de sociedades muy distintas a la nuestra en valores, pero demasiado parecidas en los peores instintos: el fanatismo, la crueldad, el desprecio por la vida y la codicia. Civilizarse es tener esos instintos bajo control.

Me llama la atención que, cuando habla de las mujeres (capitulo 10), toma como ejemplo a dos “santas”, Catalina de Siena y Margarita Kempe. No le veo la significación fuera de la puesta en evidencia que no fueron consideradas herejes porque no cuestionaban la jerarquía eclesiástica. El tema de la santología merece un estudio global a manos de historiadores no confesionales desde enfoques de psicología social. No creo que exista, pues como en otros temas religiosos, al historiador no le interesa meterse en berenjenales
En la historia no hay cortes y las revoluciones se reabsorben. Los señores feudales son los terratenientes tardo romanos más fragmentados por la desintegración del poder y la ruptura de las comunicaciones. De alguna manera, hubo que empezar de nuevo. Las élites organizan los territorios y se protegen con las leyes e ideologías que mejor les sirven. Durante toda la historia de humanidad hasta la era industrial, la fuente de riqueza más segura y estable era la tierra y los poderosos han luchado por su posesión. A su lado prosperaron comerciantes, administradores y burócratas que dieron origen a las clases medias. Cuando la industria fue más rentable que la tierra, las élites se hicieron industriales…, hasta que se dieron cuenta que la forma más rápida de hacer dinero era mover dinero y se transformaron en capitalismo financiero.

En “El legado de Roma”, para mí, la mejor obra de Wickham, en la que dedica más espacio a la Alta Edad Media, recomienda los mejores libros sobre la Antigüedad tardía:
“The best brief introductions to the later Roman empire are by Peter Brown, The World of Late Antiquity (London, 1971), and by AverilCameron, The Later Roman Empire (London, 1993) and The Mediterranean World in Late Antiquity AD 395–600 (London, 1993). The essential detailed surveys in English are A. H. M. Jones, The Later Roman Empire 284–602 (Oxford, 1964) and CAH, vols. 13 and 14. S. Mitchell, A History of the Later Roman Empire, AD 284–641 (Oxford, 2007) is another useful introductory account.”
Excepto el de Jones, los he leído o consultado todos. El de Mitchell es una historia clásica de los acontecimientos políticos y militares. Brown es el que mejor escribe, junto con Peter Heather y su “La caída del Imperio Romano” que pronto reseñaré. Los de Cameron -que deben leerse como un solo libro- son imprescindibles. Tengo entre manos “Christianizing the Roman Empire (A .D. 100-400)” de Ramsay MacMullen, que espero me ayude a desentrañar el misterio de la expansión del cristianismo, tema sobre el que Dodds, ese exquisito filólogo del neoplatonismo, en “Paganos y cristianos” (reseña en marcha), tiene cosas interesantes que decir. El más gibboniano de todos es el de Bryan Ward-Perkins “La caída de Roma y el fin de la civilización” que, con los últimos hallazgos arqueológicos, demuestra que la discusión ruptura-transformación sigue vigente.
En este último de Wickham, “Europa en la Edad Media”, muy enfocado a los aspectos socio-económicos, sabe a poco.
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EL CASO SEYMOUR de Tim Lott - Thriller psicológico con desarrollo original y final aterrador. (Y si te pones tonto, te dará mucho que pensar) - Valoración 9,5/10 porque la perfección no existe

Título originalThe Seymour tapes
TraductorVictoria Ordóñez
Páginas304
IdiomaEspañol
Publicación2005 (2009)
EditorialTusquets

Como los programas de la tele, hay libros Prime Time y libros de relleno. Los Prime Time requieren concentración y convocan la máxima audiencia de mis neuronas durante las horas de máximo rendimiento del día. Los de relleno son para relajar o desengrasar y quedan relegados a las horas “tontas” de la siesta o la noche de modo que, si te duermes leyendo, no pasa nada. Las condiciones de vida del libro de relleno son bastante duras y muchos acaban en abandono; pero algunos se resisten a la indiferencia, pelean, y por méritos propios, se ganan un Prime Time, como en la tele. Ese es el caso del libro de Tim Lott: un par de días luchando con la somnolencia… ¿eh? ¿Qué es esto? Toque de diana, neuronas en pie y salto a horario estrella…, ¡con mención de honor!

