sábado, 28 de noviembre de 2020

LA GRAN DIVERGENCIA de Peter Watson - Apasionante historia comparativa de la evolución de las sociedades entre el Viejo y el Nuevo Mundo. - Valoración 9/10

La gran divergencia: Cómo y por qué llegaron a ser diferentes el viejo mundo y el nuevo.

Peter Watson

Editorial: Editorial Crítica 2012

Colección: Serie Mayor

Traductor: Jesús Cuéllar | Efrén del Valle

Número de páginas: 720

 

Hace unos 20.000 años, al final de la última glaciación, los seres humanos atravesaron el puente de Bering y empezaron a extenderse por el continente americano. Watson explica la evolución cultural, religiosa y material del Viejo y el Nuevo Mundo, hasta que los dos se encontraron en 1492, incidiendo especialmente en las diferencias (divergencia) que atribuye, básicamente, a las condiciones geológicas y climáticas: en el Nuevo Mundo, la frecuencia creciente de El Niño y las catástrofes tectónicas (volcanes y terremotos) y en el Viejo, el debilitamiento de los monzones.

Pocas novedades sobre la evolución de la humanidad en el Viejo Mundo que ya conocía; pero auténtica fascinación por el origen y desarrollo de las culturas americanas sin el arado, la rueda o la domesticación de grandes mamíferos. Me han impactado especialmente los capítulos dedicados a analizar las religiones de base chamánica y su relación con el consumo de las cien especies de plantas psicoactivas que conocían los americanos primitivos, en contraste con las ocho o diez que se utilizaron en el Viejo Mundo. La confluencia de un entorno vital catastrófico (El Niño y las convulsiones tectónicas) y el uso de estupefacientes en los trances chamánicos, propiciaron rituales religiosos basados en los sacrificios humanos y el culto al dolor, destinados a apaciguar dioses sanguinarios sedientos de chivos expiatorios. Los capítulos donde se detallan las sustancias psicoactivas y su uso social y religioso, así como los que describen los rituales de sacrificios humanos, son espeluznantes por su crueldad y su duración (unos 4.500 años de sacrificios rituales desde los olmecas a los aztecas). Matthew White calcula que sólo entre 1440 y 1524 d. C. los aztecas sacrificaron unas cuarenta personas al día, un millón doscientas mil en total. La materia prima para nutrir la masacre sacrificial se obtenía por distintos métodos: juegos de pelota, donaciones de hijos para ascender en la escala social, guerras con pueblos vecinos para hacer prisioneros y después sacrificarlos:

“Para solucionar el problema nacieron las «guerras floridas», en las que los Estados se enfrentaban periódicamente con el solo propósito de «capturar» guerreros para el sacrificio, una medida extraña como pocas. Pero esto es solo un síntoma de la inestabilidad inherente del sistema.”

El sacrificio de adultos, mujeres y niños acompañado de crueles tormentos para apaciguar a los dioses resulta sobrecogedor a los antropólogos que se atreven a interrogarse al respecto:

“Las víctimas femeninas —que eran sacrificadas más o menos en un tercio de las ceremonias aztecas— en ocasiones también eran desolladas. Carrasco cree que los expertos han evitado este tema. Reflexionando sobre esta cuestión, se pregunta: «¿Es la brutalidad azteca realmente brutalidad o es solo una historia más compleja, aleccionadora y terrible sobre ciertas dimensiones de la historia de la religión que son demasiado difíciles de contar y mucho más difíciles de aceptar? ¿O acaso existe un nivel de crueldad sagrada en Tenochtitlan que hace temblar nuestras capacidades intelectuales más efectivas?».” (1)

No es que el Viejo Mundo hubiera dejado atrás la violencia y la barbarie social e institucional en el siglo XV. Nada de eso. Y lo sabemos desde Huizinga (2), Barbara Tuchman (3) y, más recientemente, Steven Pinker (4) o Sean McGlynn (5), solo para estómagos resistentes. Lo que sorprende es la extensión y duración de la masacre sacrificial en el Nuevo Mundo meticulosamente documentada por Peter Watson con la exhaustiva relación y análisis de los numerosos hallazgos arqueológicos. A diferencia de la mayor parte de sus libros – de carácter expositivo y enciclopédico – en éste, Watson, se tira a la piscina y propone una hipótesis a la que se refiere Arsuaga en su estupendo libro sobre el origen de la vida y la evolución humana:

