martes, 27 de marzo de 2018

LUDWIG WITTGENSTEIN de Ray Monk - Equilibrio de comprensión, compasión y admiración - Valoración 9/10

Título originalLudwig Wittgenstein. The duty of genius.
TraductorDamián Alou.
Páginas592
IdiomaEspañol
Publicación1990 (2002)
EditorialAnagrama

Biografía de Wittgenstein brillante y ejemplar, perfecta combinación del relato de su vida, la evolución de su filosofía y sus conflictos interiores. Monk lo borda hilando una continuidad que fluye con naturalidad casi imposible. No era un fan del filósofo vienés antes de leer esta biografia y sigo sin serlo después. Tanto el “Tractatus” como las “Investigaciones” me dejan fluctuando en la triple sensación de lo obvio, lo oscuro y lo aburrido. Choca que un autor obsesionado por la claridad no fuera entendido por nadie en su tiempo y después, durante años, los críticos han preferido trabajar sobre literatura secundaria antes que comprometerse con los textos originales. Mejor cocinado que en crudo; lo que no ha impedido producir miles de trabajos interpretativos de su obra. ¿No será que no sabía expresarse? ¿Qué significa que, según decía, lo mejor del “Tractatus” era lo que callaba? Curiosa su pretensión de socavar los fundamentos de la lógica a base de aforismos enunciados, como dijo Russell, a la manera de edictos del zar, afirmados “de un modo terminante, que sugiere que todos ellos son parte de una verdad incontrovertible.” Como dice John V.Canfield (1) “su prosa es extrañamente ininteligible. Cada oración tomada por sí misma puede ser clara; lo que es difícil de comprender es a qué se refieren las oraciones. ¿De qué va Wittgenstein?”.

En palabras de Monk para Wittgenstein: “La filosofía no puede transformarse en una ciencia, porque no tiene nada que descubrir. Sus problemas son consecuencia de un mal uso, de una mala comprensión de la gramática, y requieren no una solución, sino una disolución. Y el método para disolver estos problemas no consiste en elaborar nuevas teorías, sino en reunir recordatorios de cosas que ya conocemos. (…) En filosofía no estamos, como los científicos, construyendo una casa. Tampoco estamos colocando los cimientos de una casa. Simplemente estamos «limpiando una habitación».

Legiones de zapadores wittgesteinianos siguen escarbando la mina, buscando escobas para barrer habitaciones al tiempo que las llenan de cachivaches (trivialidades). Wittgenstein habló de filosofía lógica, filosofía de la religión, filosofía ética, filosofía de las matemáticas, filosofía del lenguaje, filosofía de la física…, pero ¿qué queda de todo eso? Parece que si quitas “filosofía”, todo lo demás (matemáticas, ética, lógica, psicología, física…) va haciendo camino. Para mí, la filosofía es poco más que una forma de gimnasia mental, siempre que no se abuse de ella. Leída la estupenda biografía de Monk reconozco el valor purgante, corrosivo de la obra de Wittgenstein; su empeño en bajar los humos y drenar la autocomplacencia de los monumentos filosóficos. Algo parecido a cuestionar la solidez de la torre Eiffel escudriñando en busca de remaches oxidados.
Desconcertado por la plasticidad del lenguaje, su campaña de demolición contra la lógica se mueve entre lo obvio y lo primitivo:
Una proposición no puede decir más de lo que está establecido mediante su método de verificación. Si yo digo: «Mi amigo está enfadado» y lo establezco en virtud de que él ha mostrado un cierto comportamiento perceptible, lo único que quiero decir es que él muestra ese comportamiento. Y si quiero decir algo más con ello, no puedo especificar en qué consiste ese significado extra. Una proposición dice sólo lo que dice, y nada más allá de eso.”
Bueno, parece que si quieres saber algo más, tendrás que preguntarle a tu amigo cual es la causa de ese enfado. En el lenguaje hay contexto e intención, polisemia, doble sentido, metáforas, sobreentendidos…, es un paisaje inmenso que la lógica no puede abarcar. ¿Qué diría Wittgenstein de una frase como esta?:
Ahora en todas partes están a la última, a menos que estén en las últimas.” (2)