Samantha contrata a Tim Lott para que escriba un libro sobre los sucesos que llevaron a la trágica muerte de su marido, el doctor Alex Seymour, de cincuenta y un años, en el semisótano de una casa destartalada al oeste de Londres. El caso, de fuertes tintes morbosos, ha tenido una gran repercusión mediática. Durante dos años, la prensa se ha interrogado sobre las circunstancias que rodean la muerte del médico relacionadas con la privacidad, el voyeurismo, la compulsión sexual y Sherry Thomas, la enigmática propietaria de un negocio de video vigilancia. La divulgación en internet del tristemente famoso «vídeo de la piel» ha contribuido, no poco, a la notoriedad del caso.
Lott acepta el encargo y el resultado es el libro que el lector tiene en sus manos. Ha tenido acceso exclusivo y privilegiado a “las cintas de los Seymour” – las de la familia y la policía-, y varios videos de vigilancia -incluidos los privados y los de la tienda y el apartamento de Sherry Thomas –. La novela se construye con la transcripción directa del material audiovisual, las entrevistas a Samantha Seymour y a Barbara Shilling, la terapeuta de Sherry Thomas, todo ello magistralmente dispuesto y administrado en formato de “reality”. Una novela reality como crítica de los reality.

El estilo, descriptivo y conciso, contribuye a hacer más aterradora la fría distancia de las cámaras y el tono crudo y directo de las entrevistas. Si acaso, los únicos espacios introspectivos son los video-diarios que graba el propio Alex Seymour en la soledad de su desván, donde expresa sus dudas e inseguridades, y que no resultarán tan privados como él se imagina.

Cuestiones como la patología del alma vacía, la fascinación de un hombre débil por el orden y el control a través del voyeurismo, la obsesión por capturar el tiempo, el trauma y la locura, la manipulación y las apariencias, la frustración y la venganza… son píldoras de reflexión que te rondan por la sesera en los escasos momentos en que el suspense afloja sus tenazas. También te preguntarás cosas como si conocer lo que tus seres queridos dicen de ti, ver lo que hacen a tus espaldas que, en la vida real, nunca sabrías, sus pequeñas o grandes traiciones…, saber todo eso, ¿te haría más fuerte o podría destruirte?
Si te pones tonto, puedes pensar en los puntos ciegos de la aparente trivialidad de la vida doméstica, lo mucho que se habla y lo poco que se dice, o la estúpida atracción y las trampas de la verdad.

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lunes, 19 de febrero de 2018

LA CAIDA DEL IMPERIO ROMANO de Peter Heather - Rigor histórico y emoción narrativa a ritmo cinematográfico. - Valoración 9/10

Título originalThe Fall of the Roman Empire: a New History of Rome and the Barbarians
TraductorTomás Fernández Aúz; Beatriz Eguibar
Páginas704
IdiomaEspañol
Publicación2005 (2006)
EditorialCrítica