“Dicho muy resumidamente, Peter Watson explica la divergencia cultural como el resultado de la diversidad de factores ambientales (como cuáles eran las especies de mamíferos que podían ser domesticadas en uno y otro mundo), que habrían conducido a diferentes interpretaciones de la naturaleza, esto es, a diferentes ideologías y religiones, que a su vez habrían influido en los respectivos devenires históricos.” (6)

Muy interesantes los dos apéndices finales del libro de cara a abrir el camino de futuras lecturas. En el primero explica cómo ha evolucionado la percepción que tiene occidente del Nuevo Mundo; en el segundo analiza las semejanzas evolutivas (convergencias) de las sociedades de ambos mundos, apoyándose en las investigaciones de varios arqueólogos entre los que destaca Bruce Trigger del que tengo su Historia del pensamiento arqueológico en cartera.

En arqueología, como en toda ciencia social, pero con más énfasis si cabe, hay que distinguir entre los datos arqueológicos recolectados, las técnicas analíticas disponibles y las interpretaciones que de los restos se hacen. Los tres factores están en constante proceso de cambio: a más restos y mejores técnicas surgen interpretaciones más atinadas, aunque siempre provisionales. Como explica Trigger, hasta bien entrado el siglo XVII “no existía una distinción clara entre las curiosidades de origen humano y las de origen natural. Los estudiosos,- al igual que la gente no versada, creían que las hachas de piedra eran «piedras del trueno» (creencia apoyada por el naturalista romano Plinio [Slotkin, 1965, p. x]) y que las puntas de proyectil de piedra eran «cerrojos de los duendes», mientras que en Polonia y en Europa central se creía que las vasijas de cerámica, crecían bajo la tierra, por generación espontánea (Abramowicz, 1981; Skíenár, 1983, p. 16), En un mundo totalmente ajeno a la evolución biológica no era nada evidente que una hacha prehistórica fuese un producto humano mientras que un fósil fuese una formación natural.”

Comparto la idea del relativismo cultural que preconiza entender y explicar cada cultura dentro de su propio contexto; pero las culturas (tribus, pueblos, naciones, reinos…) no se quedan en casa practicando sus creencias y rituales, interactúan con sus vecinos y no solo comerciando pacíficamente. A menudo los conquistan, invaden o esclavizan impulsados por sus necesidades, sus ideologías o su avaricia. ¿Por qué lo hacen? Porque quieren y pueden, simplemente. Y es entonces cuando ningún pueblo, nación o estado puede sustraerse a la crítica social y cultural. Al respecto, me viene a la memoria y busco una frase de Charles Napier, comandante en jefe del ejército británico en la India, citado por Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro:

«Decís que tenéis la costumbre de quemar viudas. Muy bien. Nosotros también tenemos una costumbre: si alguien quema a una mujer viva, le ponemos una soga al cuello y lo ahorcamos. Preparad vuestra pira funeraria; al lado, mis carpinteros construirán una horca. Podéis seguir con vuestra costumbre. Nosotros seguiremos con la nuestra»

Este alegato de Napier me ha dado que pensar: si quemar viudas es “cultura” hindú, colonizar naciones lejanas era “cultura” británica. Puestos a ser relativistas, ¿dónde está la diferencia? Creo que la historia no puede sustraerse a los juicios morales. Avanzar en el respeto a la vida humana y reducir cualquier forma de opresión es un signo claro de progreso.

Un libro, el de Watson, documentado e impactante, que despierta el interés por la arqueología, la paleontología y la prehistoria.

 

NOTAS.

(1) City of Sacrifice: The Aztec Empire and the Role of Violence in Civilization (1999) de David Carrasco, citado por Peter Watson.

(2) Johan Huizinga, E l otoño de la Edad Media. Estudios sobre la forma de vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los países Bajos, Traducción de Alejandro Rodríguez de la Pena, Alianza, Madrid, 2008.

(3) Barbara Tuchman, Un espejo lejano. E l calamitoso siglo XIV, Traducción de Anita Karl, Península, 2000.

(4) Steven Pinker, Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones. Paidós (2011)

(5) Sean McGlynn, A hierro y fuego: las atrocidades de la guerra en la Edad Media. Crítica (2009)

(6) Arsuaga, J. L. (2019) Vida, la gran historia: Un viaje por el laberinto de la evolución. Ediciones Destino



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