jueves, 31 de mayo de 2018

TRES NITS de Austin Wright - Realisme comercial amb dignes pretensions. Molt entretinguda. Valoració 8/10

Títol original: Tony and Susan
Any de 1a. publicació en idioma original: 1993
Traducció: Josep Daurella
Nº de páginas: 400 págs.
Editorial: EDICIONS PROA S.A

Mentre Arnold, el marit de Susan des de fa vint anys, es troba de viatge, ella rep per correu l'original d'una novel·la de l'Edward, el seu primer marit, amb una nota en què li demana la seva opinió. La novel·la es titula "Bèsties nocturnes" i tracta de l'atac que Tom, la seva dona i la seva filla, pateixen per part de tres brètols psicòpates durant un viatge de vacances a Maine. Susan llegeix la novel·la en tres nits.
"Tres nits" conté dues històries: la de "Bèsties nocturnes", un relat de suspens a l'estil "crim de carretera" i, en paral·lel, els records, reflexions i dubtes que sorgeixen en Susan durant la lectura.

La primera meitat de "Bèsties nocturnes" manté un to tens i vibrant on l'amenaça de violència es torna aclaparadora. La segona meitat en què Laura i Helen, dona i filla de Tom són violades i assassinades, resulta més confusa a causa de l'abús, per part de Wright, d'interminables diàlegs circulars i la presentació desgavellada de les dues escenes d'acció més decisives. Davant la brutalitat dels fets, els dubtes morals i les feixugues objeccions legals de Tom són els típics d'un cagacalces, per més que s'intentin vestir de comportaments civilitzats. Queda clar que de no ser per l'obstinació de Bobby Andes, el policia que decideix venjar-se dels tres patans, Tom no hauria trigat a resignar-se, oblidar l'assumpte, i refer la seva miserable vida de rata acadèmica.


Tinc els meus dubtes a l'hora de qualificar aquesta novel·la. Pot ser que la malaptesa amb què es resolen les escenes de violència no sigui més que el reflex de la violència real. Estem acostumats a l'estètica de la violència cinematogràfica, amb la seva mecànica i ordre propis, i oblidem que les baralles reals són embarulladas, caòtiques i gens estètiques. El mateix passa amb aquests diàlegs circulars, interminables i elusius - entre Ray Marcus i Tom i Bobby Andes i Tom - en què sembla que un no pregunta el que desitja saber i l'altre no vol conèixer la veritable resposta. En ambdós casos, potser sigui un intent de crear un efecte d'autenticitat que, a la pràctica, ho fa inintel·ligible. No ho se. Li dono un vuit, però reconec que un lector menys punyeter li podria donar un nou. La novel·la té nervi, tensió i estil depurat i eficaç.
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lunes, 28 de mayo de 2018

LOS MECANISMOS DE LA FICCIÓN de James Wood - Entre lo sutil y lo nimio - Valoración 7,5/10

Título original: How Fiction Works
© 2008, James Wood
© 2009, Ana Herrera, por la traducción
Traducción cedida por acuerdo con RBA Libros, S. A.
© 2016, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

James Wood es uno de los críticos literarios de cabecera del The New Yorker y, en internet, se pueden encontrar sus colaboraciones en “The Guardian”, la “London Review of Books” o “The New Republic”. Wood no elude la polémica ni los zascas como cuando dice que Foster Wallace es aburrido o califica al estilo de Zadie Smith en “Dientes blancos” de realismo histérico (1). Le carga el extenuante despliegue de «estilo» de autores como Updike, Nabokov y Wallace; eso le acarrea muchos admiradores; pero también detractores. Toma partido por un realismo amplio en el que cabe todo menos los excesos experimentales.

 “(El realismo) no puede ser un género; por el contrario, hace que otras formas de ficción parezcan géneros.” Estoy de acuerdo. El realismo, más que un género, es la referencia comparativa de otros géneros. ¿Por qué apreciamos mejor una novela fantástica si es más “realista”? Porque el realismo es el anclaje de un relato con nuestra conciencia lectora, los puntos de contacto con el mundo exterior (historia, sociedad, familia) o interior (inquietudes, intereses, pasiones) que lo hacen verosímil. Más que real, queremos que una historia sea verisímil, es decir, que parezca real, o mejor y, para mí, menos estrecho, que parezca posible. Podemos aceptar ángeles, hadas, elfos, vampiros, orcos…, siempre que sus psicologías sean coherentes, verosímiles y reconocibles por sus rasgos humanos o (in)humanos.

