La gran divergencia: Cómo y por qué llegaron a ser diferentes el viejo mundo y el nuevo.
Peter Watson
Editorial: Editorial Crítica 2012
Colección: Serie Mayor
Traductor: Jesús Cuéllar | Efrén del Valle
Número de páginas: 720
Hace unos 20.000 años, al final de la última glaciación, los
seres humanos atravesaron el puente de Bering y empezaron a extenderse por el continente
americano. Watson explica la evolución cultural, religiosa y material del Viejo
y el Nuevo Mundo, hasta que los dos se encontraron en 1492, incidiendo
especialmente en las diferencias (divergencia) que atribuye, básicamente, a las
condiciones geológicas y climáticas: en el Nuevo Mundo, la frecuencia creciente
de El Niño y las catástrofes tectónicas (volcanes y terremotos) y en el Viejo, el
debilitamiento de los monzones.
Pocas novedades sobre la evolución de la humanidad en el
Viejo Mundo que ya conocía; pero auténtica fascinación por el origen y
desarrollo de las culturas americanas sin el arado, la rueda o la domesticación
de grandes mamíferos. Me han impactado especialmente los capítulos
dedicados a analizar las religiones de base chamánica y su relación con el
consumo de las cien especies de plantas psicoactivas que conocían los
americanos primitivos, en contraste con las ocho o diez que se utilizaron en el
Viejo Mundo. La confluencia de un entorno vital catastrófico (El Niño y las
convulsiones tectónicas) y el uso de estupefacientes en los trances chamánicos,
propiciaron rituales religiosos basados en los sacrificios humanos y el culto
al dolor, destinados a apaciguar dioses sanguinarios sedientos de chivos
expiatorios. Los capítulos donde se detallan las sustancias psicoactivas y
su uso social y religioso, así como los que describen los rituales de
sacrificios humanos, son espeluznantes por su crueldad y su duración (unos
4.500 años de sacrificios rituales desde los olmecas a los aztecas). Matthew
White calcula que sólo entre 1440 y 1524 d. C. los aztecas sacrificaron
unas cuarenta personas al día, un millón doscientas mil en total. La materia
prima para nutrir la masacre sacrificial se obtenía por distintos métodos:
juegos de pelota, donaciones de hijos para ascender en la escala social,
guerras con pueblos vecinos para hacer prisioneros y después sacrificarlos:
“Para solucionar el problema nacieron las «guerras
floridas», en las que los Estados se enfrentaban periódicamente con el solo
propósito de «capturar» guerreros para el sacrificio, una medida extraña como
pocas. Pero esto es solo un síntoma de la inestabilidad inherente del sistema.”
El sacrificio de adultos, mujeres y niños acompañado de
crueles tormentos para apaciguar a los dioses resulta sobrecogedor a los
antropólogos que se atreven a interrogarse al respecto:
“Las víctimas femeninas —que eran sacrificadas más o
menos en un tercio de las ceremonias aztecas— en ocasiones también eran
desolladas. Carrasco cree que los expertos han evitado este tema. Reflexionando
sobre esta cuestión, se pregunta: «¿Es la brutalidad azteca realmente
brutalidad o es solo una historia más compleja, aleccionadora y terrible sobre
ciertas dimensiones de la historia de la religión que son demasiado difíciles
de contar y mucho más difíciles de aceptar? ¿O acaso existe un nivel de
crueldad sagrada en Tenochtitlan que hace temblar nuestras capacidades
intelectuales más efectivas?».” (1)
No es que el Viejo Mundo hubiera
dejado atrás la violencia y la barbarie social e institucional en el siglo XV.
Nada de eso. Y lo sabemos desde Huizinga (2), Barbara Tuchman (3)
y, más recientemente, Steven Pinker (4) o Sean McGlynn (5), solo para estómagos resistentes. Lo que
sorprende es la extensión y duración de la masacre sacrificial en el Nuevo
Mundo meticulosamente documentada por Peter Watson con la exhaustiva relación y
análisis de los numerosos hallazgos arqueológicos. A diferencia de la mayor
parte de sus libros – de carácter expositivo y enciclopédico – en éste, Watson,
se tira a la piscina y propone una hipótesis a la que se refiere Arsuaga
en su estupendo libro sobre el origen de la vida y la evolución humana:
“Dicho muy
resumidamente, Peter Watson explica la divergencia cultural como el resultado
de la diversidad de factores ambientales (como cuáles eran las especies de
mamíferos que podían ser domesticadas en uno y otro mundo), que habrían
conducido a diferentes interpretaciones de la naturaleza, esto es, a diferentes
ideologías y religiones, que a su vez habrían influido en los respectivos
devenires históricos.” (6)
Muy interesantes los dos apéndices finales del libro de cara
a abrir el camino de futuras lecturas. En el primero explica cómo ha
evolucionado la percepción que tiene occidente del Nuevo Mundo; en el segundo
analiza las semejanzas evolutivas (convergencias) de las sociedades de ambos
mundos, apoyándose en las investigaciones de varios arqueólogos entre los que
destaca Bruce Trigger del que tengo su Historia del pensamiento arqueológico
en cartera.
