Las dos obras de Averil Cameron “El Bajo Imperio romano, 284-430 d.C.” y “El mundo mediterráneo en la Antigüedad tardía, 395-600 d. C.”, podrían
componer un solo libro, extraordinario, canónico, que empieza con Diocleciano y
termina con las invasiones árabes. Junto con “El legado de Roma, una historia de Europa de 400 a 1000” de Chris Wickham, que abarca hasta el Occidente post
carolingio, es todo lo que un lector no especialista, aunque exigente, puede
necesitar. El libro de Bryan Ward-Perkins “La caída de Roma y el fin dela civilización” es un buen complemento para los gibbonianos confesos, como
yo, al hacer hincapié en que la invasión germana de Occidente fue violenta y
significó un descenso del nivel económico y cultural de esta parte del Imperio.
A mí también me interesa cómo se extendió en cristianismo entre los siglos I y
III, para lo que tendré que recurrir a la obra de Ramsay MacMullen “Christianizing the Roman Empire, A.D. 100-400” que reseñaré pronto, citado por Cameron en su bibliografía
con el aviso “para una visión escéptica”. Puede completarse el panorama con el clásico de Per Brown "El mundo de la Antigüedad tardía".
El enfoque de Cameron se funda en el análisis precavido y
hasta receloso de las fuentes, tanto narrativas como arqueológicas, la visión
gradual de los procesos de cambio económico, militar, social, cultural y
religioso, y el examen equilibrado y ecléctico de las diferentes hipótesis que
intentan explicar esos cambios. Para explicar el “derrumbe” del Imperio se
muestra favorable al concepto de colapso de sociedades complejas de Tainter
(1).
En desacuerdo con las teorías que defienden el viraje brusco
entre los mandatos de Diocleciano y Constantino dice:
“Una vez consolidado
como único emperador, Constantino pondría en movimiento grandes
transformaciones que han invitado tanto a los historiadores de su época como a
los modernos a contraponerlo tajantemente con Diocleciano; pero él mismo era
producto de la Tetrarquía
y, en muchos sentidos, el heredero de Diocleciano; así, gran parte de las
transformaciones sociales, administrativas y económicas ocurridas durante su
reinado simplemente llevaron a su lógica conclusión las innovaciones iniciadas
por Diocleciano.”
En el balance del mandato de Constantino, lamenta no
disponer de la versión de Amiano Marcelino (2) y dice:
“Sin embargo, parece
que no se produjeron grandes protestas por parte de la población pagana, y
puede que las acciones de Constantino fueran más ambiguas de lo que deja
entrever Eusebio. Esa ambigüedad no existía en lo que se refiere a la filiación
de sus hijos, sobre todo de Constancio II, sobre quien escribe Amiano:
La llana y sencilla
religión de los cristianos fue complicada por Constancio con fantasías de
viejas [...]; el transporte público llevaba a toda prisa a un tropel de obispos
de aquí para allá para asistir a lo que llaman sínodos y, con sus intentos de
imponer conformidad, sólo consiguió Constancio paralizar el servicio de correos
(XXI.6).
Al observar las
primeras fases de esta evolución y contemplar las nuevas iglesias imperiales en
construcción, muchos súbditos paganos de Constantino tuvieron que compartir la
exasperación de Amiano”
Un aspecto llamativo es cómo influyó la supresión de las
penas por celibato por parte de Constantino en la proliferación del ascetismo
cristiano. Se observa que a finales del siglo IV los monjes se calculaban por
millares.
El libro sigue con un análisis de las relaciones
Iglesia-Estado que legó Constantino, el intento frustrado de Juliano de
restaurar el culto pagano, el estado tardo romano hasta Teodosio, la economía,
los asuntos militares y la cultura.
Cierra sus conclusiones con esta frase:
“Los problemas
políticos, económicos y militares que experimentó en esta última fase el
sistema imperial romano eran ciertamente muy grandes, y, como es natural, a
menudo quedan reflejados en sus fuentes. Culturalmente, empero, la Antigüedad Tardía
fue muy diferente de lo que este modelo sugiere. Diversa, cambiante,
innovadora, contradictoria: todos estos epítetos pueden aplicarse con justicia
al tumultuoso mundo de Amiano Marcelino. En cierto modo, se trataba de un mundo
como el nuestro, con rápidos cambios y la consecuente sensación de confusión.