Desde la gran epopeya de Gibbon, “La caída del Imperio Romano” de Heather, quizá se la mejor narrativa panorámica del todavía enigmático derrumbamiento de la Europa romana. Sin menoscabo del rigor, aquella solemnidad irónica de Gibbon la continua Heather, en versión más actual:
Y en el transcurso del siglo V, la porción occidental del imperio romano, junto con todas las estructuras y procedimientos que había alimentado durante siglos, dejó de existir, dejando tras de sí el cadáver que constituye el tuétano de este libro.”
La arrolladora presión de los hunos empujó a los godos a migrar masivamente hacia el sur y los mermados ejércitos imperiales no pudieron hacer frente al coladero. El Imperio Oriental, involucrado en las guerras con los persas y los hunos, no pudo acudir en ayuda de occidente y la migración-invasión resultó imparable. Dicho así parece sencillo, pero, en detalle, es un impresionante caos de alianzas y choques entre decenas de tribus godas, los hunos, los ejércitos de los dos imperios y guerras civiles internas en cada uno de los bandos. La mayor hazaña es la Peter Heather que logra hacer comprensible al lector ese intrincado embrollo con una narración ágil, vibrante y colorista de más de 700 páginas en las que no escatima joviales toques de humor:
Los romanos conocían la calefacción central, tenían un tipo de sistema bancario basado en principios capitalistas, y disponían de fábricas de armas e incluso de asesores políticos, mientras que los bárbaros eran simples agricultores con cierta inclinación por los prendedores decorativos.”

El título de la obra es significativo si lo comparamos con el paradigmático de Gibbon. Edward Gibbon tituló su monumental obra como “Decadencia y caída”, mientras Heather lo deja solo en “La caída”. Y ahí está la diferencia: para Heather no hubo tal decadencia y lo argumenta aludiendo a “los muchos ejemplos de cooperación entre bárbaros y romanos, así como de interacción no violenta.” Para Heather, Roma no estaba debilitada y la invasión goda tuvo las causas naturales que puede tener un alud. Por supuesto, el cristianismo nada tuvo que ver con la debilidad romana; Constantino lo oficializó para aprovechar sus sólidas estructuras locales y la sustitución del politeísmo por el monoteísmo fue gradual y, en líneas generales, incruenta. Yo creo que la polémica no está resuelta, que la invasión goda, básicamente analfabeta (sus masas y sus líderes), favoreció la consolidación del cristianismo que quizá, en un mundo romano con élites y burocracias cultas, hubiera acabado por disolverse en una filosofía más como los estoicos, epicúreos o neoplatónicos. Heather pasa por el tema de perfil. Para saber sobre el contexto espiritual donde nació el cristianismo hay que leer a Dodds (1) y Brown (2), y para entender sus estrategias de expansión a MacMullen (3). Heather está del lado de la tesis de la “transformación”, aunque yo creo que su propia narración de los pormenores la desmiente al quedar claro que Roma cayó porque la empujaron (desde dentro y desde fuera). Bryan Ward-Perkins, un poco en soledad, defiende la tesis del “derrumbe” y el colapso de la civilización.
El libro comienza con un episodio de “La guerra de las Galias” de Julio Cesar: la traición de Ambiorix, la emboscada de los eburones y el suicidio en masa de los legionarios supervivientes. Es un relato de ritmo cinematográfico que ilustra como funcionaban las legiones en el año 54 A. C. Nunca se rendían y siempre cobraban las deudas: “Si los custodios de la impedimenta estaban dispuestos a luchar durante un día entero sin esperanza de éxito y a suicidarse en bloque antes que rendirse, los enemigos de Roma iban a verse en un grave aprieto.
Luego, para situarnos en el contexto del siglo IV D. C. y compararlo con la Roma de César 400 años antes, recurre a siete discursos y unas novecientas cartas del senador y gran terrateniente romano Aurelio Símaco cuya correspondencia “resulta fascinante por el enorme número de sus corresponsales y por la luz que arroja sobre distintos aspectos del estilo de vida que llevaban los romanos de la Roma tardía.
Sigue la misma técnica cinematográfica del salto temporal de 400 años al contarnos el viaje de Símaco a Tréveris para entregar el oro de la corona a Valentiniano I.