Hace una crítica más cercana a la interpretación estética que a la exposición descriptiva, lo que plantea problemas comparativos demasiado abiertos a la subjetividad. Me parece exacta y brillante su definición de metáfora: “El resultado es un diminuto respingo de sorpresa, seguido por una sensación de inevitabilidad.” Pero lo dice en medio de un largo análisis y disección de algunas metáforas de Céline, Nabokov, Woolf o Mansfield y, de acuerdo con la muy certera teoría del “respingo”, a la metáfora le pasa lo que al chiste: si tienes que explicarlo pierde la gracia. Si la metáfora es un impacto, dependerá del bagaje literario y vital del lector, incluso de su estado receptivo del momento. ¿Cómo decidir la superioridad de una sobre otra?
Los detalles importan, el narrador nunca es omnisciente porque elige lo que mira, los diálogos deben saber callar, los personajes no son redondos o planos y con dos palabras puede decirse mucho. Un ejemplo sacado de Maupassant: «Era un caballero con patillas rojas que siempre pasaba el primero por una puerta». Todo eso es cierto, pero insuficiente. El libro debería llamarse “Algunos mecanismos de la ficción” puesto que deja fuera otros muchos. No habla del tema, el tiempo, la estructura narrativa o el suspense. ¡El suspense! En su sentido amplió es la habilidad de suscitar preguntas en el lector e interés por las respuestas que el autor sabrá demorar. Entendido así, toda obra de ficción es de suspense, incluso la descripción de un paisaje. Fijémonos en la cita de Maupassant… ¿No suscita preguntas?

Yo veo la ficción como un juego al que el autor intenta arrastrarnos, involucrarnos. Pronto vemos si las reglas, el diseño y los retos que propone el juego nos interesa y decidimos si participamos o no. Podemos abandonar en cualquier momento si el diseño nos parece malo (estilo), las reglas confusas (incoherencias, desequilibrios) o el reto poco estimulante (temas y conflictos triviales). A partir de ahí, todo vale. El experimentalismo es lo que al cine los efectos especiales: se prueban, y si funcionan, con el tiempo se aceptan como canónicos. No creo que el autor, de manera premeditada, piense en hipérboles, tropos, retruécanos, simbolismos, alegorías, estilos indirectos libres u otras figuras retóricas; pinta con los colores que se adaptan a su historia y que mejor maneja.
Wood es un crítico brillante y sutil -pero lo sutil linda con lo nimio- al tiempo que parcial y arbitrario. En su libro hay más exhibicionismo intelectual que pedagogía. Mucho mejor, por lo que recuerdo, “El arte de la ficción” de David Lodge. Habrá que releerlo.


NOTAS

1.                  Respuesta de Zadie Smith:  https://www.theguardian.com/books/2001/oct/13/fiction.afghanistan
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jueves, 24 de mayo de 2018

OBAGA de Albert Villaró - Vaques que badallen de matinada. - Valoració 8,5/10

Nº de páginas: 144 págs.
Editorial: LA MAGRANA
Any de 1ª publicació 2003

Petita peça en forma de thriller pirinenc en el to desenfadat i estil rotund característic de l'Albert Villaró, un dels autors més brillants i divertits de les lletres catalanes.


Els fets succeeixen en Llobarca, prop de la frontera amb el Marquesat de Somorra. El Tomàs de cal Mostatxo té una núvia tradicional que el va arrossegant a una inexorable boda; però està secretament enamorat de la Magalí, companya del seu amic David, periodista fugit a l'Pirineu per algun article compromès. En contra del consell de Tomás, David obté unes fotografies nocturnes que proven el tràfic d'armes a la frontera i publica amb pseudònim un article denúncia en una revista de gran tirada que desferma les represàlies de Lalín, el cap dels traficants. Xocs entre el clan de contraban de tabac (de tota la vida) i el de tràfic d'armes, antics membres del GRAPO, un comissari baixet anomenat "Torrebruno" i una vaca que es diu "Fabiola".
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miércoles, 23 de mayo de 2018

