Traductor José Luis López Muñoz
Páginas 144
Idioma Español
Publicación 1997 (2006)
Editorial DeBolsillo
Si no has leído a Saul Bellow aún, deberías hacerlo porque
se trata, quizá, del mejor narrador contemporáneo. Me gustaría aconsejarte que
empezaras por sus novelas breves como aperitivo, para pasar al primer plato…
pero no es el caso. No con Bellow. ¿Por qué? Pues porque son obras de madurez,
concentradas; su pensamiento y estilo, exprimidos, destilados, producen un
jarabe difícil de apreciar si no conoces de donde proceden sus sabores. ¿De
dónde proceden? De sus novelas más extensas: Augie March, Herzog, Humbolt…Pero
no sé que aconsejar. Yo lo leí hace años, sin orden preestablecido, cuando mi
triunvirato americano favorito eran Bellow, Malamud y Updike; después vino
Philip Roth, John Barth, etcétera. Quizá empezaría por “El diciembre del
decano” y “Las aventuras de Augie March”. No sé; eso cada uno.
De Bellow no esperes tramas redondas y acabadas; sus
novelas, como ciertos cuadros, son para mirar de cerca y saborear cada párrafo.
Al contrario que con los cuadros impresionistas, en que la distancia concreta
las formas, las novelas de Bellow son preciosas de cerca y difusas de lejos.
Sus obras extensas apabullan y las breves desconciertan. No es un autor fácil
de tragar entero, pero exquisito a cucharadas.
El anciano millonario Sigmund Adletsky contrata a Harry
Trellman para que forme parte de su equipo de asesores como “observador
privilegiado” de la psicología humana. Harry, el narrador, hombre de negocios
retirado, cauteloso y de rasgos orientales, acompaña al matrimonio Adletsky en
la negociación de la compra de un apartamento de lujo que venden Bodo Heisinger
y su esposa Madge. Allí se encuentra con Amy Wustrin, su primer amor de
instituto que ahora es decoradora. Mientras tiene lugar el tira y afloja por la
venta del apartamento, Harry y Amy revisan su pasado.
Novela sobre la fugacidad, el misterio y el azar de la
atracción amorosa, revelados en diálogos cortos que iluminan y, a la vez velan,
la historia de un amor interrumpido durante décadas. El lector no contempla un
cuadro, atisba un esbozo repleto de deslumbrantes destellos.
“Ya no era atractivo
como antes. No sólo estaba mal de salud. En general, se encontraba en un estado
terrible. Sus ropas olían mal, tenía los dientes sucios, y cuando intentó esa
sonrisa seductora que tenía antes, esa elevación deliberada del labio superior,
fue un desastre.”
“—Perdió su interés en
mí, de esa manera. Hace alrededor de diez años, pasamos por las etapas finales
de la ropa interior negra y de hacerla frente al espejo. Yo tenía que
inclinarme sobre el respaldo de una silla.
Desearía que Amy no me
contara esas cosas.”
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