Se trata de una historia cercana al estilo tradicional centrada en acontecimientos y personajes: Aecio, el último general romano y su lucha, trágica y desesperada, por salvar el Imperio; Gala Placidia, hermana y esposa de emperadores; Atila y los hunos, sobre los que hace un relato exhaustivo de sus costumbres y formas de guerrear. Gran parte del libro es historia militar contada con brillantez y todo tipo de detalles: las guerras del Danubio, Hispania y África; las alianzas y las batallas con los hunos; un análisis (basado en los Notitia Dignitatum) de la pérdida de capacidad militar por los desequilibrios entre ejércitos de campaña y las tropas de guarnición… Todo ello impregnado de una saludable pedagogía sobre la interpretación de las fuentes a las que hay considerar con las precauciones debidas a “vendedores de coches usados”.
Para Heather el empuje de los hunos causó las oleadas de invasiones de los años 376 y 405 a 408. La pérdida permanente de territorios generó una formidable disminución de ingresos al estado central y, finalmente, el imperio de Occidente se disolvió porque se establecieron demasiados grupos extranjeros en sus territorios, y porque éstos expandieron sus posesiones mediante la guerra.
Si pesáramos el texto dedicado a la historia interna del Imperio y la historia de los “bárbaros”, la balanza se inclinaría del lado de los últimos. Al fin y al cabo Heather, es uno de los mejores especialistas en las tribus germánicas.

Vibrante narración de alturas épicas y excelencia académica a ritmo cinematográfico. Macaulay dijo algo así como que un buen libro de historia debería poder reemplazar, en la mesita de noche, la última novela que leía una joven dama. Salvando las distancias, en beneficio del libro de Heather, éste podría ser el caso.

(1) E. R. Dodds: Paganos y cristianos en una época de angustia (1968)
(2) Peter Brown: El primer milenio de la cristiandad, Crítica, 1997
(3) Ramsay MacMullen: Christianizing the Roman Empire: AD 100-400 (1984)

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sábado, 10 de febrero de 2018

LA SOCIEDAD FEUDAL de Marc Bloch - Deslumbrante en los detalles y agudas síntesis, con un tramo arduo de erudición histórico-jurídica.. - Valoración 9/10

Título originalLa societé féodale
TraductorEduardo Ripoll Perelló.
Páginas528
IdiomaEspañol
Publicación1935 (1988)
EditorialEdiciones Akal

Marc Bloch (1886-1944) fue, junto con Braudel, el más importante historiador de la escuela de los Annales y uno de los grandes historiadores del siglo XX. Su impresionante carrera se vio truncada al morir fusilado por los nazis durante la ocupación de Francia. De origen judío, no era religioso y rechaza las identidades de raza. Es conocida su frase: “"Nunca reivindico mi origen excepto en un caso: frente a un antisemita.".

La sociedad feudal” es, todavía hoy, una obra imprescindible y ampliamente citada por los especialistas en Historia Medieval; abarca unos cuatro siglos de historia europea, desde el año 900 al 1300. Trata la sociedad feudal como un todo, lo que hoy podríamos llamar “la cultura del feudalismo”. Está organizada en dos tomos que Akal ha reunido en un volumen. El primer tomo se divide en dos partes: en la primera habla de las invasiones y sus consecuencias y de las condiciones materiales de vida y la atmósfera mental; en la segunda, de los vínculos de sangre (parentesco, linaje), los vínculos de dependencia (vasallaje y servidumbre). El tomo segundo explica las clases (el noble, la caballería, el clero y el campesinado), el gobierno (el derecho y la lucha contra el desorden), y termina con el libro tercero titulado: “El feudalismo como tipo social y su acción”.

