sábado, 11 de julio de 2020

AMOR INTEMPESTIVO de Rafael Reig - El cinismo bien entendido arremete contra uno mismo. - Valoración 8,5/10

Tusquets Editores (2020)
Páginas: 256

A Rafael Reig le gusta definirse a sí mismo como escritor que pasó “de joven promesa a malogrado sin parada en estaciones intermedias”, aplicándose esos azotes sarcásticos que tanto ha repartido por doquier en sus artículos de crítica literaria aparecidos en diversos periódicos y recopilados en el tronchante Visto para sentencia (Caballo de Troya 2008):
Que debo condenar y condeno a D. Antonio, como autor de los delitos de cursilería llamativa y recurso al tópico, a la pena de redactar su próxima novela en forma de atestado de la Guardia Civil, sin metáforas ni hortalizas y con uso continuado del llamado «gerundio benemérito» («Encontrando al sospechoso y habiendo procedido», etc.).

Azotes, ya los repartía en esa divertida y barroca historia de la literatura novelada que es Manual de literatura para caníbales (Debate, 2006); reeditada en dos volúmenes por Tusquets en 2016: Señales de humo y La cadena trófica:
“Vio también a Camilo José Cela absorbiendo un litro de agua por el ano. Después el premio Nobel se comió doce huevos fritos y soltó una ventosidad atronadora. Vio a Luis García Montero y Almudena Grandes abrazados y cantando: «Benet y vamos todos con flores a Marías».” Cinco carambolas de una tacada.
En una entrevista, con motivo de la publicación de Unárbol caído (2015), - para mí su primera gran novela-, Reig declara:
"Yo he sido brillante, ingenioso, irónico... Eso lo tengo por naturaleza, estoy dotado. He hecho libros dedicados a exhibir mi gran talento. Ahora llega el momento de dejar de exhibir el talento y de tenerlo. Ya no es cuestión de ponerme en el borde de la piscina y hacer posturas, ahora me tiro y tengo que llegar al otro lado.”

Cuesta distinguir cuánto hay de sinceridad, frustración o resentimiento en un escritor tan hábil, ingenioso y, a ratos, taimado graciosillo como Reig cuando hace autobiografía en Amor intempestivo (2020), su última novela. Es lo que tiene el ingenio, que también funciona como cortina de humo. Los temas son la familia y su devoción por los padres, amores y lances sexuales, amigos, estancias académicas en USA, abusos alcohólicos y fracasos literarios.

Empieza repartiendo leña a los escritores consagrados de la generación anterior (no los nombra porque no hace falta): Julián Marías, Muñoz Molina y Juan José Millás:
“Nuestros predecesores aguantan el tipo como pueden, a sabiendas de que son un anacronismo. Míralos: uno escribe a máquina y se comunica por fax, otro se hace pasar por neoyorquino de Brooklyn con acento andaluz, otro se mete en armarios empotrados que dan a su otro yo... En fin, se comportan como cuñados con una copa de más en la boda de su hermana, o como filatélicos obsesos y empecinados.”
Ignorado y ninguneado por otros santones de éxito, los despacha con una frase cáustica como patada en el culo: Vila-Matas “estaba bebiendo whisky y me saludó, desde su bruma insensata, con mirada borrosa”. Muñoz Molina “convirtió el saludo en una despedida inmediata mediante una maniobra que debía de haber aprendido de algún alcalde en campaña electoral.”

Se apunta a la teoría de su amigo Antonio Orejudo sobre la “novela vegetal” que, igual que la hamburguesa vegetal se inventó para los vegetarianos que no les gustan las verduras, aquella se escribe para el público que no le gusta la literatura: “tenían apariencia de literatura, pero no eran más que tebeos dirigidos a quienes se aburren con la literatura.”

¿Y de los suyos? ¿De su “generación intempestiva”? Solo queda autocompadecerse:
“¿Y nosotros? No somos más que un hatajo de acreedores, se nos debe la gloria y vamos reclamándola por los rincones. Nuestras novelas pertenecen todas al mismo género literario que los cartones que ponen los mendigos al lado de su manta: pedimos una limosna de gloria contando nuestra triste vida, y lo llamamos autoficción.”
Avezado en captar el lado ridículo de casi toda actividad humana, explica la movida madrileña como un subproducto de los pandilleros y las paletas provincianas del que luego se apropiaron los pijos, los periodistas y los políticos: “las provincianas, las pardalas, las isidras, las paletas construyeron una ciudad incandescente escondida en aquel poblachón manchego

