Título original Upotreba Coveka
Traductor Luisa Fernanda Garrido | Tihomir Pistelek
Páginas 312
Idioma Español
Publicación 1976 (2013)
Editorial Acantilado
Un relato antiheroico, crudo y devastador de la ocupación
alemana de Yugoslavia. Antes de la guerra la vida bulle de pequeños vicios,
pasiones, anhelos y, también, honestas ambiciones. Durante la ocupación, el
rodillo de violencia lo aplasta todo sin dejar ni un pequeño resquicio de
humanidad. Después de la liberación, los que no han muerto víctimas de un
exterminio frío y calculado, quedan reducidos a ruinas humanas vacías, rotas,
inservibles para una vida normal,
La historia se sitúa en Novi Sad, ciudad al norte de Serbia,
y explica las vidas del grupo de estudiantes y sus familias, unos judíos y
otros no, a los que Anna Drentvenšek, apodada por los estudiantes «la Señorita», da clases de
alemán allá por los años 1935-36. Anna muere después de una intervención para
extraerle cálculos biliares y deja un diario (un poco cursi y angustiado) que
aparecerá al final de la novela (1950) cerrando un círculo simbólico de abuso y
desolación.
En medio, Tisma nos cuenta como se desmoronan las vidas del
pequeño grupo de estudiantes y sus familias durante la ocupación alemana. Destacan
las historias de Vera Kroner y Sredoje Lukuzić. Vera, una guapa pelirroja, hija
de un próspero comerciante judío casado con una alemana, escapa viva del campo
de concentración en el que es obligada a ejercer de esclava sexual. De regreso
a su casa vacía en Novi Sad, recibe por las noches a desconocidos con los que
copula a cambio de pequeños regalos. Sredoje Lukuzić, antes pretendiente de
Vera, pierde padre y hermano en su huida a Budapest, se enrola en la policía
colaboracionista húngara, mata a un oficial alemán cuando intenta abusar de él
y huye uniéndose a la resistencia. Hay muchas más historias, devastadoras, de
personajes zarandeados y arrastrados como peleles por el tsunami de la ocupación.
La novela es intensa, rápida y absorbente, cuajada de
detalles cotidianos de la época. Los continuos saltos temporales hacen que los
contrastes del antes y el después impacten más profundamente en el lector. El
estilo es naturalista, como un Zola que ahorra descripciones superfluas sin
escatimar escenas duras que contribuyen al contexto:
“un poco más lejos, el
caballo blanco, que Sredoje había visto después de la primera oleada de
aviones, ya agonizaba, tumbado de costado, sacudiendo la cabeza y pataleando
con los poderosos cuartos traseros enredados en el meandro de los intestinos”.
Sin concesiones, sin compasión ni esperanza, dibuja el
paisaje crudo durante y asolado después de la ocupación.
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