Traductor Jaime Zulaika
Páginas 160
Idioma Español
Publicación 2011 (2013)
Editorial Anagrama
Siempre he pensado que los buenos humoristas son personas
muy serias. Lo dijo J. B. Priestley al afirmar que el humor consiste en “pensar
en broma mientras se siente en serio” y Oscar Wilde en su famosa cita “la vida
es demasiado importante para tomarla en serio”. La parte triste, decepcionante
y hasta trágica de la vida es obvia; pero ¿quién se conforma con lo obvio? Hay
que buscarle las vueltas. “Buscar las vueltas” es la máxima expresión de la
inteligencia humana; es lo que nos hace avanzar; lo que hacen los científicos,
filósofos, artistas y…humoristas. Los déspotas y fanáticos siempre han
perseguido a los que buscaban las vueltas; pero, sin éstos, seguiríamos
pensando que la tierra es plana.
En el antiguo Oriente Próximo, cuna de las religiones
modernas, no había mucho humor. Ni en el Gigamesh (2.700 a. c.), la obra
literaria más antigua del mundo considerada el precedente de la historia de Noé
y el diluvio, no hay humor; la gente se dedicaba a masacrase y a buscar la
inmortalidad. Tampoco lo hay en el Antiguo testamento en el que, básicamente,
se dedicaban a lo mismo. No lo busques en la Ilíada ni en la Odisea (siglo VIII a. c.). Hay que esperar a la Comedia Griega (siglo V a. c.)
cuando se pudo cuestionar la religión y la autoridad sin peligro inminente de
muerte.
Pero volvamos del pasado remoto; siempre que me remonto tan
lejos, recuerdo la anécdota de M. Yourcenar en sus memorias:
“Antes del nacimiento
del mundo», declama pomposamente en su cómico alegato el Demandado de Racine.
«¡Abogado, por favor, pasemos al Diluvio!», exclama el juez ahogando un bostezo.”
No voy a hablar sobre la historia del humor o el análisis de
los estilos humorísticos. Quien esté interesado, puede dedicar una hora al
estupendo artículo de la
Wikipedia (mejor en inglés) y a sus muchas derivaciones:
Me gusta el humor en todas sus formas y estilos; desde el
más cáustico al más sutil, el humor cómplice, el agresivo, el autocrítico, la
insinuación, la sátira, el absurdo, el macabro o el cotidiano; aunque prefiero
la sonrisa a la carcajada. Y en literatura, prefiero las obras en que el humor
aparece, pero no es el objetivo principal.
Voy a dedicar - hasta donde mi inconstancia y distracción me
lo permitan- algunas entradas a la novela contemporánea de humor británico. Al
menos ya tengo dos reseñas casi a punto: ésta sobre Alan Bennett y otra sobre David Lodge. Tengo que releer “Los viejos demonios”
de Kingsley Amis, y luchar contra mi tendencia a la dispersión porque ya estoy
pensando en leer algo de T. C. Boyle que es humorista, sí, pero norteamericano.
¡Joder! Y ahora me viene a la cabeza Robertson Davies, que es canadiense. Y lo
que, entre tanto, se me ponga por delante. ¡Qué daría por los doscientos ojos
para leer del Saltizón Volante!
Dos historias nada
decentes.
Las protagonistas de estos dos relatos son dos mujeres
maduras, en la cincuentena, que viven sendos procesos de liberación: una, la
señora Donaldson, gracias a lo que aprende, y otra, la señora Forbes, debido a
lo que sabe y oculta. Escritas en lenguaje directo y conciso, de humor más
explícito que irónico, son historias de enredo con moraleja. El envoltorio es
simpático y el regalo original.
La señora Donaldson
rejuvenece.
La señora Donaldson, reciente viuda de Ciryl (el nombre lo
dice todo) y escasa de medios económicos, acepta un trabajo de “simuladora” en
el hospital universitario. También admite como inquilinos a una joven pareja de
estudiantes, en contra del criterio de su estricta hija Gwen, casada con un
dentista, cuyo cometido –según opinión de la señora Donaldson- “era representar
a su padre en la tierra”.
Gracias a su éxito como actriz hospitalaria y a la pobreza
de sus jóvenes inquilinos, que le pagan el alquiler con sesiones de sexo en
directo, en la señora Donaldson, despierta una libido entumecida por largos
años de aburrida convivencia con su marido Ciryl:
“El coito normal era
una actividad con la que incluso la señora Donaldson estaba relativamente
familiarizada, aunque en este caso se practicaba con mayor vigor y variación de
los que ella había experimentado en su vida.”
Y hasta aquí puedo contar.
La ignorancia de la
señora Forbes.
Todos mienten, disimulan u ocultan lo que saben, y eso hace
que el mundo funcione; de no ser así, la convivencia colapsaría. La señora
Forbes ignora que su hijo es homosexual, que su marido se acuesta con su nuera…pero
¿realmente lo ignora? Pensamos que lo sabemos todo de los demás y somos capaces
de ocultarles lo que no queremos que ellos sepan de nosotros. Error.
Una buena comedia de enredo basada en la falsa ignorancia
mutua.
Bennett es dramaturgo y guionista, y eso se nota en estas
dos novelas breves que, apoyadas en mucho diálogo, te las imaginas convertidas
en una sitcom u obra teatral.
Ahora a por David
Lodge y Kingsley Amis.
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