Montesquieu afirmaba que el feudalismo europeo era un fenómeno único en su género. Voltaire protestó: “El feudalismo no es en absoluto un acontecimiento; es una forma muy antigua que subsiste en los tres cuartos de nuestro hemisferio, con administraciones diferentes”. Bloch los cita en la página 454 de “La sociedad feudal” en el capítulo “¿Feudalismo o feudalismos: singular o plural? Aunque estés de acuerdo con Voltaire en que feudalismo es cualquier forma de dominación personal basada en la propiedad de la tierra, no dejarás de maravillarte ante el ingente esfuerzo de Bloch para explicar lo que fue específico del feudalismo europeo. Desde las ciudades-palacio mesopotámicas hasta la revolución industrial del siglo XIX, la tierra ha sido la principal fuente de riqueza y durante 5.000 años, en geografías y ecosistemas distintos, ejerciendo formas de explotación y grados de brutalidad diferentes, unos pocos han extraído los beneficios a expensas de la mayoría, sumida casi siempre en la miseria. Bloch nos explica de manera magistral y exhaustiva como funcionaba ese modo específico de explotación que era la sociedad feudal:
Habiendo recibido de edades anteriores la villa ya señorial del mundo romano y el sistema de gobierno germánico de las aldeas, extendió y consolidó estas formas de explotación del hombre por el hombre y, sumando en inseparable haz el derecho a la renta de la tierra con el derecho al mando, hizo de todo ello el verdadero señorío. En provecho de una oligarquía de prelados o de monjes encargados de propiciar el cielo. En provecho, especialmente, de una oligarquía de guerreros.”
A mí, la primera parte en que habla de las invasiones, sus consecuencias, las formas materiales de vida y las mentalidades, me parece impresionante. Hay párrafos que trasmiten una empatía y comprensión serena de la época fuera de lo común:
EI hombre de las dos edades feudales estaba, mucho más que nosotros, próximo a una Naturaleza, por su parte, mucho menos ordenada y endulzada. El paisaje rural, en el que los yermos ocupaban tan amplios espacios, llevaba de una manera menos sensible la huella humana. Las bestias feroces, que ahora sólo vemos en los cuentos para niños, los osos, los lobos, sobre todo, vagaban por las soledades y, en ocasiones, por los mismos campos de cultivo. Tanto como un deporte, la caza era un medio de defensa indispensable y proporcionaba a la alimentación una ayuda también necesaria. La recolección de frutos salvajes y la de la miel seguían practicándose como en los primeros tiempos de la humanidad, En los diversos útiles y enseres, la madera tenía un papel preponderante. Las noches, que no se sabía iluminar, eran más oscuras y los fríos, hasta en las salas de los castillos, más rigurosos. En suma, detrás de toda la vida social existía un fondo de primitivismo, de sumisión a las fuerzas indisciplinables, de contrastes físicos sin atenuantes. Imposible hacernos cargo de la influencia que semejante ambiente podía ejercer sobre las almas. ¿Cómo no suponer, sin embargo, que contribuía a su rudeza?”
Rudeza, ignorancia, brutalidad, fanatismo…, son palabras propias de un historiador del siglo XIX, de un Michelet, por ejemplo. Bloch no las usa, pero lo demuestra con detalles como cuando explica como funcionaba el derecho civil y el uso de niños como testigos:
Ya se tratase de transacciones particulares o de regías generales de uso, la tradición no tenía apenas otras garantías que la memoria. (…) Como el recuerdo prometía evidentemente ser más durable cuanto más tiempo vivieran los testigos, los contratantes, con frecuencia llevaban niños consigo. ¿Se temía la confusión mental propia de esta edad? Diversos procedimientos permitían prevenirla mediante una oportuna asociación de imágenes: una bofetada, un pequeño regalo o incluso un baño forzoso.

La segunda parte, donde explica los vínculos de parentesco y vasallaje, con profusión de detalles sobre su construcción proto jurídica, resulta ardua para el no especialista como yo. No quiero engañar: a ratos es un verdadero palo. Te sientes aplastado por el aluvión de datos y clamas por la síntesis esclarecedora que se hace esperar. Pero llega, deslumbrante, en el libro tercero “El feudalismo como tipo social y su acción” que funciona como gran conclusión:
El feudalismo europeo se presenta, pues, como el resultado de la brutal disolución de sociedades más antiguas. Sería, en efecto, inexplicable sin el gran trastorno de las invasiones germánicas que, obligando a fusionarse a dos sociedades originariamente colocadas en estadios muy diferentes de evolución, rompió los cuadros de ambas e hizo volver a la superficie muchos modos de pensar y hábitos sociales de un carácter singularmente primitivo. Se constituyó de forma definitiva en la atmósfera de las últimas incursiones bárbaras. El feudalismo suponía una profunda disminución de la vida de relaciones, una circulación monetaria demasiado atrofiada para permitir la existencia de funcionarios asalariados, y una mentalidad apegada a lo sensible y a lo próximo. Cuando estas condiciones empezaron a cambiar, le llegó el comienzo del fin.
En la sociedad feudal, el lazo humano característico fue la vinculación del subordinado a un jefe muy próximo. De escalón en escalón, los nudos así formados alcanzaban, como por otras tantas cadenas indefinidamente ramificadas, desde los más pequeños a los más grandes. La misma tierra sólo parecía tan preciosa porque permitía procurarse hombres, remunerándolos.

