viernes, 26 de agosto de 2016

EL MUNDO DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA de Peter Brown - Sentó escuela. Gran repercusión dificil de entender - Valoración 8 sobre 10


Título original The world of Late Antiquity
Traductor Antonio Piñero
Páginas 224
Idioma Español
Publicación 1971 (2012)
Editorial Gredos

Desde que leí, hace años, la Historia de la decadencia y caída del imperio romano de Edward Gibbon, dejé de leer novela histórica. Me dí cuenta de que la realidad superaba la ficción y de que un buen libro de historia podía ser más apasionante que cualquier novela. Eso, a pesar de que la única edición en castellano eran los 8 tomos de la editorial Turner, una infame traducción de José Mor Fuentes, del siglo XIX, en un castellano arcaico, rancio y castizo que te dejaba aturdido. Había llegado a Gibbon gracias a la lectura de Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell que lo citaba con frecuencia y, cuando comparaba las citas perfectas de Russell con lo que estaba leyendo, me sumía en un estado de rabia depresiva. Más adelante me hice con la edición de Robert Lafont en francés, que ya era otra cosa, y después con la de Penguin Classics en 3 tomos. Turner modernizó la traducción de José Mor y la reeditó en 4 tomos, más legibles pero aún lejos de la corrección. Por fin Ediciones Atalanta, en el 2012, lo editó en 2 tomos y nueva traducción de Sánchez de León. Ésta es la que recomiendo a los que tengan la suerte de no haber leído, todavía, la “Decadencia y caída”.
Está claro que soy un gibboniano. Su enorme obra me impresionó por su visión panorámica y de detalle; por su peculiar estilo mezcla de solemnidad e ironía; por su ingente conocimiento de las fuentes y el hábil manejo que hace de ellas encajándolas en una grandiosa imagen global, desde la muerte Marco Aurelio (180 d. C) hasta la caída de Constantinopla (1.453 d. C.). Todo sobre un fondo de traiciones, intrigas y crímenes que dan a la obra una poderosa fuerza dramática.
Las causas a las que Gibbon atribuyó el derrumbe del Imperio, a mi entender, no carecen de vigencia: el debilitamiento del ejército en manos de mercenarios bárbaros, la ingerencia de la Guardia Pretoriana en la administración del poder, el aumento de la corrupción, o la expansión del cristianismo y su efecto debilitante sobre la sociedad al estar más interesado en la otra vida que en ésta.
La inclusión del cristianismo como causa de la decadencia fue, como era de esperar, lo que levantó más polémica e hizo que la Iglesia incluyera la obra en el Índice de Libros Prohibidos.
Gibbon fue pionero en la recopilación y uso de las fuentes primarias: fue el primero en preguntarse sobre la intencionalidad de todas las fuentes y en rechazar la credibilidad de los apologetas cristianos repletos de milagros, maravillas y fantásticos martirios. Soy un ferviente defensor de las notas a pié de página; pero, en el caso de Gibbon, leer las notas es más que recomendable, es inexcusable: son tan suculentas o más que el texto principal. Lástima que en las ediciones que tengo, de Turner, Robert Lafont y Penguin, muchas están en latín (y hasta en griego). Ignoro si en la nueva edición de Atalanta están traducidas.

