TítulooriginalThe Sellout
TraductorIñigo García Ureta
Páginas368
IdiomaEspañol
Publicación2015 (2017)
EditorialMalpaso
“Yo”, un granjero especializado, movido por un sentimiento
nostálgico de recuperación de la intimidad “negrata”, intenta resucitar su
desaparecido barrio Dickens, un gueto periférico al sur de los Ángeles, y
organizarlo según el orden segregacionista. Su amigo Hominy, un viejo actor de
segunda fila que se siente olvidado, le ayudará en el empeño declarándose su
esclavo.
“El vendido” es una de esas novelas que empiezan muy bien,
pero luego se van desinflando. La citación que recibe “Yo”, el protagonista,
del Tribunal Supremo concediendole una apelación, es toda una declaración de
primcipios. Empieza así:
“¡Enhorabuena, acaba
de ganar un premio extraordinario! Su caso ha sido escogido entre cientos de
apelaciones para ser visto por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos de
América. ¡Qué magnífico honor!”
Le anuncian la aceptación de su caso como si le tocara la
lotería y termina así:
“La carta concluía con
instrucciones precisas para llegar al edificio del Tribunal Supremo desde el
aeropuerto, la estación de tren o la autovía I-95, y llevaba una cartilla de
cupones de descuento para varias atracciones, restaurantes, hoteles y
similares.” Parodia del pragmatismo y el consumismo, tan americanos.
Su paseo por Washington, D. C. está sembrado de
observaciones dignas del mejor Club de la Comedia :
“Como era previsible,
en el Pentágono no hay nada que hacer salvo declarar una guerra.”
El primer cuarto de la novela (unas 100 páginas) rebosa humor,
ingenio y agilidad narrativa. Cuenta su infancia en su casa conocida como «la
caja de Skinner», su formación a cargo de su extravagante padre, un “psicólogo
de la liberación” que usaba a su hijo como cobaya y lo educó siguiendo al pie
de la letra la teoría del desarrollo cognitivo de Piaget. Esa parte y la que
refleja el ambiente vecinal y social del antiguo barrio de Dickens, está muy
bien; se mueve dentro del modelo de sátira realista. Pero en adelante, cuando
relata la campaña de “Yo” para resucitar el barrio devolviéndolo a una especie
de segregación inversa, la historia toma tintes surrealistas y el lector se
pierde y desconecta. Ayuda la acumulación histérica de nombres de la cultura
local que nada significan para el lector foráneo.
En resumen: un centenar de buenas páginas en el más genuino
estilo satírico - entre Twain y el Nabokov de “Pnin” – y caída libre hacia un
surrealismo incongruente.
“El vendido” se llevó el Man Booker Prize de 2016 y la
curiosidad me ha llevado a leer una de las novelas finalistas, “Mi nombre era
Eileen”, de Ottessa Moshfegh, para compararlas y comprobar si mi criterio
coincide con el del jurado.
Dos citas:
“La
experiencia negra conllevaba un montón de inconvenientes,
pero, joder, al menos teníamos un poco de privacidad. Nuestro argot y nuestro
degradado sentido de la moda no se popularizaron hasta años después. Incluso
contábamos con nuestras propias técnicas sexuales secretas.”
“Se recostó
en su silla y dijo que por un kilo de cerezas podía segregar su hospital de la
forma que considerara oportuna.”
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