Título original The better angels of our nature
Traductor Joan Soler Chic
Páginas 1104
Idioma Español
Publicación 2011 (2012)
Editorial Ediciones Paidós Ibérica
Tengo amigos que reservan el verano para saldar eternas
deudas lectoras pendientes, convencidos que, hasta que las cancelen, no hallaran la paz intelectual. Son
imposiciones que el canon cultural ha estampado en nuestras minúsculas
conciencias, casi siempre gruesos y espesos clásicos (si fueran delgados y
ligeros ya estarían en la saca), cuya lectura hemos emprendido en varias
ocasiones, sin éxito; olvidando que, si en su día no los terminamos, sería por
algo. ¿Por qué? Porque nos cansaron, cargaron, nos parecieron indescifrables o
empalagosos; en una palabra: aburridos. Cada cual tiene sus propios escollos
literarios: fulano se empantana con el Ulises de Joyce, mengano con la Montaña mágica de Mann,
zutano con El hombre sin atributos de Musil. ¿Y qué? No pasa nada. Puedes
intentarlo otra vez, si tienes una nueva motivación. Por ejemplo: estás
intentando escribir y te interesa analizar el estilo de Proust o Mann.
Si hablamos de novelas, coincido con William S. Maugham
cuando dice:
“Una persona razonable no lee una novela como si fuera una
tarea. La lee como una diversión.” (Diez novelas y sus autores).
Este preámbulo es para recomendar, como lectura de verano,
un ensayo histórico-psicológico de más de 1.000 páginas. ¿He enloquecido? Ni
hablar. Es ameno, divertido, repleto de datos curiosos y nos abre los ojos a
nuevos campos de interés.
Si como yo, ya tienes unos años, a poco que te detengas a
pensar, recordarás con estupor la violencia cotidiana, por ejemplo, de los años
60. Si eras un niño, todo el mundo te atizaba con absoluta normalidad: en el
colegio o el catecismo parroquial, coscorrones, capones, tirones del pelo,
reglazos, pellizcos, por cualquier cosa; en casa, los zapatillazos de tu madre
o los correazos de tu padre cuando volvía agotado del pluriempleo y tu madre le
hinchaba la cabeza con la relación de trastadas que el niño había perpetrado
ese día; las peleas entre pandillas a pedrada limpia; o el mamporro (o bolsazo)
que te propinaba cualquier extraño/a si tropezabas con él por accidente. Era lo
normal y nadie veía en ello nada malo: si la cagabas, recibías. Eso si hablamos
de la violencia con los niños. Otro tanto se podría decir si nos referimos a la
violencia con las mujeres, la violencia policial o institucional en cualquiera
de sus niveles.
La memoria es frágil y la plasticidad de nuestras mentes
hace que nos adaptemos sin sobresaltos a los cambios de hábitos y costumbres de
nuestro entorno social. Un abismo nos separa de los años 60 y 70. ¿Cómo sería
la violencia cotidiana en la Edad Media
o la Antigüedad?
Para la Edad Media
tardía hay dos libros magníficos que deberían ser de obligada lectura en los
institutos, la universidad o donde sea: Un
espejo lejano: el calamitoso siglo XIV de Barbara Tuchman, y El otoño de la Edad Media de Johan
Huizinga. Ambos relatan, con todo tipo de detalles, el terrible y opresivo
escenario en que se desenvolvía la vida humana: procesiones diarias,
predicaciones de misioneros, ejecuciones-espectáculo, torturas, persecuciones
de judíos, brujas, herejes…
Hablando de predicaciones, Huizinga cuenta:
“El hermano Ricardo,
predicador popular, predicó, en 1429, en París diez días sucesivos. Hablaba
desde las cinco hasta las diez o las once de la mañana en el cementerio de los
Inocentes, bajo cuyas galerías estaba pintada la célebre «Danza de la muerte»,
vuelta la espalda a las fosas comunes, en las cuales yacían amontonados y
rebasando de la arcada los cráneos, a la vista del público.”
Sobre la tortura, Pinker dice:
“La cristiandad
medieval fue una cultura de la crueldad. Gobiernos nacionales
y locales de todo el
continente torturaron, y codificaron sistemas
de tortura en leyes
que prescribían dejar ciego, marcar a hierro, amputar
manos, orejas, narices
y lenguas y otras formas de mutilación por delitos
sin importancia. Las
ejecuciones eran orgías de sadismo, que llegaban a su
punto culminante con
suplicios prolongados, como quemar a la víctima
en la hoguera,
quebrarla en la rueda, desmembrarla con caballos, empalarla
por el recto,
destriparla enrollando sus intestinos en un carrete, o incluso
colgándola con un
tormento y un estrangulamiento lentos en vez de romperle
el cuello. También la Iglesia cristiana infligió
torturas sádicas durante
sus inquisiciones,
cazas de brujas y Guerras de Religión.”
