Título originalReinaissance Europe 1480-1520
TraductorRamón Cotarelo García
Páginas368
IdiomaEspañol
Publicación2000 (2016)
EditorialSiglo XXI
No soy un “informívoro”, como ahora les llaman a los
devoradores de información incubados en internet que se relaciona con el
insaciable picoteo de canapés informativos, a menudo, de dudosa fiabilidad.
Puede que sea un curioso compulsivo, pero mi dosis mínima es el libro, no el
“post”. Mis intereses diversos me dejan en un generalista mediocre,
especialista en nada, una especie de explorador cultural un poco perdido y,
siempre, muy ocupado. ¿Pero a eso no se le ha llamado siempre autodidacta?
Exacto, aunque a veces se olvida que el autodidacta siente tanta pasión por
aprender como por explorar por si mismo
los caminos que le lleven a ese conocimiento. Russell me llevó Gibbon, alguien (no lo recuerdo) a Burckhardt,
este a Sismondi y su “Historia del
renacimiento en Italia” del que adquirí una antigua edición en 12 tomos en
francés. Y otros excesos como la “Historia de Roma en la Edad Media” de
Ferdinand Gregorovius (8 tomos en
inglés) cuya traducción inicié por mi cuenta a sabiendas de mi inconstancia
para el largo plazo. Por ahí anda también la “Historia de Grecia” de George Grote en francés en nosecuantos tomos. Sí,
lo reconozco, soy un adicto a esos monumentos historiográficos del siglo XIX
que, por desgracia, nunca se han traducido al castellano. Puede que estén
superados en exactitud histórica, pero mantienen su inmenso valor narrativo.
Me interesa la historia porque, al margen de mitos y
leyendas, intenta explicar de dónde
venimos para ayudarnos a entender lo que somos. Como dice Houbswaum, soy
uno de esos “que no siente una mera curiosidad por el pasado, sino que desea
saber cómo y por qué el mundo ha llegado a ser lo que es hoy y hacia dónde va”.
El libro de Hale es uno de mis clásicos preferidos en historia cultural europea,
junto a Tuchman para el siglo XIV
(Un espejo lejano) y Huizinga para
el XIV y XV (El otoño de la Edad Media). A los dos últimos los he ido releyendo
a lo largo de los años mientras que a Hale lo tenía olvidado. Y me alegro,
porque ese olvido me ha permitido disfrutarlo como si se tratara de una nueva
lectura.
Las palabras del propio Hale, en el primer párrafo de su
prefacio a la primera edición, son la mejor reseña del cuadro vivo y palpitante
que va a ser su libro:
“El planteamiento de este libro difiere en algunos aspectos
del que es común a otros volúmenes de esta Historia de Europa en que se
integra. Sin ignorar los acontecimientos sobre los que se estructura la
cronología, su fin principal es facilitar la comprensión del modo de vivir del
mayor número posible de personas, a través de los testimonios que hasta
nosotros han llegado, y con las limitaciones que impone mi propio conocimiento.
Tratará tanto de las condiciones
materiales como de las mentalidades, a fin de registrar no solo lo que
sucedió en los cuarenta años que median entre 1480 y 1520, sino –y esto es más
importante– de dar una idea de lo que era la vida entonces.”
El estilo de Hale es
claro, ameno, sin espesuras académicas, el lenguaje es fresco a la vez que
elegante, sin corsés de jerga sociológica, económica o jurídica. Nos cuenta
como estaban las cosas en el corto periodo de cuarenta años y lo organiza por
grandes temas: como era la experiencia del tiempo y el espacio para aquellas
gentes; los acontecimientos políticos; las relaciones del individuo con la
sociedad, la familia, los gremios, el peso del cristianismo, la prevalencia de
las identidades regionales sobre las nacionales… Las clases o categorías
sociales eran medievales, la religión, las artes, la enseñanza… fueron integrando
los descubrimientos clásicos a cuenta gotas por miedo a que perturbaran el
orden establecido.
La Europa de finales del siglo XV y principios del XVI
seguía siendo feudal. El humanismo renacentista, fruto del descubrimiento de la
sabiduría antigua, fue cosa de minorías cultas. En las artes, el estilo clásico
se adaptó a las exigencias religiosas; en las universidades, la racionalidad y
el elegante latín de Cicerón, refrescó el anquilosado escolasticismo.
“El presente se había encontrado, como sucedió, con un alter
ego. Aparte de los habitantes de la ciudad celestial de Dios, los hombres
podían imaginarse ahora una sociedad parecida a la suya, a la que solo le
faltaba el compás, la imprenta, la pólvora, el Papado y las Américas; una
sociedad en la que, merced al aventamiento que el tiempo hiciera de sus fuentes
y monumentos más triviales, semejaba haber estado habitada por una raza
superior intelectual y creadora.”
“No se trataba únicamente de una lectura cuidadosa de
manuscritos olvidados, sino de una comunicación llena de sentido con una raza
de ilustres antepasados.”
No fue una revolución, tampoco una ruptura, fue una
intoxicación por contacto con el mundo antiguo que, a lo largo de los siglos
XVII y XVIII, iría menoscabando el edificio medieval que no se derrumbaría
hasta entrado el siglo XX.
Cuanta más historia leo, más absurdas veo las apelaciones a
derechos y legitimidades históricas. ¿Por qué las conquistas y los apaños
matrimoniales monárquicos de gentes del pasado deben condicionar la voluntad
democrática de la gente de hoy?