“El mundo de la antigüedad tardía” de Peter Brown

Si para Gibbon el imperio romano significaba la civilización, y el cristianismo, uno de los culpables de su derrumbe, suponía el triunfo de la superstición y el fanatismo, para Peter Brown, las religiones (cristianismo e islam) marcan una feliz transición hacia una Edad Media de progreso espiritual, político y cultural. Las tesis de Brown han creado escuela propugnando el estudio de San Agustín, los santos, los monjes y eremitas, enlazando con la revalorización de la Edad Media iniciada por Le Goff.
La obra de Brown, de elevado tono literario, plantea, de forma sintética, las diferencias evolutivas de las sociedades post romanas de Occidente y Oriente, coronadas por la expansión del Cristianismo y el Islam, que el entiende como un progreso en el camino de la espiritualidad.
El libro tiene dos partes. El la primera, titulada “La revolución romana tardía”, explica a grandes trazos cómo era la sociedad romana desde el siglo III al IV y que significó la emergencia del cristianismo. La segunda parte, titulada “Legados divergentes” (para mí la mejor), estudia las diferencias entre el resurgimiento de Occidente y la consolidación de Bizancio, para terminar con la expansión del Islam.
Su dibujo de la sociedad romana es correcto pero se empieza a advertir el sesgo en la adjetivación. Así la cultura clásica está representada por “fanáticos tradicionalistas romanos” y los obispos son “tozudos y valerosos
Pronto su posición es más clara:
Las ganancias cristianas se habían conseguido justamente en aquella parte del mundo romano que había resultado comparativamente indemne de los disturbios y problemas de finales del siglo III. El silencio descendió sobre las provincias reciamente paganas de Occidente. Por el contrario, Siria y Asia Menor, con sus resonantes elementos cristianos, se mantuvieron incluso con mayor intensidad que antes como provincias de una prosperidad aún no deslustrada y como fermento intelectual.
El lenguaje metafórico y oscuro no oculta sus preferencias. Hay mucho que hablar (y no lo hace) sobre como se enriqueció la Iglesia. ¿Qué significa “sus resonantes elementos cristianos”? ¿Fermento intelectual? ¿En que consistía la mejora sobre el pensamiento clásico, tanto el platónico, aristotélico o epicúreo?
La gente se convertía al cristianismo porque sus dioses paganos no resolvían su angustia existencial:
La nueva manera, en contraste con la anterior, apelaba directamente al centro y se alejaba de los dioses subordinados de las creencias populares; se dirigia al Dios único
como expresión de un poder latente e inefable”.
La expansión del cristianismo hasta el siglo III se describe en términos de un idealismo personalista ajeno a las condiciones sociales:
La sensación de una «irrupción» inminente de la energía divina en el mundo interior de cada individuo tuvo unos efectos revolucionarios.”
“Poder latente e inefable”, “energía divina”… Esto es lenguaje teológico; por este camino no vamos a saber nada de las causas reales. “La nueva manera”, “efectos revolucionarios”… Adjetivación muy sesgada: se asocia el cristianismo con lo nuevo y revolucionario.
Yo creo que el cristianismo se extendió gracias a que tenía una oferta muy potente: vida eterna después de la muerte; apoyada por la profusión de milagros bien recibida en una sociedad crédula, por el fuerte sentido de pertenencia por compartir la “Revelación”  y por el gancho, más mundano, de la solidaridad y ayuda mutua (caridad) entre los miembros del grupo, “un potente dispositivo de difusión que fortalece la curiosidad (y la envidia) afuera del grupo, permitiendo así que las barreras lingüísticas, étnicas y geográficas sean más fácilmente penetradas.” (Dennett 2007. Nota 6)
Prefiero los hechos a las especulaciones teológicas; como Wickham cuando dice:
En los siglos IV y V, la iglesia se convirtió en una estructura compleja, con quizá unos cien mil clérigos de diversas clases (lo que superaba el número de empleados de la administración civil) y un incremento constante de la riqueza, como resultado de donaciones piadosas.”
Pero Brown no va por ese camino; prefiere una interminable exaltación del pensamiento de los apologetas cristianos, omitiendo lo que no le interesa.
Más consistente es la segunda parte “Legados divergentes” en que revisa los caminos distintos que recorren Occidente y Bizancio y señala las diferencias entre la expansión del Islam y el cristianismo.
  
Lo que opinan algunos historiadores actuales sobre la escuela de Peter Brown.