Con inclinaciones místicas, despreciaba la ciencia. Poco tenía que decir sobre Eistein o la teoría cuántica. Sintió cierta fascinación por la interpretación de los sueños de Freud y “sus comentarios acerca de la prueba de Gódel (…) parecen a primera vista, para alguien que posea ciertos conocimientos de lógica matemática, asombrosamente primitivos.
A Wittgenstein le desagradaba el ingenio, encontraba simpática la simplicidad infaltil, le gustaban las novelas de detectives duros, las películas del oeste y los musicales. Apreciaba la inocencia y la “elevada inteligencia” en sus amigos y discípulos, mientras que sus iguales (Russell, Ramsey, Turing, Sraffa, Keynes…), terminaron por mantener una educada distancia. Bouveresse (3) cita a Toulmin en relación a los efectos destructivos de su perfeccionismo. Totalmente de acuerdo:
Toulmin es consciente del hecho de que la misma educación que ha convertido a Wittgenstein en tan exigente e implacable respecto a sí mismo ha favorecido igualmente el desarrollo de sus extraordinarias dotes intelectuales. Pero también estima que “sabios consejos habrían podido ayudarle, en la edad adulta, a diferenciar las exigencias constructivas a las que sometía sus propias actividades creativas de un perfeccionismo irrealista que tenía efectos destructivos, y también ayudar a su aptitud para abordar satisfactoriamente el problema de las relaciones con aquellos que no compartían totalmente sus actitudes y su capacidad de alcanzar la tranquilidad en su propia vida interior.”
Wittgenstein se educó en la Viena de Karl Kraus, Mahler, Schoenberg, Freud y el arquitecto Adolf Loos de quien fue muy amigo. Era un ambiente intelectual fuertemente imbuido del pesimismo de Schopenhauer. Se vivía en la convicción de haber llegado a la decadencia y colapso de la civilización occidental (Spengler). El suicidio era una opción honorable recomendado y practicado por Otto Weininger y ennoblecido por Spengler. Tres hermanos de Wittgenstein se suicidaron. Para entender ese mundo, brillante pero en descomposición, en el que Wittgenstein se educó y que Monk describe muy bien, no estaría de más releer el clásico de Janik y Toulmin (4) y las memorias Zweig (5); pero eso sólo son buenas intenciones. Los que sí que estan cayendo, por efecto colateral de ésta magnífica biografia, son dos estupendas obras de Jesús Mosterín (6), nuestro Russell peninsular.
Para Wittgenstein la filosofía era inspiración, iluminación cercana al concepto cristiano de santidad. Su ruta de acceso a la verdad era invisible, como un toque de gracia divina. Es uno de esos tipos que se lo toman todo, y a si mismos, demasiado en serio; que viven su insignificancia como una tragedia, que se imponen, e imponen a los demás, una honestidad imposible, un rigorismo existencial que los aboca a la autoflagelación. Prefiero la ironía de un Sydney Morgenbesser que tumbaba la disertación académica de un Austin con un chiste de dos palabras (si…, si….).
Mi recomendación del libro de Monk es incondicional. Equilibra la comprensión y la compasión con la admiración por el personaje. La delicadeza con que trata la tesis de Bartley sobre la afición de Wittegenstein por espiar a “rudos jóvenes en el parque” es ejemplar.
NOTAS
(1)    John V.Canfield: “Wittgenstein’s later philosophy.” Chapter 8 en “Routledge History of Philosophy Volume X”(2005)
(2)    Los viejos demonios” de Kingsley Amis.
(3)    Jacques Bouveresse: “Filosofía, mitología y pseudociencia”
(4)    Allan Janik y Stephen Toulmin: “La Viena de Wittgenstein”
(5)    Stefan Zweig: “El mundo de ayer”
(6)    Jesús Mosterín: “Los lógicos” y La naturaleza humana”
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