martes, 2 de agosto de 2016

LOS ÁNGELES QUE LLEVAMOS DENTRO de Steven Pinker - Un libro exhaustivo, ameno, duro, directo y (seguro) controvertido - Valoración 8,5 sobre 10


Título original The better angels of our nature
Traductor Joan Soler Chic
Páginas 1104
Idioma Español
Publicación 2011 (2012)
Editorial Ediciones Paidós Ibérica
 
Tengo amigos que reservan el verano para saldar eternas deudas lectoras pendientes, convencidos que, hasta que las cancelen,  no hallaran la paz intelectual. Son imposiciones que el canon cultural ha estampado en nuestras minúsculas conciencias, casi siempre gruesos y espesos clásicos (si fueran delgados y ligeros ya estarían en la saca), cuya lectura hemos emprendido en varias ocasiones, sin éxito; olvidando que, si en su día no los terminamos, sería por algo. ¿Por qué? Porque nos cansaron, cargaron, nos parecieron indescifrables o empalagosos; en una palabra: aburridos. Cada cual tiene sus propios escollos literarios: fulano se empantana con el Ulises de Joyce, mengano con la Montaña mágica de Mann, zutano con El hombre sin atributos de Musil. ¿Y qué? No pasa nada. Puedes intentarlo otra vez, si tienes una nueva motivación. Por ejemplo: estás intentando escribir y te interesa analizar el estilo de Proust o Mann.
Si hablamos de novelas, coincido con William S. Maugham cuando dice:
“Una persona razonable no lee una novela como si fuera una tarea. La lee como una diversión.” (Diez novelas y sus autores).
Este preámbulo es para recomendar, como lectura de verano, un ensayo histórico-psicológico de más de 1.000 páginas. ¿He enloquecido? Ni hablar. Es ameno, divertido, repleto de datos curiosos y nos abre los ojos a nuevos campos de interés.

Si como yo, ya tienes unos años, a poco que te detengas a pensar, recordarás con estupor la violencia cotidiana, por ejemplo, de los años 60. Si eras un niño, todo el mundo te atizaba con absoluta normalidad: en el colegio o el catecismo parroquial, coscorrones, capones, tirones del pelo, reglazos, pellizcos, por cualquier cosa; en casa, los zapatillazos de tu madre o los correazos de tu padre cuando volvía agotado del pluriempleo y tu madre le hinchaba la cabeza con la relación de trastadas que el niño había perpetrado ese día; las peleas entre pandillas a pedrada limpia; o el mamporro (o bolsazo) que te propinaba cualquier extraño/a si tropezabas con él por accidente. Era lo normal y nadie veía en ello nada malo: si la cagabas, recibías. Eso si hablamos de la violencia con los niños. Otro tanto se podría decir si nos referimos a la violencia con las mujeres, la violencia policial o institucional en cualquiera de sus niveles.
La memoria es frágil y la plasticidad de nuestras mentes hace que nos adaptemos sin sobresaltos a los cambios de hábitos y costumbres de nuestro entorno social. Un abismo nos separa de los años 60 y 70. ¿Cómo sería la violencia cotidiana en la Edad Media o la Antigüedad? Para la Edad Media tardía hay dos libros magníficos que deberían ser de obligada lectura en los institutos, la universidad o donde sea: Un espejo lejano: el calamitoso siglo XIV de Barbara Tuchman, y El otoño de la Edad Media de Johan Huizinga. Ambos relatan, con todo tipo de detalles, el terrible y opresivo escenario en que se desenvolvía la vida humana: procesiones diarias, predicaciones de misioneros, ejecuciones-espectáculo, torturas, persecuciones de judíos, brujas, herejes…
Hablando de predicaciones, Huizinga cuenta:
El hermano Ricardo, predicador popular, predicó, en 1429, en París diez días sucesivos. Hablaba desde las cinco hasta las diez o las once de la mañana en el cementerio de los Inocentes, bajo cuyas galerías estaba pintada la célebre «Danza de la muerte», vuelta la espalda a las fosas comunes, en las cuales yacían amontonados y rebasando de la arcada los cráneos, a la vista del público.”
Sobre la tortura, Pinker dice:
La cristiandad medieval fue una cultura de la crueldad. Gobiernos nacionales
y locales de todo el continente torturaron, y codificaron sistemas
de tortura en leyes que prescribían dejar ciego, marcar a hierro, amputar
manos, orejas, narices y lenguas y otras formas de mutilación por delitos
sin importancia. Las ejecuciones eran orgías de sadismo, que llegaban a su
punto culminante con suplicios prolongados, como quemar a la víctima
en la hoguera, quebrarla en la rueda, desmembrarla con caballos, empalarla
por el recto, destriparla enrollando sus intestinos en un carrete, o incluso
colgándola con un tormento y un estrangulamiento lentos en vez de romperle
el cuello. También la Iglesia cristiana infligió torturas sádicas durante
sus inquisiciones, cazas de brujas y Guerras de Religión.”