En cuanto a memoria colectiva, fue una época de grandes falsedades que desacreditan, casi por completo, el testimonio escrito:
Sin duda, las grandes falsedades que ejercieron su acción sobre la política civil o religiosa de la era feudal, le son ligeramente anteriores: la seudodonación de Constantino databa de fines del siglo VIII; los productos del sorprendente taller al que se deben, como obras principales, las falsas decretales puestas bajo el nombre de Isidoro de Sevilla y las falsas capitulares del diácono Benito fueron un fruto del renacimiento carolingio, en el momento de su esplendor. Pero el ejemplo tendría imitadores a través del tiempo. La colección canónica compilada, entre 1008 y 1012, por el santo obispo Burchard de Worms, está repleta de atribuciones engañosas y de retoques casi cínicos. Se fabricaron documentos falsos en la corte imperial, y otros, en cantidad innumerable, en los scriptoria de las iglesias, tan mal afamados en este aspecto que, conocidas o adivinadas, las falsedades que en ellos eran endémicas, contribuyeron a desacreditar el testimonio escrito: “cualquier pluma puede servir para contar cualquier cosa”, decía un noble alemán en el curso de un proceso. Seguramente, si la industria, eterna en sí misma, de los falsarios y mitómanos conoció, durante esos siglos, una excepcional prosperidad, la responsabilidad incumbe en gran parte, a la vez, a las condiciones de la vida jurídica, que descansaba en los precedentes, y al desorden ambiental: entre los documentos inventados, más de uno lo fue sólo para prevenir la destrucción de un texto auténtico. Sin embargo, que tantas producciones falseadas fuesen llevadas a cabo, que tantos personajes piadosos, de una elevación de carácter indiscutible, interviniesen en estas maquinaciones —condenadas por el Derecho y la moral de su tiempo—, constituye un síntoma psicológico digno de reflexión: por una curiosa paradoja, a fuerza de respetar el pasado, se le llegaba a reconstruir tal como hubiera debido ser.
Las falsas decretales, que incluían la seudo donación de Constantino, fueron el fundamento del derecho canónico hasta el siglo XV en que empezaron a ser cuestionadas por la reforma. Para los católicos, siguieron vigentes hasta bien entrado el siglo XIX. Parece que la idea era, si para que algo sea real debe estar escrito, pues nada, lo escribimos. Si no lo está, debería escribirse una historia de las falsificaciones políticas y religiosas; pero ¿que quedaría de la historia oficial? La falsificación y la ignorancia inducida campan hoy (en supuestas sociedades democráticas) a sus anchas; ¿cómo sería en ese pasado remoto en el que solo sabían leer y escribir los clérigos, y no todos? Me temo que la historia no puede ser más que una aproximación.

Echo en falta algún capítulo específico de historia ideológica que trate la interacción iglesia-sociedad y como se plasmó establecer en la tierra el orden revelado y bienaventurado del cielo.. Entre San Agustín (siglo V) y Santo Tomás (siglo XIII) hay 800 años de gobiernos teocráticos con aplastantes efectos en la vida social, el progreso económico y político y las guerras y masacres religiosas.
Releer este libro ha sido una gozada si obviamos el pequeño calvario de unas 150 páginas (la segunda parte del tomo primero) duras de pelar que supongo el escollo de mi primer intento, hace años, con la edición de UTEHA en aquella magnífica colección “La evolución de la humanidad”.
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