Traductor Eugenia Vázquez Nacarino
Páginas 336
Idioma Español
Publicación 2010 (2013)
Editorial Lumen
Leer a Cynthia Ozick era una de mis deudas pendientes.
Elogiada por Saul Bellow –poco dado a encomiar a escritores coetáneos a
excepción de John Cheever- , pertenece a la brillante generación de escritores
judíos que han dado lustre a la novela americana contemporánea: Doctorow,
Malamud, Roth, Singer y el mismo Bellow. Leídas unas 30 páginas, he estado a
punto de dejar el libro; me sonaba a novela de periplo europeo de joven
americano, rebelde sin causa a la manera de Henry James. Pero tenía la
sensación de que, si la dejaba, me perdería algo grande. ¿Qué era? El estilo,
la frase que te envuelve y embelesa; gota a gota te penetra y atrapa como una
adicción. Me recuerda las mejores novelas de Henry James: Washington Square, Retrato de una dama, Lo que Maisie sabía y Los embajadores, cuya trama es muy
similar. Pero notas que falta algo ¿tensión psicológica? ¿Trama compacta?
¿Personajes más definidos?; pero lo que te ofrece es distinto y más que
suficiente, si lo que quieres es leer algo bien, muy bien escrito.
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Bea es una madura profesora de instituto, hace años
divorciada de Leo, por entonces un músico con ínfulas de grandeza. Su hermano
Marvin, rico empresario, hombre pragmático y padre dominante, le pide que vaya
a París para encontrar y convencer a su hijo Julián, del que ha perdido el
rastro, para que vuelva a Estados Unidos y prosiga sus estudios. Bea, aunque
reticente, acepta el encargo y viaja al París de la postguerra del año 52. Este
es el punto de partida; luego entran en escena los restantes componentes de una
familia desencajada y otros personajes relacionados: Margaret, la esposa de
Marvin, ingresada en un sanatorio por trastornos mentales; Iris, la hermana
sensata de Julián que se une a él en París intentando escapar del padre; Montalbano,
estrafalario curandero al que se une la desorientada Iris; Lili, refugiada
rumana extenuada por sus padecimientos en la guerra...
El tema de fondo parece ser el sentido de la vida, la
dificultad de las relaciones humanas y el misterio del arte. Digo parece ser,
porque no me queda claro; ni a mí, ni a Bea, que dice de Julián que tiene
“inclinaciones metafísicas”; ni a Iris, que siente repelús ante lo que llama
“aterradoras penetraciones” y “funestas cópulas”; ni a los críticos que reviso
¿qué dirán? Pues nada, el de El País
dice que la trama “resulta sencilla e intrincada al mismo tiempo” ¿intrincada?
Yo diría difusa. The Guardian ve una
prolongación fructífera de “Los embajadores”. El NYT habla de un homenaje escalofriante a James que nos muestra “lo
real”. En fin, cuando se dice poco pero se expresa bien, cada uno ve lo que
quiere.
Trama difusa, personajes incompletos, ausencia de conflictos
claros, novela psicológica sin verdadera tensión psicológica… ¿Qué queda? Un
monumento al estilo, al escribir bien; la frase infinita, desbocada de Henry
James, embridada y bajo control en Ozick. Te gustará, si eres adicto/a a la buena
prosa; si quieres buena prosa (aunque no tanto), pero más sustancia, lee algo
de Iris Murdoch. Me tienta la idea de releer Los embajadores para comparar. Y
leer algo más de Ozick, quizá sus ensayos.
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