Steven Pinker (Montreal, 1954) es un psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense. Es profesor en el Harvard College y defensor de la psicología evolucionista y de la teoría computacional de la mente. Está considerado uno de los intelectuales más influyentes del mundo. En el 2002 publicó “La tabla rasa”, un libro muy polémico en el que discutía los tres pilares del progresismo intelectual:

  1. Que la mente humana no tiene rasgos innatos.
  2. Que las personas nacen buenas y es la sociedad quien las corrompe.
  3. Que tenemos un alma que elige libremente.

El libro causó un enorme revuelo entre los sectores que trabajan para cambiar las mentes humanas: activistas, maestros, trabajadores sociales, feministas, planificadores de protección oficial y formadores sociales. Y levantó ampollas al atacar frontalmente a Richard Lewontin, Stephen Jay Gould y el neurólogo británico Steven Rose por cuestionar (en mayor o menor medida) el determinismo evolucionista.
En “LOS ANGELES QUE LLEVAMOS DENTRO – El declive de la violencia y sus implicaciones”, hace un exhaustivo análisis de la violencia humana desde los grupos de cazadores-recolectores hasta la actualidad. Equipado con una ingente cantidad de datos aportados por antropólogos, historiadores, cronistas, sociólogos, psicólogos sociales, filósofos y pensadores de todas las épocas, nos muestra la humanidad sumida en la violencia, el sadismo y la crueldad de la que empieza a emerger con timidez en el Renacimiento del siglo XVI, y, más decididamente, con la Ilustración del siglo XVIII, en que aparece la necesidad de autocontrol, surgen los sentimientos de empatía hacia nuestros semejantes y nace la razón que, liberada de la autoridad y la tradición, con capacidad para corregir sus propios errores, es el mejor instrumento para generar ideas nuevas.
Es un libro tan copioso y sorprendente en detalles y enfoques que resulta difícil de resumir.

Los siete primeros capítulos son un análisis histórico y estadístico de la violencia humana desde la prehistoria hasta la época actual. Abarca tanto los grandes conflictos – guerras, genocidios, persecuciones, pogromos raciales -, como la violencia cotidiana – castigos, tortura, esclavitud, violencia contra las mujeres y los niños, racismo -.
Para explicarlo se apoya en:
-          Pruebas antropológicas de que los restos humanos prehistóricos presentan elevados niveles de violencia.
-          Textos homéricos y bíblicos que demuestran la crueldad y violencia de la antigüedad. Cita a Jonathan Gottschall para ilustrar la barbarie de las guerras griegas: “Abierto el cuerpo con una facilidad sorprendente por el frío bronce, sus contenidos se vierten en torrentes viscosos: porciones del cerebro aparecen en los extremos de temblorosas lanzas, hombres jóvenes se sujetan las viscerascon manos desesperadas, los ojos son arrancados o cortados del cráneo y brillan ciegos en el polvo. Puntas afiladas crean nuevas entradas y salidas en los cuerpos jóvenes: en el centro de la frente, en las sienes, entre los ojos, en la base del cuello, limpias a través de la boca o la mejilla para salir por el lado contrario, traspasando costados, entrepiernas, nalgas, manos, ombligos, espaldas, estómagos, pezones, pechos, narices, orejas y mentones. [...] Lanzas, picas, flechas, espadas, puñales y piedras codician el sabor de la carne y la sangre. La sangre es rociada y empaña el aire. Vuelan fragmentos de hueso. Se desborda el tuétano de muñones nuevos. [...] Después de la batalla, la sangre fluye de mil heridas mortales o mutilantes, convierte el polvo en barro y hace crecer la hierba de la llanura. Hombres destrozados en el suelo por pesadas cuadrigas, sementales de cascos afilados, sandalias ir reconocibles. Armas y armaduras llenan el campo de batalla. Hay cadáveres por todas partes, descomponiéndose, derritiéndose, un festín para perros, gusanos, moscas y pájaros.”

-          Estadísticas de muertes en relación a la población mundial estimada: “Rummel calcula que el número total de muertos (en las cruzadas) fue de un millón más o menos. Entonces el mundo contaba con una población de unos cuatrocientos millones, en torno a una sexta parte de la cifra correspondiente a mediados del siglo xx, por lo que el número de víctimas causadas por los cruzados equivaldría actualmente a unos seis millones, que es la cifra de judíos que fueron víctimas del genocidio nazi.
-          Citas de autores de la época e historiadores para dar una idea de la barbarie y crueldad desde la antigüedad hasta el siglo XIX. Como ejemplo, esta cita del manual de urbanidad de Erasmo en 1.530 “De la urbanidad en las maneras de los niños” en el que “al establecer reglas sobre lo que la gente no debe hacer, estos manuales nos procuran una instantánea de lo que debían estar haciendo”: “No ensucies las escaleras, los pasillos, los retretes o los tapices de las paredes con orina u otras porquerías. • No orines delante de las damas ni delante de las puertas o ventanas de las cámaras de la corte. • No te balancees de adelante atrás en la silla como si quisieras eliminar los gases. • No te toques las partes pudendas bajo la ropa con las manos desnudas. • No saludes a nadie mientras esté orinando o defecando. • No hagas ruido cuando elimines los gases. • No te desabroches la ropa delante de otras personas cuando te prepares para defecar, o abróchatela después. • Cuando duermas con alguien en una posada, no te coloques demasiado cerca hasta el punto de tocarle ni pongas las piernas entre las suyas. • Si te encuentras con algo asqueroso en la cama, no te dirijas a tu compañero para indicárselo, ni sostengas la cosa maloliente para que el otro la huela diciendo «Me gustaría saber a qué huele esto».

