Título original The Mediterranean world in late antiquity ad 395-600
Traductor Teófilo de Lozoya
Páginas 264
Idioma Español
Publicación 1993 (1998)
Editorial Crítica
El mundo mediterráneo en la Antigüedad tardía
(395-600) empieza con la división del imperio entre Oriente y Occidente a la
muerte de Teodosio y termina con las invasiones árabes en Oriente. Es la
continuación de El Bajo Imperio romano, 284-430 d.C. y de hecho debería publicarse como un solo
libro que conformaría el manual canónico sobre la Antigüedad Tardía.
Lo primero que sorprende es la densidad de conceptos y
riqueza de detalles que te hacen sentir como si leyeras un libro de 800 páginas
en lugar de las 260 que tiene. Y no porque resulte pesado o aburrido; todo lo
contrario, su diálogo constante con las fuentes y las diferentes
interpretaciones te sumergen en un tiempo histórico vivo y vibrante del que,
para bien o para mal, somos herederos.
Comienza con una
suculenta introducción de unas 30 páginas donde analiza los enfoques
anteriores y actuales de los historiadores, explora las fuentes, fija el
periodo de la Antigüedad
Tardía y delimita sus principales problemas que para Cameron
son:
-
El proceso de cristianización.
-
El de la defensa.
-
La supuesta decadencia de
la economía del Bajo Imperio.
-
Los cambios y reajustes
en la esfera educativa e ideológica.
Continua
con la fundación de Constantinopla y el Imperio Oriental, la relación de los bárbaros y el ejército tardorromano, la relación
Iglesia y Sociedad, el papel de los obispos, los conflictos, los monjes y
ascetas, y el pronto enriquecimiento de la Iglesia.
Sigue con
un análisis de las estructuras sociales y la economía, la reconquista de Justiniano, las transformaciones en la cultura y
mentalidad, los cambios en la vida urbana, para terminar con las invasiones
persas y árabes y los motivos de su éxito.
Nos impactan por igual sus visiones panorámicas:
“Las
grandes construcciones recién erigidas, iglesias y monasterios, constituían los
nuevos centros de poder e influencia; los desiertos de Egipto y Siria se
transformaron en morada de miles y miles de monjes de toda laya, y las
provincias de Oriente se convirtieron en un crisol de culturas, abierto a todo
tipo de cambios sociales.”
O cuando pone la lupa para escrutar los detalles, por ejemplo, de las revueltas
religiosas:
“Los
sublevados empezaron a entonar cánticos pidiendo «Un nuevo emperador para el
estado romano», y de esta guisa fueron hasta la residencia del anterior
prefecto, Marino el Sirio; al no encontrarlo en ella, incendiaron su casa y
saquearon todas sus pertenencias... En la casa hallaron a un monje oriental y,
tras prenderlo, lo mataron, paseando luego su cabeza por las calles clavada en
un palo entre cánticos que decían: «Mirad al enemigo de la Trinidad». Corrieron
luego a casa de Juliana, mujer patricia de ilustrísimo rango, y se pusieron a
vitorear a su esposo, Aerobindo, pidiendo que se convirtiera en emperador del
estado romano.”
Explica como empezó el temprano enriquecimiento de la Iglesia:
“Claro
que los pobres se beneficiarían hasta cierto punto de todo este proceso, y que
algunos monasterios, por ejemplo en Palestina, contribuyeron en gran medida al
desarrollo de la economía local, pero el principal beneficiario seguramente fue
la propia Iglesia, que pudo así sentar las bases de la enorme riqueza de la que
disfrutaría durante la
Edad Media. El volumen de esa riqueza, que había ido a parar
a manos de la Iglesia
en forma de donaciones y legados desde que Constantino le concediera la
posibilidad de heredar, levantando la prohibición del celibato de los ricos
impuesta por Augusto, puede juzgarse echando una mirada al Liber Pontificalis
(basado en un original de siglo VI), que contiene un catálogo de las ingentes
fortunas donadas a las iglesias de Roma, entre ellas latifundios cuyas rentas
daban de sí lo suficiente para el mantenimiento de la Iglesia en cuestión.”
Cuando trata de economía, agricultura,
comercio o impuestos, abundan las expresiones “cautela”, “difícil de valorar”,
“no está claro”, y términos similares, aplicados tanto a las fuentes como a las
hipótesis. Peter Heather (1) lo expresa muy gráficamente cuando dice:
“Este
tipo de interpretación exige que el acercamiento de los historiadores a los
autores antiguos no les lleve a considerarlos como a fuentes que proporcionan
hechos, sino más bien com o a vendedores
de coches usados a los que sería conveniente tratar con saludable
precaución.”
Como la mayoría de historiadores actuales,
Cameron busca un equilibrio ponderado cuando juzga el papel del cristianismo en la caída del Imperio Romano. Tanto es
así que la palabra “fanatismo” sólo aparece una vez en todo el libro, y refiriéndose
a los monjes:
“Es
indudable que Alejandría era propensa a sufrir estallidos de violencia como
estos, pero lo cierto es que en cada ciudad se daba una peculiar mezcla de
religiones, de suerte que, atizados por el fanatismo
de algunos monjes y de determinados cabecillas religiosos, los disturbios
fueron haciéndose cada vez más frecuentes durante los siglos V y VI a medida
que fue incrementándose la población urbana en muchas de las ciudades de
Oriente”
Tampoco la palabra “superstición” abunda. Sólo
aparece dos veces en todo el libro y es para cuestionarla, cuando la propagación
del cristianismo tuvo en los milagros uno de sus principales pilares en el
terreno abonado del misticismo neoplatónico (2). La literatura apologética se
apoya en cientos (o miles) de milagros. ¿Alguien los ha contado? Sería un
interesante ejercicio estadístico.
Es cierto que el concepto “Religión de Estado” viene de lejos; ya
la instituyeron los griegos apoyándose en las teorías de Platón (3); pero con
el cristianismo llegó a su culminación y ha perdurado hasta el siglo XVIII. Sin
duda es un tema medular y me pregunto por qué razón es tan difícil encontrar un
historiador que lo encare abiertamente. Supongo que algo tendrá que ver el
temor a ser condenado a la marginalidad por una avalancha de críticas que lo arrojarían
al cuarto oscuro de la radicalidad y el extremismo; un síntoma más de que la
presión del cristianismo aun pervive.
En la historiografía actual, los cambios
ideológicos y religiosos, decisivos para el futuro de la humanidad, quedan
enterrados en una maraña de teorías sobre las causas económicas, militares,
culturales, urbanísticas, financieras… ¿Alguna de ellas ha condicionado, como
la religión, los siguientes dieciséis siglos? Da la sensación de que se ha
edificado un gigantesco pajar para que nadie encuentre la aguja.
NOTAS
(1) Peter Heather: La caídadel imperio romano (2005)
(2) E. R. Dodds: Paganos y cristianos en una época de angustia (1965)
(3)
Benjamin Farrington: Cienciay política en el mundo antiguo, Ayuso, 1980 (1939)
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