Steven Pinker (Montreal, 1954) es un psicólogo experimental,
científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense. Es profesor en el
Harvard College y defensor de la psicología evolucionista y de la teoría
computacional de la mente. Está considerado uno de los intelectuales más influyentes
del mundo. En el 2002 publicó “La tabla
rasa”, un libro muy polémico en el que discutía los tres pilares del
progresismo intelectual:
- Que la mente humana no tiene rasgos innatos.
- Que las personas nacen buenas y es la sociedad quien las corrompe.
- Que tenemos un alma que elige libremente.
El libro causó un enorme revuelo entre los sectores que
trabajan para cambiar las mentes humanas: activistas, maestros, trabajadores
sociales, feministas, planificadores de protección oficial y formadores
sociales. Y levantó ampollas al atacar frontalmente a Richard Lewontin, Stephen
Jay Gould y el neurólogo británico Steven Rose por cuestionar (en mayor o menor
medida) el determinismo evolucionista.
En “LOS ANGELES QUE LLEVAMOS DENTRO – El declive de la
violencia y sus implicaciones”, hace un exhaustivo análisis de la violencia
humana desde los grupos de cazadores-recolectores hasta la actualidad. Equipado
con una ingente cantidad de datos aportados por antropólogos, historiadores,
cronistas, sociólogos, psicólogos sociales, filósofos y pensadores de todas las
épocas, nos muestra la humanidad sumida en la violencia, el sadismo y la
crueldad de la que empieza a emerger con timidez en el Renacimiento del siglo
XVI, y, más decididamente, con la Ilustración del siglo XVIII, en que aparece la
necesidad de autocontrol, surgen los sentimientos de empatía hacia nuestros
semejantes y nace la razón que, liberada de la autoridad y la tradición, con
capacidad para corregir sus propios errores, es el mejor instrumento para
generar ideas nuevas.
Es un libro tan copioso y sorprendente en detalles y
enfoques que resulta difícil de resumir.
Los siete primeros
capítulos son un análisis histórico y estadístico de la violencia humana
desde la prehistoria hasta la época actual. Abarca tanto los grandes conflictos
– guerras, genocidios, persecuciones, pogromos raciales -, como la violencia
cotidiana – castigos, tortura, esclavitud, violencia contra las mujeres y los
niños, racismo -.
Para explicarlo se apoya en:
-
Pruebas antropológicas
de que los restos humanos prehistóricos presentan elevados niveles de
violencia.
-
Textos homéricos
y bíblicos que demuestran la crueldad y violencia de la antigüedad. Cita a Jonathan
Gottschall para ilustrar la barbarie de las guerras griegas: “Abierto el cuerpo con una facilidad sorprendente
por el frío bronce, sus contenidos se
vierten en torrentes viscosos: porciones del cerebro aparecen en los extremos de temblorosas lanzas,
hombres jóvenes se sujetan las viscerascon manos desesperadas, los ojos son
arrancados o cortados del cráneo y brillan ciegos en el polvo. Puntas afiladas crean nuevas entradas y salidas en
los cuerpos jóvenes: en el centro de
la frente, en las sienes, entre los ojos, en la base del cuello, limpias a través de la boca o la mejilla para salir
por el lado contrario, traspasando
costados, entrepiernas, nalgas, manos, ombligos, espaldas, estómagos, pezones, pechos, narices, orejas
y mentones. [...] Lanzas, picas,
flechas, espadas, puñales y piedras codician el sabor de la carne y la sangre. La sangre es rociada y empaña el
aire. Vuelan fragmentos de hueso. Se desborda
el tuétano de muñones nuevos. [...] Después
de la batalla, la sangre fluye de mil heridas mortales o mutilantes, convierte el polvo en barro y hace crecer la
hierba de la llanura. Hombres destrozados
en el suelo por pesadas cuadrigas, sementales de cascos afilados, sandalias ir reconocibles. Armas y armaduras
llenan el campo de batalla. Hay cadáveres
por todas partes, descomponiéndose, derritiéndose, un festín para perros, gusanos, moscas y pájaros.”
-
Estadísticas
de muertes en relación a la población mundial estimada: “Rummel calcula que el número total de muertos (en las cruzadas) fue de
un millón más o menos. Entonces el mundo contaba con una población de unos
cuatrocientos millones, en torno a una sexta parte de la cifra correspondiente
a mediados del siglo xx, por lo que el número de víctimas causadas por los
cruzados equivaldría actualmente a unos seis millones, que es la cifra de
judíos que fueron víctimas del genocidio nazi.”
-
Citas de
autores de la época e historiadores para dar una idea de la barbarie y crueldad
desde la antigüedad hasta el siglo XIX. Como ejemplo, esta cita del manual de
urbanidad de Erasmo en 1.530 “De la
urbanidad en las maneras de los niños” en el que “al establecer reglas sobre lo que la gente no debe hacer, estos
manuales nos procuran una instantánea de lo que debían estar haciendo”: “No ensucies las escaleras, los pasillos, los
retretes o los tapices de las paredes con orina u otras porquerías. • No orines
delante de las damas ni delante de las puertas o ventanas de las cámaras de la
corte. • No te balancees de adelante atrás en la silla como si quisieras
eliminar los gases. • No te toques las partes pudendas bajo la ropa con las
manos desnudas. • No saludes a nadie mientras esté orinando o defecando. • No
hagas ruido cuando elimines los gases. • No te desabroches la ropa delante de
otras personas cuando te prepares para defecar, o abróchatela después. • Cuando
duermas con alguien en una posada, no te coloques demasiado cerca hasta el
punto de tocarle ni pongas las piernas entre las suyas. • Si te encuentras con
algo asqueroso en la cama, no te dirijas a tu compañero para indicárselo, ni
sostengas la cosa maloliente para que el otro la huela diciendo «Me gustaría
saber a qué huele esto».”
