Título originalLudwig Wittgenstein. The duty of genius.
TraductorDamián Alou.
Páginas592
IdiomaEspañol
Publicación1990 (2002)
EditorialAnagrama
Biografía de Wittgenstein brillante y ejemplar, perfecta
combinación del relato de su vida, la evolución de su filosofía y sus
conflictos interiores. Monk lo borda hilando una continuidad que fluye con
naturalidad casi imposible. No era un fan del filósofo vienés antes de leer
esta biografia y sigo sin serlo después. Tanto el “Tractatus” como las
“Investigaciones” me dejan fluctuando en la triple sensación de lo obvio, lo
oscuro y lo aburrido. Choca que un autor obsesionado por la claridad no fuera
entendido por nadie en su tiempo y después, durante años, los críticos han
preferido trabajar sobre literatura secundaria antes que comprometerse con los
textos originales. Mejor cocinado que en crudo; lo que no ha impedido producir miles
de trabajos interpretativos de su obra. ¿No será que no sabía expresarse? ¿Qué
significa que, según decía, lo mejor del “Tractatus” era lo que callaba?
Curiosa su pretensión de socavar los fundamentos de la lógica a base de
aforismos enunciados, como dijo Russell, a la manera de edictos del zar,
afirmados “de un modo terminante, que sugiere que todos ellos son parte de una
verdad incontrovertible.” Como dice John V.Canfield (1) “su prosa es
extrañamente ininteligible. Cada oración tomada por sí misma puede ser clara;
lo que es difícil de comprender es a qué se refieren las oraciones. ¿De qué va
Wittgenstein?”.
En palabras de Monk para Wittgenstein: “La filosofía no puede
transformarse en una ciencia, porque no tiene nada que descubrir. Sus problemas
son consecuencia de un mal uso, de una mala comprensión de la gramática, y
requieren no una solución, sino una disolución. Y el método para disolver estos
problemas no consiste en elaborar nuevas teorías, sino en reunir recordatorios
de cosas que ya conocemos. (…) En filosofía no estamos, como los científicos,
construyendo una casa. Tampoco estamos colocando los cimientos de una casa.
Simplemente estamos «limpiando una habitación».”
Legiones de zapadores wittgesteinianos siguen escarbando la
mina, buscando escobas para barrer habitaciones al tiempo que las llenan de
cachivaches (trivialidades). Wittgenstein habló de filosofía lógica, filosofía
de la religión, filosofía ética, filosofía de las matemáticas, filosofía del
lenguaje, filosofía de la física…, pero ¿qué queda de todo eso? Parece que si
quitas “filosofía”, todo lo demás (matemáticas, ética, lógica, psicología, física…)
va haciendo camino. Para mí, la filosofía es poco más que una forma de gimnasia
mental, siempre que no se abuse de ella. Leída la estupenda biografía de Monk
reconozco el valor purgante, corrosivo de la obra de Wittgenstein; su empeño en
bajar los humos y drenar la autocomplacencia de los monumentos filosóficos. Algo
parecido a cuestionar la solidez de la torre Eiffel escudriñando en busca de
remaches oxidados.
Desconcertado por la plasticidad del lenguaje, su campaña de
demolición contra la lógica se mueve entre lo obvio y lo primitivo:
“Una proposición no puede decir más de lo que está establecido mediante
su método de verificación. Si yo digo: «Mi amigo está enfadado» y lo establezco
en virtud de que él ha mostrado un cierto comportamiento perceptible, lo único
que quiero decir es que él muestra ese comportamiento. Y si quiero decir algo
más con ello, no puedo especificar en qué consiste ese significado extra. Una
proposición dice sólo lo que dice, y nada más allá de eso.”