Los más significativos historiadores actuales de la Antigüedad Tardía (1) guardan una distancia más o menos respetuosa con Brown. Cameron dice:
Brown es en general mucho más entusiasta, por no decir más emotivo, a la hora de destacar los conceptos; y es muy posible, en efecto, que por su causa «la Antigüedad tardía» se haya convertido en un terreno exótico, poblado de monjes salvajes y vírgenes excitadas, y dominado por el choque de religiones, mentalidades y modos de vida.”
Yo, en la obra, no he visto nada (quizás una rápida mención) sobre monjes salvajes y vírgenes excitadas. Y lo echo en falta. En esta web encontrareis información sobre el extravagante mundo de los monjes y los ascetas:
Mitchell opina que los trabajos de Brown y sus continuadores pueden cautivar pero no siempre convencen y no contribuyen a formar un cuadro global del contexto social y cultural. Ward-Perkins es quizá el más gibboniano en su crítica demoledora a los apologetas cristianos. En general, las opiniones de los especialistas actuales hacia la escuela de Brown, van de una admiración cautelosa a un distanciado “acuse de recibo”; da la sensación de que se quiere evitar una guerra abierta como la que hay entre evolucionistas y creacionistas.
En ésta frase de Bryan Ward-Perkins, el más gibboniano de los historiadores actuales,  en  La caída de Roma y el fin de la civilización, hay un lamento y, más velada, una sospecha, por el auge del enfoque espiritual en los estudios de la Antigüedad Tardía:
La nueva Antigüedad tardía está fascinada con la historia de la religión. Esto, como laico que soy, me aturde, y no me ofrezco como comentarista fiable del fenómeno. A veces me he preguntado si es más fuerte en Estados Unidos por desempeñar hoy allí la religión un papel mucho más central que en la mayor parte de Europa. Es un hecho que solo en Europa se encuentran historiadores como yo, con un interés activo en aspectos seglares de finales del mundo romano, como la historia política, económica y militar. Por otra parte, los estudiosos que sostienen la nueva Antigüedad tardía en Estados Unidos provienen de la intelligentsia de ambas costas, de manera que no, no nos hallamos ante una relación estrecha con el «Cinturón de la Biblia»18. Suelen centrarse, de hecho, no en los aspectos más intransigentes y fundamentalistas de la religión tardo-antigua (que eran muchos), sino más bien en su sincretismo y flexibilidad.”
He consultado (que no leído al completo) las dos obras de Chris Wickham mencionadas en la nota 1. Son impresionantes por la abundancia de datos y por la maestría con que maneja las fuentes narrativas (cristianas y paganas) y arqueológicas, para darnos tanto la visión panorámica como la de detalle. Para los amantes del detalle, entre los que me cuento, es un festín; muestra cientos de piezas fascinantes del puzzle y, además, sabe encajarlas ofreciéndonos la figura completa. Se sitúa más cerca de la escuela materialista de A. H. M. Jones (3), pero no desprecia ningún ingrediente que haga más suculento su guiso histórico.

El problema de las fuentes.

Los nuevos maestros, los que se copia, se recopia, se utiliza, difunde, lee y comenta, los autores para quienes trabajan los monjes en sus monasterios, son los Padres de la Iglesia: Tertuliano cree “porque es absurdo”, Origenes se castra para llegar más rápidamente al Señor, Cipriano de Cartago descubre a Dios cortejando a una muchacha, Gregorio Nacianceno se tiene por un cadáver que respira, Evadro el Póntico se va al desierto huyendo de las mujeres y los obispos, Juan Crisóstomo llama a matar paganos, Gregorio de Nisa conoce la epectasis, la verdadera (muerte durante un orgasmo), San Agustín enseña la inexistencia de las antípodas y lloriquea a lo largo de las Confesiones, y tantos otros… Es la buena sociedad filosófica, pero en ella todos están disgustados con su cuerpo y con la vida. En adelante habrá que contar con esta gente, y durante un milenio.
Con su estilo directo y descarado, así dibuja Michel Onfray en el segundo tomo de su interesante y provocadora Contrahistoria de la filosofía (2), El cristianismo hedonista (2006). San Agustín “lloriquea a lo largo de las Confesiones”… Peter Brown, que dedicó a San Agustín una elogiada y canónica biografía de 600 páginas,  se estará tirando de los pelos.
Fernando Báez (4) dice que el 60% del total de libros perdidos se debe a la voluntad humana. Yo diría que, para éste periodo, la proporción es mayor. El número de escritos paganos que sobreviven, comparado con las obras cristianas, es insignificante.
Mitchell explica que:
La mayor parte de esta nueva literatura es cristiana. Este sobrevive en cantidad prodigiosa, incluyendo obras de hagiografía, historia de la iglesia, sermones y discusiones teológicas, muy por encima de lo que sobrevive de la tradición pagana. Gran parte de esta literatura cristiana es clara y descaradamente partidista en la forma en que retrata el mundo de la antigüedad tardía.”
A diferencia de los cuatro autores consultados, Brown no hace crítica de las fuentes. Ignoro la proporción existente, en esas fuentes, entre la (luminosa) “elevada espiritualidad” que tanto busca Brown, y las (oscuras) polémicas teológicas, las fantasías martirológicas y milagreras, y las coacciones supersticiosas; pero sospecho que las oscuras se llevan la palma. No menciona nada parecido, por ejemplo, a la cita de Wickham, sobre la prohibición de trabajar el domingo:
quienes trabajaban los campos los domingos quedaban tullidos y nacían ya tullidos los hijos de las relaciones sexuales dominicales