Reig parece haber llegado a la conclusión de que para escribir (o vender) una gran novela hay que ponerle hondas emociones y sentimientos sinceros; pero sin convicción, sin creérselo ni estar hecho para eso. Y claro, no le sale más que con los padres, algún amigo y una o dos novias. Pertenece a la escuela de los cínicos y juguetones del lenguaje, de un GarcíaHortelano, un Caballero Bonald e incluso, de un confeso oportunista como Jesús Pardo, todos ellos obstinados en sumar wiskis, polvos y devoción por los clásicos, pues los contemporáneos son abyectos competidores. A estas alturas, situado uno en cierto agnosticismo alcohólico y sexual y ajeno al absolutismo de los clásicos (puede que Cervantes y el Lazarillo no lo hayan dicho todo), uno, decía, ya empieza a ver a esas generaciones de los 50 para acá enturbiadas en una nube de caspa. Alérgico a toda clase de “grandezas”, ni en el arte, el amor o, por supuesto, en la guerra, creo que las grandes cosas las hacen personas comunes, y sin proponérselo, por casualidad. Los grandes hombres suelen provocar grandes matanzas. Y los pequeños libros pueden ofrecer grandes satisfacciones, como éste y otros de Rafael Reig quien, en el fondo, no se cree lo de ser un escritor malogrado…, ni lo creemos sus lectores.

Un estímulo: El sentimiento moderado de frustración no es nada malo; se puede vivir con eso. E incluso se pueden escribir grandes novelas: ahí tienes a Philip Roth (aunque no sea de tu cuerda).

Un reproche: Alardear del currículo sexual de uno, ni que sea en tono de existencialista hastiado, con agradecimiento a unas señoritas o indiferencia hacia otras, sigue siendo cosa fea y demasiado español.

Dicho sea sin ánimo de ofender a uno de los escritores, intempestivo o no, que más me divierte del panorama actual.

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miércoles, 1 de julio de 2020

LA MUJER DEL BOSQUE (Serie Charlie Parker 17) de John Connolly - Que yo recuerde, la mejor novela de la serie.- Valoración 9/10

Serie Charlie Parker
2018 by Bad Dog Books Limited
N.º de páginas: 520
Editorial: Tusquets editores.
Año de edición: 2020
Traductor: Vicente ampos González.

Comentario.

Vuelve el mejor Connolly, el menos sombrío y con menor sobrecarga de entes y fenómenos sobrenaturales; el que mejor escribe tirando de ironía y diálogos chispeantes de sus personajes. Ya era hora. A mí, sus últimas novelas se me habían caído de las manos de tanta trascendencia tenebrosa. Igual no era el único y sus ventas se resentían, así que el bueno de Connolly le ha dado un giro realista a la serie Parker. La pareja malvada, Quayle y Mors, de sobrenaturales solo tienen un halo; sus objetivos son apocalípticos – el Atlas que buscan destruirá la humanidad entera-; pero sus métodos son muy terrenales. Jennifer, el fantasma de la hija muerta, apenas aparece. Lo cierto es que nunca he prestado demasiada atención a su mitología oscura y confusa a la que veo más como un estorbo que como estímulo. Me vale si sirve para que sus malos parezcan más amenazantes, mientras no lancen bolas de fuego por los ojos.
El final abrupto y abierto deja mal sabor: hay que acabar la faena. Por lo que veo en la red, Connolly sigue con Qualey, Mors y el Atlas en la siguiente de la serie.
Se agradece su estilo rico y brillante, inusual en el género.
Este es el tono que gasta en la descripción de personajes:
“Hacía años que Parker conocía a Moxie y todavía no sabría decir si el abogado elegía deliberadamente ropa incompatible con su complexión, o si el corte de cualquier atuendo se fastidiaba en cuanto él se lo ponía. Ése era, suponía Parker, uno de los grandes misterios de la vida.”

Sinopsis de la editorial.


Es primavera y, en los bosques de Maine, las tormentas aceleran el deshielo. Hasta que, de pronto, cuando un árbol cae, junto a las raíces queda al descubierto el cadáver de una joven. Los policías y forenses que investigan lo que pudo ocurrir no tardan en averiguar que la mujer dio a luz poco antes de morir. Sin embargo, en los alrededores no hay ni rastro del recien nacido, que quizá ahora cuente unos tres o cuatro años. Para encontrarlo, el abogado Moxie Castin pide ayuda al detective Charlie Parker. Pero Parker no es el único que ha emprendido esa búsqueda. Tiempo atrás, alguien siguió los pasos de esa joven, alguien que deja cadáveres tras de sí. Y en una casa cercana a los bosques, un teléfono de juguete empieza a sonar. Suena para un niño que está a punto de recibir una llamada de una mujer muerta. Pero, cuando los muertos llaman, sólo Charlie Parker se atreve a contestar.
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