No se trata del mundo clásico que nos es familiar, pero en eso reside
precisamente su atractivo.”
Cameron nos enseña que la historia es interpretación del
material que nos ofrecen las fuentes, y que ese material presenta muchos
huecos; en el campo de la
Antigüedad Tardía es un Gruyère con más agujeros que queso:
un inmenso lago en que reconstruir la topografía del fondo con unas pocas
piedras que asoman en la superficie. Como dijo Erwin Schrödinger (3) “Lo que intento decir es que la búsqueda
honesta del conocimiento a menudo requiere permanecer en la ignorancia durante
un periodo indefinido. En lugar de llenar los huecos por mera conjetura, la
ciencia auténtica prefiere asumirlos; y no tanto por escrúpulos conscientes
sobre la ilegitimidad de las mentiras como por la consideración de que, por
fastidioso que sea el vacío, su superación mediante impostura elimina el
imperativo de perseguir una respuesta admisible.” Cameron, en su
apasionante relato histórico, se cuida de que a cada momento podamos distinguir
los hechos de las conjeturas.
Cameron practica una historia global que integra política, economía,
sociedad, cultura, religión, ejército…
Nada queda fuera de su penetrante mirada, y puede dar la impresión,
quizá equivocada, que los pesos de tantos factores involucrados son
equivalentes. Por ejemplo, trata del conflicto religioso, pero no queda clara
su relevancia:
“Pero aun cuando
paganos y cristianos no entraran necesariamente
en conflicto a lo largo de finales del siglo IV, fue éste un período tenso en
las relaciones culturales y sociales. Durante los reinados de Valentiniano y
Valente, el Senado soportó una serie de juicios provocados por agentes
imperiales por delitos tales como magia, adulterio y otras transgresiones
sexuales, y se celebraron de acuerdo con la ley de traición (maiestas), que
permitía el uso de la tortura.”
Los cambios religiosos condicionaron los siguientes quince
siglos de la historia de la humanidad y creo que merecen más espacio. El
cristianismo se extendió en el entorno cultural propicio del neoplatonismo
místico, mágico y ya milagrero que no deja de constatar Cameron:
“La principal
alternativa intelectual al cristianismo era el neoplatonismo, que también tenía
un matiz religioso y supersticioso distintivo, sobre todo a través de la
práctica de la teurgia, una técnica para convocar a los dioses por medios
mágicos u ocultos; se vinculaba sobre todo con Jámblico, un filósofo de
principios del siglo IV, de Apamea, en Siria, y de él pasó a Juliano por Máximo
de Éfeso. La meta última de la teurgia, como del neoplatonismo en general, era
la unión del alma con Dios; la magia y los milagros cotidianos eran simplemente
un peldaño más bajo de la escalera que conducía al adepto a esta unión mística,
pues las habilidades del teurgo le proporcionaban conocimiento y control sobre
el mundo físico.”
El libro de Dodds (4) parece indicado para entender la
interacción paganismo-cristianismo.
En resumen, un libro claro y preciso, rico en asombrosos
detalles, muy precavido con las fuentes, que busca el equilibrio huyendo de las
hipótesis radicales.
Por último, mencionar la interesante bibliografía comentada
que nos deja al final del libro, muy útil para el que desee profundizar en algún
tema concreto.
Deberes: 1. Leer la Historia de Amiano Marcelino, sin duda la mejor
fuente de la época, y 2. Profundizar en el tema del entorno neoplatónico con
tendencias, ascéticas, místicas y milagreras, en que prosperó el cristianismo.
NOTAS
(1)
The Collapse of Complex Societies, de J. A. Tainter (Cambridge, 1988)
(2)
Amiano
Marcelino: Historias (Akal )
(3) Erwin
Schrödinger: La naturaleza y los griegos
(1997)
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