martes, 30 de enero de 2018

LA EUROPA DEL RENACIMIENTO. 1480-1520 de J. R. Hale - Un clásico equilibrado en sus reflexiones y apasionante en los detalles. - Valoración 10/10

Título originalReinaissance Europe 1480-1520
TraductorRamón Cotarelo García
Páginas368
IdiomaEspañol
Publicación2000 (2016)
EditorialSiglo XXI

No soy un “informívoro”, como ahora les llaman a los devoradores de información incubados en internet que se relaciona con el insaciable picoteo de canapés informativos, a menudo, de dudosa fiabilidad. Puede que sea un curioso compulsivo, pero mi dosis mínima es el libro, no el “post”. Mis intereses diversos me dejan en un generalista mediocre, especialista en nada, una especie de explorador cultural un poco perdido y, siempre, muy ocupado. ¿Pero a eso no se le ha llamado siempre autodidacta? Exacto, aunque a veces se olvida que el autodidacta siente tanta pasión por aprender como por explorar por si mismo los caminos que le lleven a ese conocimiento. Russell me llevó Gibbon, alguien (no lo recuerdo) a Burckhardt, este a Sismondi y su “Historia del renacimiento en Italia” del que adquirí una antigua edición en 12 tomos en francés. Y otros excesos como la “Historia de Roma en la Edad Media” de Ferdinand Gregorovius (8 tomos en inglés) cuya traducción inicié por mi cuenta a sabiendas de mi inconstancia para el largo plazo. Por ahí anda también la “Historia de Grecia” de George Grote en francés en nosecuantos tomos. Sí, lo reconozco, soy un adicto a esos monumentos historiográficos del siglo XIX que, por desgracia, nunca se han traducido al castellano. Puede que estén superados en exactitud histórica, pero mantienen su inmenso valor narrativo.

Me interesa la historia porque, al margen de mitos y leyendas, intenta explicar de dónde venimos para ayudarnos a entender lo que somos. Como dice Houbswaum, soy uno de esos “que no siente una mera curiosidad por el pasado, sino que desea saber cómo y por qué el mundo ha llegado a ser lo que es hoy y hacia dónde va”. El libro de Hale es uno de mis clásicos preferidos en historia cultural europea, junto a Tuchman para el siglo XIV (Un espejo lejano) y Huizinga para el XIV y XV (El otoño de la Edad Media). A los dos últimos los he ido releyendo a lo largo de los años mientras que a Hale lo tenía olvidado. Y me alegro, porque ese olvido me ha permitido disfrutarlo como si se tratara de una nueva lectura.

Las palabras del propio Hale, en el primer párrafo de su prefacio a la primera edición, son la mejor reseña del cuadro vivo y palpitante que va a ser su libro:
“El planteamiento de este libro difiere en algunos aspectos del que es común a otros volúmenes de esta Historia de Europa en que se integra. Sin ignorar los acontecimientos sobre los que se estructura la cronología, su fin principal es facilitar la comprensión del modo de vivir del mayor número posible de personas, a través de los testimonios que hasta nosotros han llegado, y con las limitaciones que impone mi propio conocimiento. Tratará tanto de las condiciones materiales como de las mentalidades, a fin de registrar no solo lo que sucedió en los cuarenta años que median entre 1480 y 1520, sino –y esto es más importante– de dar una idea de lo que era la vida entonces.”

El estilo de Hale es claro, ameno, sin espesuras académicas, el lenguaje es fresco a la vez que elegante, sin corsés de jerga sociológica, económica o jurídica. Nos cuenta como estaban las cosas en el corto periodo de cuarenta años y lo organiza por grandes temas: como era la experiencia del tiempo y el espacio para aquellas gentes; los acontecimientos políticos; las relaciones del individuo con la sociedad, la familia, los gremios, el peso del cristianismo, la prevalencia de las identidades regionales sobre las nacionales… Las clases o categorías sociales eran medievales, la religión, las artes, la enseñanza… fueron integrando los descubrimientos clásicos a cuenta gotas por miedo a que perturbaran el orden establecido.
La Europa de finales del siglo XV y principios del XVI seguía siendo feudal. El humanismo renacentista, fruto del descubrimiento de la sabiduría antigua, fue cosa de minorías cultas. En las artes, el estilo clásico se adaptó a las exigencias religiosas; en las universidades, la racionalidad y el elegante latín de Cicerón, refrescó el anquilosado escolasticismo.
El presente se había encontrado, como sucedió, con un alter ego. Aparte de los habitantes de la ciudad celestial de Dios, los hombres podían imaginarse ahora una sociedad parecida a la suya, a la que solo le faltaba el compás, la imprenta, la pólvora, el Papado y las Américas; una sociedad en la que, merced al aventamiento que el tiempo hiciera de sus fuentes y monumentos más triviales, semejaba haber estado habitada por una raza superior intelectual y creadora.
“No se trataba únicamente de una lectura cuidadosa de manuscritos olvidados, sino de una comunicación llena de sentido con una raza de ilustres antepasados.”
No fue una revolución, tampoco una ruptura, fue una intoxicación por contacto con el mundo antiguo que, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, iría menoscabando el edificio medieval que no se derrumbaría hasta entrado el siglo XX.
Cuanta más historia leo, más absurdas veo las apelaciones a derechos y legitimidades históricas. ¿Por qué las conquistas y los apaños matrimoniales monárquicos de gentes del pasado deben condicionar la voluntad democrática de la gente de hoy? 
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