Título original The Children Act
Traductor Jaime Zulaika
Páginas 216
Idioma Español
Publicación 2014 (2015)
Editorial Anagrama
Tras una larga ristra de libros abandonados, por vistos,
leídos o prescindibles, vacuos o sin interés, entre los que se encuentran las
prometedoras novelas Ciudad en llamas
de Garth Risk Hallberg y Breve historia
de siete asesinatos de Marlon James, sumido en un inusual estado de desazón
lectora, recurro a Ian McEwan en busca de un valor seguro donde agarrarme. Y no
me decepciona. Su estilo veloz y conciso cura mis impaciencias, la estructura
compacta de su historia, evita las distracciones de mi mente caprichosa y
fluctuante y su brevedad me protege del posible desaliento.
McEwan se reconoce heredero de John Updike y Saul Bellow,
dos de mis autores preferidos junto con Philip Roth; gente que supieron
actualizar el realismo clásico, hurgando en los conflictos, tensiones e
inseguridades del hombre y la mujer del siglo XX; valiéndose, cada uno en su
manera, de estilos sugestivos y frondosos que echo en falta en la literatura
actual. Los busqué sin encontrarlos en Jonathan Franzen (trivial y efectista),
en David Foster Wallace (demasiado experimental);
los busco en nuevas promesas del marketing editorial como Ciudad en llamas de Garth Risk Hallberg (buen fuste de narrador
compulsivo, pero sin propósito), y sigo sin encontrarlos. Hoy, el testigo está
en manos de Ian McEwan o de Herman Koch. Van por el buen camino, pero no creo
que hayan dado, todavía, lo mejor de si.
Fiona Mayer, cerca de los sesenta años, competente juez del
Tribunal Superior de familia, afronta dos dilemas: su marido Jack le pide
permiso para mantener una aventura sexual con Malanie, alegando su deseo de
vivir una última pasión, y, en lo profesional, debe decidir si ordena una
trasfusión de sangre a Adam Henry, un joven testigo de Jehová con leucemia, que
rechaza el tratamiento por motivos religiosos. Visita al joven en el hospital y decide proteger, en contra de
su voluntad y la de su familia, su derecho a la vida autorizando la transfusión.
Adam se cura y, ilusionado con las posibilidades de una nueva vida al margen de
las cadenas de su religión, la sigue para pedirle que sea su mentora. La
negativa de Fiona traerá dramáticas consecuencias.
El intento intempestivo de fuga sexual de Jack, el marido de
Fiona, sirve para cuestionar la entrega completa de su vida a la profesión
judicial.
Se puede reprochar a la novela que mantenga el dilema moral
dentro de las discusiones legales de minoría de edad y respeto a las creencias
religiosas, sin cuestionar, de manera más radical, el papel de las religiones
en la sociedad moderna que, bajo la inofensiva apariencia de tradición, empapan
nuestras leyes frenando el progreso. El respeto a las creencias puede ser
cuestionado porque las creencias no son inocuas. Las creencias generan o
justifican conductas que pueden ser perniciosas para la sociedad, el individuo,
o para ambos. Ejemplos del trasfondo religioso del corpus legislativo hay
muchos: leyes antivicio, penalización por el consumo de marihuana, límites a la
investigación con células madre, leyes restrictivas sobre el aborto o la
planificación familiar, leyes contra la libertad de elegir una muerte digna, y
un largo etcétera. El respeto a las creencias religiosas tiene consecuencias.
Pero este no es el alcance de la novela que, como decía, se
inscribe, muy hábilmente, en el ámbito
legal (la protagonista es una jueza) y en las consecuencias personales de la
posterior inhibición de Fiona cuando Adam le pide que lo guíe y lo ilumine en
su nueva vida laica. Es una novela de tesis en que los elementos dramáticos
pueden parecer un poco forzados.
Un 8,5 por su precisión, eficacia, delicada evocación del
vacío existencial y buena visión de los tribunales de familia, que sería un 10 planteada
con más amplitud de campo.
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