En el capítulo 7 estudia el surgimiento de las revoluciones por los derechos: civiles, de las mujeres, los niños, los gays y los animales.

En el capítulo 8, desde la genética y la psicología evolutiva y experimental, estudia nuestro lado oscuro: la depredación, dominación, la venganza y el sadismo. Nos habla de ausencia histórica de proporcionalidad entre delito y pena, de la importancia del razonamiento abstracto, del efecto Flynn, del anonadamiento moral…Pone a nuestro alcance un ingente arsenal bibliográfico (con cientos de notas) para glotones de curiosidad histórica o psicológica.

En el capítulo 9, revisa los factores que han contribuido al descenso de la violencia: la empatía, el autocontrol, la moralidad y la razón; cómo han surgido y evolucionado, con sus altibajos, para acabar con un vehemente defensa de la razón:
La empatia es un círculo que se puede ensanchar, pero su elasticidad
está limitada por el parentesco, la amistad, la semejanza y la ricura. Llega
a un punto límite mucho antes de rodear al conjunto completo de personas
que, según nos dice la razón, han de ser objeto de nuestra preocupación
moral. Del mismo modo, la empatia está expuesta al rechazo por ser
considerada en ocasiones mero sentimentalismo. Es la razón la que nos
enseña los trucos para ampliar la empatia, y es la razón la que nos explica
cómo y cuándo hemos de convertir nuestra compasión hacia un desconocido
digno de lástima en una política real aplicable.

El capítulo 10 cierra el libro reflexionando sobre las verdaderas razones de la violencia que, para Pinker, no son la proliferación de armas, ni las luchas por los recursos, ni, por el contrario, la prosperidad explica el descenso de violencia. Las ideologías y la religión son factores de violencia. Contribuyen a su descenso: el estado justo, el comercio, la feminización de la sociedad que la aleja de la cultura del honor varonil, la educación y la cultura, el predominio de la razón, la ciencia y la tecnología.
Reconoce el papel de la empatía, el autocontrol y la moral natural, pero señala sus efectos limitados (siempre han estado ahí y no han evitado la violencia) y atribuye al pensamiento abstracto, producto de la razón, el poder de expandir el radio de influencia de los sentimientos.
Así resume la crítica a los nostálgicos del pasado:
Y aquí es donde una historia sin sentimentalismos y unos conocimientos
estadísticos básicos pueden cambiar nuestra idea de la modernidad,
pues ponen de manifiesto que la nostalgia de un pasado pacífico es la
máxima vana ilusión. Sabemos que muchos pueblos indígenas, cuya vida
aparece tan idealizada en los libros infantiles actuales, tenían índices de
muertes debidas a la guerra muy superiores a las de nuestras guerras mundiales.
Las visiones románticas de la Europa medieval omiten los refinados
instrumentos de tortura y se muestran ajenas al riesgo de asesinato
—treinta veces mayor— en aquellos tiempos. Los siglos de los que algunas
personas sienten nostalgia fueron épocas en las que se podía cortar la nariz
a la esposa de un adúltero, colgar a un niño de 7 años por robar una enagua,
cobrar a la familia del preso por aflojarle los grilletes, cortar en dos a
una bruja o azotar a un marinero hasta hacerlo papilla. Los tópicos morales
de nuestra época, como que la esclavitud, la guerra y la tortura son
cosas terribles, habrían sido sensiblería empalagosa; y nuestra idea de los
derechos humanos universales, algo incoherente e inconcebible. Los genocidios
y los crímenes de guerra no figuraban en el registro histórico sólo
porque a nadie le parecía por aquel entonces que fueran nada del otro
mundo. Con la perspectiva de casi siete décadas transcurridas desde las
guerras mundiales y los genocidios de la primera mitad del siglo xx, vemos
que no eran presagios de algo peor ni tampoco una nueva normalidad a la
que el mundo estuviera habituándose, sino una zona local de altas presiones
desde la que se bajaría traqueteando. Y las ideologías subyacentes no
eran elementos entretejidos en la modernidad sino atavismos que acabaron
en el basurero de la historia.”

Un libro exhaustivo, ameno, duro y directo que, siguiendo la estela de “La tabla rasa”,
provocará controversia entre la intelectualidad progresista. Un 8,5.

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