EN CUERPO Y EN LO OTRO de David Foster Wallace - El DFW más ingenioso, brillante y divertido. Valoración 8,5/10

Título original: Both Flesh and Not
Traducción de Javier Calvo
Nº de páginas: 304 págs.
Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE

Leo ensayo para despejarme la cabeza, despertar de una forma de somnolencia producida por otras lecturas, como desfragmentar y reordenar el disco cerebral. En el ensayo busco ideas diferentes y nuevas formas de expresarlas; todo lo que David Foster Wallace (DFW) te ofrece a paletadas. Uno lo lee con el asombro que suscita el ingenio y brillo del aventurero intelectual y la resignada convicción de que tales dones se admiran, pero no se pegan.
DFW se resiste a definir ensayo: “sentimos que reconocemos un ensayo cuando lo vemos”. Tratamos con los libros de ensayos “como si fueran cajas de bombones variados”. Pues eso.
¿De qué tratan los quince ensayos recopilados? De sus filias favoritas: tenis, matemáticas, lexicografía, cultura audiovisual… Ensayos culturales sobre la influencia de los efectos especiales en el cine (1998), los autores jóvenes de los 80, una crítica demoledora de Una vida de Edwin Williamson, una biografía de Borges. No me convence su crítica entusiasta de “La amante de Wittgenstein”, de David Markson (1988). Por encomiable que sea su esfuerzo para ayudarnos a digerirla me parece una novela oscura, angosta y taquigráfica que nunca leeré.
¿Los bombones que más me han gustado? «Veinticuatro palabras inglesas anotadas», estupendo ensayo sobre lexicografía. “Lo mejor del poema en prosa”, original reseña en forma “indexada/estadística/esquemática” en la que, entre otras lindezas, nos obsequia con la raíz cuadrada del ISBN del libro.

No me alargo, tengo tres reseñas pendientes que empujan. El DFW más ingenioso, brillante y divertido.
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viernes, 18 de mayo de 2018

RELOJES DE HUESO de David Mitchell - Sin el roto de 100 páginas de Dragon Ball, sería una obra maestra - Valoración 8,5/10

Título original: The Bone Clocks
David Mitchell, 2014
Traducción: Laura Salas Rodríguez
Nº de páginas: 720 págs.
Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE

“—Un libro no puede tener la mitad de fantasía, igual que una mujer no puede estar la mitad de embarazada.”
Parece claro que David Mitchell sabe los riesgos que corre. La fantasía es un colorante poderoso y una sola gota puede teñir la novela entera; pero en “Relojes de hueso” Mitchell se empeña en demostrar lo contrario. Lo consigue en las primeras 450 páginas, pincha durante ciento y pico y se rehace en la parte final. El pinchazo quizá le costó el premio Booker 2014 al que era finalista.

Holly Sykes, el personaje principal, habla en la primera parte, cuando huye de casa con 15 años en 1984 y en la última, en el 2043 a los 75 años, desde una granja en Irlanda donde sobrevive en una sociedad que, agotados sus recursos, ha retrocedido a una era pre-industrial. En medio, toman la palabra distintos personajes que entran en contacto con Holly Sykes en diferentes momentos de su vida. Hugo Lamb, cínico estudiante de Oxbridge, narra la segunda parte en tono de auténtica novela de campus. Incluye unas vacaciones en Suiza donde conoce a Sykes que en 1991 anda por allí trabajando de camarera. Ed Brubeck ayudó a Sykes en su huida de 1984. Ahora, en 2004, es corresponsal de guerra, tiene una hija con Sykes y cuenta el angustioso episodio en que la niña desaparece. La cuarta parte, una sátira de la industria editorial, transcurre en 2015 y corre a cargo de Crispin Hershey, escritor de éxito frustrado ante las bajas ventas de su última novela. Y llegamos a la quinta parte (año 2025), fantasía pura donde se cuenta la historia y la guerra de los “horologistas” (los buenos) y los “anacoretas” (los malos), las dos estirpes de “atemporales” que se enfrentan a muerte a través de los siglos. La gran batalla final se libra en un lugar cuyo nombre suena a broma: “Los anacoretas de la capilla del Crepúsculo del Cátaro Ciego del monasterio tomasita del Paso de Sidelhorn.” De hecho, un personaje lo señala comentando: “-Muy largo para las tarjetas de visita”. Este choque de psicofuerzas, al estilo Dragon Ball, es la parte más floja de la novela; como si Mitchell, chutado con alguna sustancia o algo así, hubiera decidido lanzarse al desvario.
La sexta y última parte (año 2043) es una distopía. La humanidad ha agotado los recursos energéticos, Europa está en parte colonizada por China y resurgen los fanatismos religiosos y el vandalismo. Holly Sykes, a los 75 años, sobrevive en una granja irlandesa e intentará poner a salvo a sus dos nietos.