Bueno, parece que si quieres saber algo más, tendrás que
preguntarle a tu amigo cual es la causa de ese enfado. En el lenguaje hay
contexto e intención, polisemia, doble sentido, metáforas, sobreentendidos…, es
un paisaje inmenso que la lógica no puede abarcar. ¿Qué diría Wittgenstein de
una frase como esta?:
“Ahora en todas partes están a la última, a menos que estén en las
últimas.” (2)
Con inclinaciones místicas, despreciaba la ciencia. Poco
tenía que decir sobre Eistein o la teoría cuántica. Sintió cierta fascinación
por la interpretación de los sueños de Freud y “sus comentarios acerca de la prueba de Gódel (…) parecen a primera
vista, para alguien que posea ciertos conocimientos de lógica matemática,
asombrosamente primitivos.”
A Wittgenstein le desagradaba el ingenio, encontraba
simpática la simplicidad infaltil, le gustaban las novelas de detectives duros,
las películas del oeste y los musicales. Apreciaba la inocencia y la “elevada
inteligencia” en sus amigos y discípulos, mientras que sus iguales (Russell, Ramsey,
Turing, Sraffa, Keynes…), terminaron por mantener una educada distancia.
Bouveresse (3) cita a Toulmin en relación a los efectos destructivos de su
perfeccionismo. Totalmente de acuerdo:
“Toulmin es consciente del hecho de que la misma educación que ha
convertido a Wittgenstein en tan exigente e implacable respecto a sí mismo ha
favorecido igualmente el desarrollo de sus extraordinarias dotes intelectuales.
Pero también estima que “sabios consejos habrían podido ayudarle, en la edad
adulta, a diferenciar las exigencias constructivas a las que sometía sus
propias actividades creativas de un perfeccionismo irrealista que tenía efectos
destructivos, y también ayudar a su aptitud para abordar satisfactoriamente el
problema de las relaciones con aquellos que no compartían totalmente sus
actitudes y su capacidad de alcanzar la tranquilidad en su propia vida interior.”
Wittgenstein se educó en la Viena de Karl Kraus, Mahler,
Schoenberg, Freud y el arquitecto Adolf Loos de quien fue muy amigo. Era un
ambiente intelectual fuertemente imbuido del pesimismo de Schopenhauer. Se
vivía en la convicción de haber llegado a la decadencia y colapso de la
civilización occidental (Spengler). El suicidio era una opción honorable
recomendado y practicado por Otto Weininger y ennoblecido por Spengler. Tres
hermanos de Wittgenstein se suicidaron. Para entender ese mundo, brillante pero
en descomposición, en el que Wittgenstein se educó y que Monk describe muy
bien, no estaría de más releer el clásico de Janik y Toulmin (4) y las memorias
Zweig (5); pero eso sólo son buenas intenciones. Los que sí que estan cayendo,
por efecto colateral de ésta magnífica biografia, son dos estupendas obras de
Jesús Mosterín (6), nuestro Russell peninsular.
Para Wittgenstein la filosofía era
inspiración, iluminación cercana al concepto cristiano de santidad. Su ruta de
acceso a la verdad era invisible, como un toque de gracia divina. Es uno de
esos tipos que se lo toman todo, y a si mismos, demasiado en serio; que viven
su insignificancia como una tragedia, que se imponen, e imponen a los demás,
una honestidad imposible, un rigorismo existencial que los aboca a la
autoflagelación. Prefiero la ironía de un Sydney Morgenbesser que tumbaba la
disertación académica de un Austin con un chiste de dos palabras (si…, si….).
Mi recomendación
del libro de Monk es incondicional. Equilibra la comprensión y la compasión con
la admiración por el personaje. La delicadeza con que trata la tesis de Bartley
sobre la afición de Wittegenstein por espiar a “rudos jóvenes en el parque” es
ejemplar.
NOTAS
(1)
John V.Canfield: “Wittgenstein’s later
philosophy.” Chapter 8 en “Routledge History of Philosophy Volume X”(2005)
(3)
Jacques Bouveresse: “Filosofía, mitología y
pseudociencia”
(4)
Allan Janik y Stephen Toulmin: “La Viena de
Wittgenstein”
(5)
Stefan Zweig: “El mundo de ayer”
(6)
Jesús Mosterín: “Los lógicos” y La naturaleza
humana”