Tusquets Editores (2020)
Páginas: 256
A Rafael Reig le gusta definirse a sí mismo como escritor
que pasó “de joven promesa a malogrado sin parada en estaciones intermedias”,
aplicándose esos azotes sarcásticos que tanto ha repartido por doquier en sus
artículos de crítica literaria aparecidos en diversos periódicos y recopilados
en el tronchante Visto para sentencia (Caballo de Troya 2008):
“Que debo condenar y condeno a D. Antonio, como autor de
los delitos de cursilería llamativa y recurso al tópico, a la pena de redactar
su próxima novela en forma de atestado de la Guardia Civil, sin metáforas ni
hortalizas y con uso continuado del llamado «gerundio benemérito» («Encontrando
al sospechoso y habiendo procedido», etc.).”
Azotes, ya los repartía en esa divertida y barroca historia
de la literatura novelada que es Manual de literatura para caníbales
(Debate, 2006); reeditada en dos volúmenes por Tusquets en 2016: Señales
de humo y La cadena trófica:
“Vio también a Camilo José Cela absorbiendo un litro de
agua por el ano. Después el premio Nobel se comió doce huevos fritos y soltó
una ventosidad atronadora. Vio a Luis García Montero y Almudena Grandes
abrazados y cantando: «Benet y vamos todos con flores a Marías».” Cinco
carambolas de una tacada.
En una entrevista, con motivo de la publicación de Unárbol caído (2015), - para mí su primera gran novela-, Reig declara:
"Yo he sido brillante, ingenioso, irónico... Eso lo
tengo por naturaleza, estoy dotado. He hecho libros dedicados a exhibir mi gran
talento. Ahora llega el momento de dejar de exhibir el talento y de tenerlo. Ya
no es cuestión de ponerme en el borde de la piscina y hacer posturas, ahora me
tiro y tengo que llegar al otro lado.”
Cuesta distinguir cuánto hay de sinceridad, frustración o
resentimiento en un escritor tan hábil, ingenioso y, a ratos, taimado graciosillo como Reig cuando hace
autobiografía en Amor intempestivo (2020), su última novela. Es
lo que tiene el ingenio, que también funciona como cortina de humo. Los temas
son la familia y su devoción por los padres, amores y lances sexuales, amigos,
estancias académicas en USA, abusos alcohólicos y fracasos literarios.
Empieza repartiendo leña a los escritores consagrados de la
generación anterior (no los nombra porque no hace falta): Julián Marías,
Muñoz Molina y Juan José Millás:
“Nuestros predecesores aguantan el tipo como pueden, a
sabiendas de que son un anacronismo. Míralos: uno escribe a máquina y se
comunica por fax, otro se hace pasar por neoyorquino de Brooklyn con acento
andaluz, otro se mete en armarios empotrados que dan a su otro yo... En fin, se
comportan como cuñados con una copa de más en la boda de su hermana, o como
filatélicos obsesos y empecinados.”
Ignorado y ninguneado por otros santones de éxito, los
despacha con una frase cáustica como patada en el culo: Vila-Matas “estaba
bebiendo whisky y me saludó, desde su bruma insensata, con mirada borrosa”.
Muñoz Molina “convirtió el saludo en una despedida inmediata mediante una
maniobra que debía de haber aprendido de algún alcalde en campaña electoral.”
Se apunta a la teoría de su amigo Antonio Orejudo
sobre la “novela vegetal” que, igual que la hamburguesa vegetal se inventó para
los vegetarianos que no les gustan las verduras, aquella se escribe para el público
que no le gusta la literatura: “tenían apariencia de literatura, pero no
eran más que tebeos dirigidos a quienes se aburren con la literatura.”
¿Y de los suyos? ¿De su “generación intempestiva”? Solo
queda autocompadecerse:
“¿Y nosotros? No somos más que un hatajo de acreedores,
se nos debe la gloria y vamos reclamándola por los rincones. Nuestras novelas
pertenecen todas al mismo género literario que los cartones que ponen los
mendigos al lado de su manta: pedimos una limosna de gloria contando nuestra
triste vida, y lo llamamos autoficción.”
Avezado en captar el lado ridículo de casi toda actividad
humana, explica la movida madrileña como un subproducto de los pandilleros y
las paletas provincianas del que luego se apropiaron los pijos, los periodistas
y los políticos: “las provincianas, las pardalas, las isidras, las paletas
construyeron una ciudad incandescente escondida en aquel poblachón manchego”
Reig parece haber llegado a la conclusión de que para
escribir (o vender) una gran novela hay que ponerle hondas emociones y
sentimientos sinceros; pero sin convicción, sin creérselo ni estar hecho para
eso. Y claro, no le sale más que con los padres, algún amigo y una o dos
novias. Pertenece a la escuela de los cínicos y juguetones del lenguaje, de un GarcíaHortelano, un Caballero Bonald e incluso, de un confeso oportunista
como Jesús Pardo, todos ellos obstinados en sumar wiskis, polvos y
devoción por los clásicos, pues los contemporáneos son abyectos competidores. A
estas alturas, situado uno en cierto agnosticismo alcohólico y sexual y ajeno
al absolutismo de los clásicos (puede que Cervantes y el Lazarillo no lo hayan
dicho todo), uno, decía, ya empieza a ver a esas generaciones de los 50 para
acá enturbiadas en una nube de caspa. Alérgico a toda clase de “grandezas”, ni
en el arte, el amor o, por supuesto, en la guerra, creo que las grandes cosas
las hacen personas comunes, y sin proponérselo, por casualidad. Los grandes
hombres suelen provocar grandes matanzas. Y los pequeños libros pueden ofrecer
grandes satisfacciones, como éste y otros de Rafael Reig quien, en el fondo, no
se cree lo de ser un escritor malogrado…, ni lo creemos sus lectores.
Un estímulo: El sentimiento moderado de frustración no es
nada malo; se puede vivir con eso. E incluso se pueden escribir grandes
novelas: ahí tienes a Philip Roth (aunque no sea de tu cuerda).
Un reproche: Alardear del currículo sexual de uno, ni que
sea en tono de existencialista hastiado, con agradecimiento a unas señoritas o
indiferencia hacia otras, sigue siendo cosa fea y demasiado español.
Dicho sea sin ánimo de ofender a uno de los escritores, intempestivo o no, que más me divierte del panorama actual.
Dicho sea sin ánimo de ofender a uno de los escritores, intempestivo o no, que más me divierte del panorama actual.
¿Has leido el libro o te gustaria leerlo?. Haz tu comentario. Has llegit el llibre o t'agradaria llegir-lo ?. Fes el teu comentari.