David Mitchell es un virtuoso de la ironía, un mago con las metáforas y los símiles de impacto, un ventrilocuo de los tonos, un brillante y promiscuo mezclador de géneros; su prosa, elegante como en Nabocov y rotunda como en Martin Amis, tiene brillo, descaro y frescura; se atreve y arriesga con los temas hasta correr peligro de salirse de pista. Y a veces se sale. Es por ese impulso fantástico o trascendennte (no lo tengo claro) que lo arrastra. Al moverse en el filo, la cosa funciona cuando lo real se diluye en lo fantástico sin que se noten las transiciones, las costuras; entonces la novela sale redonda y compacta como sucede con “La casa en el callejón”. ¡Ojo! “Relojes de hueso” no es un obra fallida. Es divertida y emocionante, con chispa en cada párrafo. Pocas veces he leído de un tirón una novela de más de 700 páginas. Es un monumento de la narrativa actual de granítica solidez, solo desequilibrado por un pedazo de plomo: esas 100 páginas de guerra paranormal de las galaxias.
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martes, 8 de mayo de 2018

LA CASA EN EL CALLEJÓN de David Mitchell - Si visitas Slade House estás muerto - Valoración 9/10

Título original: Slade House
David Mitchell, 2017
Traducción: Laura Salas Rodríguez
Nº de páginas: 224 págs.
Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE

Si subes por la escalera de Slade House y ves tu retrato colgado en la pared, con la misma ropa que llevas ahora, solo que no tienes ojos, estás dentro de una “plegaria” de los gemelos Norah y Jonah Grayer y vas a morir. O estás en una animada fiesta estudiantil y al pasar por la sala de televisión ves que en un informativo especial anuncian tu propia desaparición hace cinco días, te dirás que no puede ser, que se trata de un error… Pero no es así, también vas a morir.
Puede que no te guste el género fantástico o de terror; a mí tampoco. Si ese es el caso, tienes que probar con David Mitchell porque lo que él escribe es otra cosa. Su estilo vivaz, su desparpajo narrativo, hacen que el lector descreído se sienta cómodo en un mundo real. Nada de apariciones o fenómenos paranormales, nada que puedas decir “alto, por ahí no paso”. La transición es tan sutil, el detalle tan insignificante, que sin opción a resistir te has metido de cabeza en la irrealidad o, mejor, en otra “burbuja de realidad”. Y ya estás involucrado. Mitchell te la ha colado y no vas a poder parar.

Las novelas de Mitchell recuerdan los dibujos de Escher: escaleras que suben bajando, dos manos que se dibujan una a la otra… No se trata de simples paradojas, es una especie de surrealismo cuántico y recursivo que infiltra lo cotidiano. Lo que dije en febrero del 2016 para “Escritos fantasma” vale para “La casa en el callejón”:

“Es una novela entretenida, divertida y fascinante. Tiene fuerza, brío, sentido del humor y desparpajo.” Con la ventaja que “La casa en el callejón” es más breve, menos compleja y más efectiva que otras obras de Mitchell: el perfecto anzuelo. Pero, cuidado, si lo muerdes…
¿No te fías de mi autoridad? Normal. Haces bien. Pero que sepas que James Wood, crítico literario del “The New Yorker” pone a Mitchell al lado Nabocov, Saramago y Roth y por encima de Paul Auster y Umberto Eco. Aquí tienes el articulo:
https://www.newyorker.com/magazine/2010/07/05/the-floating-library
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viernes, 4 de mayo de 2018