En el capítulo 7
estudia el surgimiento de las revoluciones por los derechos: civiles, de las
mujeres, los niños, los gays y los animales.
En el capítulo 8,
desde la genética y la psicología evolutiva y experimental, estudia nuestro
lado oscuro: la depredación, dominación, la venganza y el sadismo. Nos habla de
ausencia histórica de proporcionalidad entre delito y pena, de la importancia
del razonamiento abstracto, del efecto Flynn, del anonadamiento moral…Pone a
nuestro alcance un ingente arsenal bibliográfico (con cientos de notas) para
glotones de curiosidad histórica o psicológica.
En el capítulo 9,
revisa los factores que han contribuido al descenso de la violencia: la
empatía, el autocontrol, la moralidad y la razón; cómo han surgido y evolucionado,
con sus altibajos, para acabar con un vehemente defensa de la razón:
“La empatia es un
círculo que se puede ensanchar, pero su elasticidad
está limitada por el
parentesco, la amistad, la semejanza y la ricura. Llega
a un punto límite
mucho antes de rodear al conjunto completo de personas
que, según nos dice la
razón, han de ser objeto de nuestra preocupación
moral. Del mismo modo,
la empatia está expuesta al rechazo por ser
considerada en
ocasiones mero sentimentalismo. Es la razón la que nos
enseña los trucos para
ampliar la empatia, y es la razón la que nos explica
cómo y cuándo hemos de
convertir nuestra compasión hacia un desconocido
digno de lástima en
una política real aplicable.”
El capítulo 10
cierra el libro reflexionando sobre las verdaderas razones de la violencia que,
para Pinker, no son la proliferación de armas, ni las luchas por los recursos,
ni, por el contrario, la prosperidad explica el descenso de violencia. Las
ideologías y la religión son factores de violencia. Contribuyen a su descenso: el
estado justo, el comercio, la feminización de la sociedad que la aleja de la
cultura del honor varonil, la educación y la cultura, el predominio de la
razón, la ciencia y la tecnología.
Reconoce el papel de la empatía, el autocontrol y la moral
natural, pero señala sus efectos limitados (siempre han estado ahí y no han
evitado la violencia) y atribuye al pensamiento abstracto, producto de la razón,
el poder de expandir el radio de influencia de los sentimientos.
Así resume la crítica a los nostálgicos del pasado:
“Y aquí es donde una
historia sin sentimentalismos y unos conocimientos
estadísticos básicos
pueden cambiar nuestra idea de la modernidad,
pues ponen de
manifiesto que la nostalgia de un pasado pacífico es la
máxima vana ilusión.
Sabemos que muchos pueblos indígenas, cuya vida
aparece tan idealizada
en los libros infantiles actuales, tenían índices de
muertes debidas a la
guerra muy superiores a las de nuestras guerras mundiales.
Las visiones
románticas de la Europa
medieval omiten los refinados
instrumentos de
tortura y se muestran ajenas al riesgo de asesinato
—treinta veces mayor—
en aquellos tiempos. Los siglos de los que algunas
personas sienten
nostalgia fueron épocas en las que se podía cortar la nariz
a la esposa de un
adúltero, colgar a un niño de 7 años por robar una enagua,
cobrar a la familia
del preso por aflojarle los grilletes, cortar en dos a
una bruja o azotar a
un marinero hasta hacerlo papilla. Los tópicos morales
de nuestra época, como
que la esclavitud, la guerra y la tortura son
cosas terribles,
habrían sido sensiblería empalagosa; y nuestra idea de los
derechos humanos
universales, algo incoherente e inconcebible. Los genocidios
y los crímenes de
guerra no figuraban en el registro histórico sólo
porque a nadie le
parecía por aquel entonces que fueran nada del otro
mundo. Con la
perspectiva de casi siete décadas transcurridas desde las
guerras mundiales y
los genocidios de la primera mitad del siglo xx, vemos
que no eran presagios
de algo peor ni tampoco una nueva normalidad a la
que el mundo estuviera
habituándose, sino una zona local de altas presiones
desde la que se
bajaría traqueteando. Y las ideologías subyacentes no
eran elementos
entretejidos en la modernidad sino atavismos que acabaron
en el basurero de la
historia.”
Un libro exhaustivo, ameno, duro y directo que, siguiendo la
estela de “La tabla rasa”,
provocará controversia entre la intelectualidad progresista.
Un 8,5.
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