viernes, 25 de agosto de 2017

EL VENDIDO de Paul Beatty - Genuina sátira en las primeras cien páginas y, el resto, surrealismo en caida libre - Valoración 8/10


TítulooriginalThe Sellout
TraductorIñigo García Ureta
Páginas368
IdiomaEspañol
Publicación2015 (2017)
EditorialMalpaso

“Yo”, un granjero especializado, movido por un sentimiento nostálgico de recuperación de la intimidad “negrata”, intenta resucitar su desaparecido barrio Dickens, un gueto periférico al sur de los Ángeles, y organizarlo según el orden segregacionista. Su amigo Hominy, un viejo actor de segunda fila que se siente olvidado, le ayudará en el empeño declarándose su esclavo.

“El vendido” es una de esas novelas que empiezan muy bien, pero luego se van desinflando. La citación que recibe “Yo”, el protagonista, del Tribunal Supremo concediendole una apelación, es toda una declaración de primcipios. Empieza así:
“¡Enhorabuena, acaba de ganar un premio extraordinario! Su caso ha sido escogido entre cientos de apelaciones para ser visto por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América. ¡Qué magnífico honor!”
Le anuncian la aceptación de su caso como si le tocara la lotería y termina así:
“La carta concluía con instrucciones precisas para llegar al edificio del Tribunal Supremo desde el aeropuerto, la estación de tren o la autovía I-95, y llevaba una cartilla de cupones de descuento para varias atracciones, restaurantes, hoteles y similares.” Parodia del pragmatismo y el consumismo, tan americanos.
Su paseo por Washington, D. C. está sembrado de observaciones dignas del mejor Club de la Comedia:
“Como era previsible, en el Pentágono no hay nada que hacer salvo declarar una guerra.”
El primer cuarto de la novela (unas 100 páginas) rebosa humor, ingenio y agilidad narrativa. Cuenta su infancia en su casa conocida como «la caja de Skinner», su formación a cargo de su extravagante padre, un “psicólogo de la liberación” que usaba a su hijo como cobaya y lo educó siguiendo al pie de la letra la teoría del desarrollo cognitivo de Piaget. Esa parte y la que refleja el ambiente vecinal y social del antiguo barrio de Dickens, está muy bien; se mueve dentro del modelo de sátira realista. Pero en adelante, cuando relata la campaña de “Yo” para resucitar el barrio devolviéndolo a una especie de segregación inversa, la historia toma tintes surrealistas y el lector se pierde y desconecta. Ayuda la acumulación histérica de nombres de la cultura local que nada significan para el lector foráneo.
En resumen: un centenar de buenas páginas en el más genuino estilo satírico - entre Twain y el Nabokov de “Pnin” – y caída libre hacia un surrealismo incongruente.
“El vendido” se llevó el Man Booker Prize de 2016 y la curiosidad me ha llevado a leer una de las novelas finalistas, “Mi nombre era Eileen”, de Ottessa Moshfegh, para compararlas y comprobar si mi criterio coincide con el del jurado.

Dos citas:
“La experiencia negra conllevaba un montón de inconvenientes, pero, joder, al menos teníamos un poco de privacidad. Nuestro argot y nuestro degradado sentido de la moda no se popularizaron hasta años después. Incluso contábamos con nuestras propias técnicas sexuales secretas.”

“Se recostó en su silla y dijo que por un kilo de cerezas podía segregar su hospital de la forma que considerara oportuna.”


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