MATANDO EL TIEMPO de Paul Feyerabend - Ironía lapidaria y distancia emocional del filósofo rompe-métodos.- Valoración 9/10

Título original: Ammazzando il tempo (Un’ autobiografia)
Paul Feyerabend, 1994
Traducción: Fabrián Chueca
Páginas: 216
Editorial Debate

Por cada libro terminado y reseñado hay siete u ocho empezados que se quedan en la cuneta; unos no colman mis expectativas, para otros no es su momento. Sabes lo que te pide el cuerpo, te pones a ello, hincas un diente aquí y otro allá, y nada, que no entran. El pasado mes de abril batió el récord de abandonos de los últimos años con solo un libro reseñado. El cuerpo me pedía algo que me hiciera pensar sin caer en la perogrullada o el galimatías. Pruebo con la filosofía del derecho, dos libros de Ronald Dworkin y uno de Michael Walzer. Dworkin empieza claro y cristalino (muy interesante su teoría de la interpretación), pero se enturbia en la defensa de la moral universal. Walzer, su opuesto, se mete de cabeza en un galimatías. Algo aturdido por la triple dosis de filosofía del derecho, busco aliviarme con un poco de cachondeo y cojo “Los hermanos sisters” de Patrick deWitt, un hibrido entre Cormac McCarthy y Twain, no está mal, pero no es el momento. Vete al original -me digo- y le meto mato a los “Cuentos completos” de Mark Twain; leo algunos y me lamento de no tener el “Huckleberry Finn” en catalán. ¿Y unas memorias? Vale, le doy un buen viaje (unas 200 páginas) a “Hitch-22” de Christopher Hitchens, rotundo y panfletario (él lo reconoce y mi no me desagrada), pero me cansa su largo itinerario de activista progre. Quizá lo termine…, en otro momento. Hitch me trae a las mientes a Jean-François Revel (la relectura como último recurso) y me calzo unas 150 páginas de su “El conocimiento inútil”. Revel es un tipo listo, de verdad, pero me cansa su anti-izquierdismo militante, y me recuerda a Raymond Aron del que lamento haber perdido sus “Memorias”. En modo relectura, me rio durante unas 200 páginas con “Les aventures del bon soldat Svejk” de Jaroslav Hašek. Genial, pero ya me lo sé y ni leerlo en catalán me anima a dedicarle unas 20 horas (con los libracos gordos siempre calculo el coste en horas). El ingenio de Revel y Hitchens me recuerda a uno de los más finos ensayistas contemporáneos David Foster Wallace y leo cuatro ensayos de dos de sus libros: tan bueno que requiere dedicación exclusiva. Lo dejo para más adelante. Busco más ensayistas de hoy y me topo con David Sedaris y su moderadamente divertido “Cuando te envuelvan las llamas”; caen tres o cuatro capítulos y dejo sus entretenidas extravagancias cotidianas para otro día. Al estilo de Stephen King, “El Pasaje” de Justin Cronin es de esos novelones que, leídas 300 páginas, te das cuenta de que todavía estas en la introducción. ¡Y es una trilogía! En fin, así por encima, cuento unos 11 libros no terminados. Como diría Foster Wallace, es como intentar escapar de una gran tormenta de aburrimiento.

Matando el tiempo.