Conclusión
 
Peter Brown es sin duda un inteligente y refinado erudito (unos dicen que maneja 15 lenguas y otros 26) que hace 40 años agitó la aletargada historiografía tardo-romana poniendo el foco en la narrativa religiosa en un esfuerzo por revalorizarla. Como se comprueba en sus comentarios bibliográficos, donde reparte elogios a todos sus colegas, es un tipo respetuoso y poco combativo al que los historiadores de hoy pagan con la misma moneda: interesante, valioso, estimulante, entusiasta, emotivo…pero ellos se dedican a otra cosa.
Brown selecciona y omite hechos y citas para dar la impresión que el cristianismo triunfó gracias a su superioridad intelectual, espiritual y moral sobre la cultura clásica. Por ejemplo, olvida mencionar una “cuestión menor” que señala Wickham:
Teodosio I había prohibido los puntales de buena parte del paganismo tradicional: el sacrificio público y la devoción privada de imágenes. Esta legislación coercitiva se reforzó aún más en el siglo V y Justiniano le añadió los toques finales, al prohibir los cultos paganos e imponer el bautismo so pena de confiscación y, en ocasiones, ejecución”. Osea, que si no te convertías perdías tus propiedades y puede que tu vida. Sin esta “pequeña ayudita”, ¿se habría consolidado y extendido el cristianismo?
Yo, como simple aficionado, voy a expresarme con claridad: Brown me parece un teólogo disfrazado de historiador cultural que, como los creacionistas, reedita conceptos retrógrados camuflados en psicología social y presentados en forma literaria, impresionista (una pincelada por aquí, otra por allá), metafórica y oscura. Me recuerda a un Menéndez Pelayo cruzado con Carlyle (los héroes de éste son los santos de Brown), más sutil, que en vez de atacar de frente todo pensamiento disidente (herejías), simplemente, omite mencionar lo que no le interesa. Y lo que no le interesa es mucho. Al leer la Historia de los heterodoxos españoles me sentía atraído por las herejías contra las que M. Pelayo arremetía; con el libro de Peter Brown me ha pasado algo parecido: cuanto más se esfuerza por señalar el progreso espiritual representado por santos, padres de la iglesia, monjes y ascetas, más me convence de lo acertado de la crítica de Gibbon. Algo denotará la buena acogida que han dispensado los teólogos a las obras de Brown.
Brown utiliza su lupa para extraer esos vagos y oscuros refinamientos espirituales. Lo que yo veo es la herencia que nos dejó el galimatías teológico de sus santos y doctores de la Iglesia: mil años de parálisis del progreso material, guerras, persecuciones de herejes y judíos, y estancamiento intelectual del que aún padecemos sus secuelas. No creo en el relativismo histórico que tiende a justificar los errores explicando su lógica interna: no lo hacemos con el nazismo o el comunismo, ¿por qué deberíamos hacerlo con el cristianismo? Que las cosas hayan sido así no significa que no pudieran haber sido distintas. Desde siempre ha habido otro camino, el iniciado por Leucipo, Demcrito, Epicuro, Lucrecio… pero fue descartado porque era difícil de instrumentalizar por el poder.
Termino con una cita de Robert G. Ingersoll extraída de un libro de Jerry A. Coyne (5):
Hay más de valor en el cerebro de un hombre medio de hoy, de un maestro-mecánico, un químico, un naturalista, un inventor, que la que había en el cerebro del mundo hace más de cuatrocientos años.
Estas bendiciones no cayeron del cielo. Estos beneficios no cayeron de las manos extendidas de sacerdotes. No se encontraron en las catedrales o detrás de los altares, tampoco buscándolos con velas sagradas. No fueron descubiertos orando con los ojos cerrados, tampoco llegaron en respuesta a la súplica supersticiosa. Son los hijos de la libertad, los dones de la razón, la observación y la experiencia, y por todos ellos, el hombre está en deuda con el hombre
.”
Y una invitación: leed a Edward Gibbon (7), no os arrepentiréis. Quizá sea una de las más impactantes experiencias lectoras de vuestra vida.