En arqueología, como en toda ciencia social, pero con más
énfasis si cabe, hay que distinguir entre los datos arqueológicos recolectados,
las técnicas analíticas disponibles y las interpretaciones que de los restos se
hacen. Los tres factores están en constante proceso de cambio: a más restos y
mejores técnicas surgen interpretaciones más atinadas, aunque siempre
provisionales. Como explica Trigger, hasta bien entrado el siglo XVII “no
existía una distinción clara entre las curiosidades de origen humano y las de
origen natural. Los estudiosos,- al igual que la gente no versada, creían que
las hachas de piedra eran «piedras del trueno» (creencia apoyada por el
naturalista romano Plinio [Slotkin, 1965, p. x]) y que las puntas de proyectil
de piedra eran «cerrojos de los duendes», mientras que en Polonia y en Europa
central se creía que las vasijas de cerámica, crecían bajo la tierra, por
generación espontánea (Abramowicz, 1981; Skíenár, 1983, p. 16), En un mundo
totalmente ajeno a la evolución biológica no era nada evidente que una hacha
prehistórica fuese un producto humano mientras que un fósil fuese una formación
natural.”
Comparto la idea del relativismo cultural que preconiza
entender y explicar cada cultura dentro de su propio contexto; pero las
culturas (tribus, pueblos, naciones, reinos…) no se quedan en casa practicando
sus creencias y rituales, interactúan con sus vecinos y no solo comerciando
pacíficamente. A menudo los conquistan, invaden o esclavizan impulsados por sus
necesidades, sus ideologías o su avaricia. ¿Por qué lo hacen? Porque quieren y
pueden, simplemente. Y es entonces cuando ningún pueblo, nación o estado puede
sustraerse a la crítica social y cultural. Al respecto, me viene a la memoria y
busco una frase de Charles Napier, comandante en jefe del ejército
británico en la India, citado por Steven Pinker en Los ángeles que
llevamos dentro:
«Decís que tenéis la costumbre de quemar viudas. Muy
bien. Nosotros también tenemos una costumbre: si alguien quema a una mujer
viva, le ponemos una soga al cuello y lo ahorcamos. Preparad vuestra pira
funeraria; al lado, mis carpinteros construirán una horca. Podéis seguir con
vuestra costumbre. Nosotros seguiremos con la nuestra»
Este alegato de Napier me ha dado que pensar: si quemar
viudas es “cultura” hindú, colonizar naciones lejanas era “cultura” británica.
Puestos a ser relativistas, ¿dónde está la diferencia? Creo que la historia no
puede sustraerse a los juicios morales. Avanzar en el respeto a la vida humana
y reducir cualquier forma de opresión es un signo claro de progreso.
Un libro, el de Watson, documentado e impactante, que
despierta el interés por la arqueología, la paleontología y la prehistoria.
NOTAS.
(1) City of Sacrifice: The Aztec Empire and the
Role of Violence in Civilization (1999) de David Carrasco, citado por Peter
Watson.
(2) Johan Huizinga, E l otoño de la Edad
Media. Estudios sobre la forma de vida y del espíritu durante los siglos XIV
y XV en Francia y en los países
Bajos, Traducción de Alejandro Rodríguez de la Pena, Alianza,
Madrid, 2008.
(3) Barbara Tuchman, Un
espejo lejano. E l calamitoso siglo XIV, Traducción
de Anita Karl, Península, 2000.
(4) Steven Pinker, Los ángeles que llevamos
dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones. Paidós (2011)
(5) Sean McGlynn, A hierro y fuego: las
atrocidades de la guerra en la Edad Media. Crítica (2009)
(6) Arsuaga, J. L. (2019) Vida, la gran historia:
Un viaje por el laberinto de la evolución. Ediciones Destino