Con tanto trajín no recuerdo como llego a “Matando el tiempo”, pero pronto intuyo que me sentará bien. Paul Feyerabend fue el chico malo de la filosofía de la ciencia. Su “Tratado contra el método” (1970) reventó la fiesta de metodólogos como Popper, Kuhn o Lakatos, apelando a la historia de la ciencia para demostrar que no hay reglas inalterables que rijan el trabajo científico y abogando por el “principio de proliferación”, es decir, trabajar con teorías en contradicción con el punto de vista generalmente aceptado. Esta parte me parece inapelable. Me quedó claro después de leer la divertidísima “Historia de la ciencia” de JohnGribbin de la que dije:
Inspiración, tesón, trabajo duro, azar y condiciones propicias, ocasiones perdidas, avances y retrocesos, todo juega su papel en la apasionante historia de la ciencia y Gribbin lo sabe trasmitir de manera deslumbrante.”
El “anarquismo epistemológico” de Feyerabend describe la historia del progreso científico. La ciencia avanzó sin método sencillamente porque no había método. Newton dedicó más tiempo a la alquimia y los estudios bíblicos que a la física y se obstinaba en mantener en secreto sus descubrimientos. Creo, modestamente, que un método abierto a la imaginación y a los saltos de paradigma puede funcionar. Hawking “saltó” a la termodinámica para probar que los agujeros negros podían estallar. El relativismo cultural, que también defendió nuestro chico malo, es otra cosa: nadie recurre a un astrólogo para reparar el coche o al vudú para diseñar un avión. El progreso científico no garantiza el progreso social, pero lo facilita.
No comparto muchas de sus ideas, pero pienso que todas las ciencias, naturales, humanísticas y sociales, necesitan un Feyerabend que, de cuando en cuando, haga una gran poda y, libres de hojarasca y ramas secas, puedan crecer más fuertes, más sanas.
Feyerabend apenas pudo terminar su autobiografía paralizado en un hospital a causa de un tumor cerebral. Con estilo claro, sencillo y lacónico cuenta su infancia, su itinerario académico, su vocación frustrada por el “bel canto”, sus cuatro matrimonios a pesar de su impotencia sexual o su indiferente paso por la Segunda Guerra Mundial (pensó en afiliarse a las SS porque le gustaba el uniforme). No fue un tipo con grandes afectos familiares. De su padre dice: “Éramos amigos, o algo así, pero no muy íntimos; yo estaba demasiado centrado en mis cosas y demasiado inmerso en mis asuntos. Me había trasladado ya a California cuando me enteré de su última enfermedad; no regresé ni asistí a su funeral.” Liquida grandes traumas familiares de un plumazo: “Cuando su padre se casó en segundas nupcias, intentó hacer el amor con su madrastra, María. Él pensaba que ésa era la función normal de una madre, pues al parecer la tía Pepi había hecho el amor con él.”
Describe su infancia (una pesadilla dantesca para cualquiera) con fría y lapidaria distancia: “El tío Rudolf estaba casado con una enorme mujer checa a la que le encantaba contar cotilleos de doncellas desfloradas, niños abortados, maridos cornudos y parientes ladrones. Tenía una cara siniestra y un bigote considerable, y comenzaba a hablar en checo cuando las historias subían de tono. Un día se le olvidó. Contó a mis padres que un conocido nuestro había seducido a una conocida, y que la dama, que al parecer era virgen, había perdido «baldes de sangre»”. Los recuerdos infantiles terminan con el suicidio de su madre.

Luego habla de la escuela secundaria, la guerra (una bala lo dejó impotente), la universidad, la carrera académica en varias universidades, la gestación y el éxito polémico de “Tratado contra el método”, los cuatro matrimonios y numerosas aventuras sexuales a pesar de su impotencia: “Cuando terminaba en la cama, ya fuera por accidente, por desgracia o porque mis deseos podían más que yo, prestaba una atención especial a cada movimiento que veía y a cada sonido que escuchaba, e intentaba dar satisfacción por medios diferentes del procedimiento estándar (suponiendo que haya un procedimiento estándar), Al parecer tuve éxito, al menos en algunas ocasiones.”

El laconismo casi esperpéntico y la distancia emocional con la familia, la guerra, los amigos y colegas, y con su propia obra, marcan la vida de Feyerabend; distancia que se acorta en sus días finales: “Grazia está conmigo en el hospital, lo cual es una gran alegría, y llena de luz la habitación. En cierto modo estoy preparado para partir, a pesar de todas las cosas que todavía me gustaría hacer, pero en otro sentido estoy triste por dejar este hermoso mundo, especialmente a Grazia, a quien me habría gustado acompañar durante unos años más.”
La autobiografía termina en el hospital acompañado por Grazia Borrini, su cuarta mujer, con la que esperaba vivir una cálida y tranquila vejez. No está mal para un personaje que, de niño, a la típica pregunta de “que quería ser de mayor”, contestó que quería ser “jubilado”.

No quiero olvidarme de la estupenda introducción a la vida y obra de Feyerabend a cargo de Sánchez Ron.
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