NOTAS
(1) Las obras que he consultado y que creo que son las mejores sobre la Antigüedad Tardía son:
-          Averil Cameron: “El mundo mediterráneo en la Antigüedad tardía (395-600)” . (1993)
-          Stephen Mitchell: A History of the Later Roman Empire, AD 284-641. (2015)
-          Chris Wickham: El legado de Roma. Una Historia de Europa de 400 a 1000 (2009)
-          Chris Wickham: Una historia nueva de la Alta Edad Media Europa y el mundo mediterráneo, 400-800 (2005)
-          Bryan Ward-Perkins: La caída de Roma y el fin de la civilización (2005)

(2) Michel Onfray, claro, intenso y radical. Se han traducido al castellano 4 de los 6 libros publicados de su esclarecedora e “incorrecta” serie sobre la filosofía no oficial:
Contrahistoria de la Filosofía
·  Las sabidurías de la antigüedad. 2006
·  El cristianismo hedonista 2006
·  Los libertinos barrocos. 2007
·  Los ultras de las luces. 2007

(3) A. H. M. Jones: The Later Román Empire 284— 602. A Social, Economic and Administrative Survey (Oxford, 1964). En tres volúmenes, no traducida al castellano.

(4) Fernando Báez: Historia universal de la destrucción de libros (2004)

“En esta historia de la destrucción de libros se observará que la destrucción voluntaria ha causado la desaparición de un sesenta por ciento de los volúmenes. El otro cuarenta por ciento debe imputarse a factores heterogéneos, entre los cuales sobresalen los desastres naturales (incendios, huracanes, inundaciones, terremotos, maremotos, ciclones, monzones, etc.), accidentes (incendios, naufragios, etc.), animales (como el gusano del libro o polilla, las ratas y los insectos), cambios culturales (extinción de una lengua, modificación de una moda literaria) y a causa de los mismos materiales con los cuales se ha fabricado el libro (la presencia de ácidos en el papel del siglo XIX está destruyendo millones de obras).”

(5) Jerry A. Coyne: Faith vs. Facts (2015)

(6) Daniel Dennett: Romper el hechizo: la religión como fenómeno natural (2007)

(7) Edward Gibbon: Historia de la decadencia y caída del imperio romano ( 2 vols ) Ediciones Atalanta 2012.
Aquí un pequeño ejemplo de cómo trató el tema de los mártires:
El docto Orígenes, quien por su experiencia y estudios se hallaba muy enterado de la historia de los cristianos, expresa terminantemente que era muy reducido el número de los mártires.[1602] Basta su autoridad para aniquilar aquella formidable hueste de mártires, cuyas reliquias, extraídas por lo más de las catacumbas de Roma, han surtido a tantas iglesias,[1603] y cuyos peregrinos prodigios forman el asunto de grandiosos volúmenes en las novelas sagradas.[1604] No obstante, puede explicarse y corroborarse el general aserto de Orígenes con el testimonio especial de su amigo Dionisio, quien, en la inmensa ciudad de Alejandría y bajo la persecución violenta de Decio, sólo cuenta diez hombres y siete mujeres ejecutados por estar profesando el nombre cristiano.”
Y otra perla sobre la labor propagandística de los monjes:
Pero el origen oscuro y equívoco de las iglesias occidentales de Europa ha sido anotado con tanta negligencia que, si quisiéramos relatar las fechas y los pormenores de su fundación, deberíamos suplir el silencio de la antigüedad con las leyendas que la codicia y la superstición fueron dictando a los monjes en el ocio tenebroso de sus conventos.[1505] De tantas novelas sagradas, tan sólo la del apóstol Santiago, por su singular extravagancia, merece mencionarse. De ser un pacífico pescador del lago de Jenezareth, se vio trasformado en un valeroso caballero que capitaneaba la caballería española en sus batallas contra los moros. Los historiadores más circunspectos celebraron sus hazañas; el sagrario milagroso de Compostela ostentó su poderío y la espada de una orden militar; junto a los terrores de la Inquisición, fue suficiente para eliminar cualquier objeción de crítica profana.”


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