Título original: Broken Harbour (2012)
Serie: Garda 04
Traducción: Gemma Deza Guil
Editorial RBA Libros.
Páginas: 640
Locura y muerte en la Irlanda de la burbuja inmobiliaria y
la crisis financiera. El lugar: Ocean View cerca de Broken Harbour, una urbanización construida durante el
boom inmobiliario en un lugar perdido que con la recesión quedó medio acabada,
vacía y abandonada. Vendida sobre planos, la falsa promesa paradisíaca para
clases medias ahora era una urbanización fantasma donde vivían unas pocas
familias hundidas en la miseria por la crisis financiera del 2007. Las
víctimas: la familia Spain, los dos niños aparecen asfixiados en sus camas,
Pat, el padre, muerto a cuchilladas y Jenny, la madre, muy malherida pero aún
viva. Los investigadores: Mick Kennedy (Scorcher), el detective a cargo
y mentor de Richie Curran, el ayudante novato. El narrador: Mick Kennedy,
detective muy reglamentista, de manual, que fue el investigador principal en “La
última noche de Rose Daly”, narrada por Frank Mackey.
Es como asistir al descenso a los infiernos de una de esas familias
modélicas que aparecían en los folletos publicitarios de las nuevas
urbanizaciones que surgían como setas en tiempos del boom: padres jóvenes,
atractivos, la pareja perfecta que desea prosperar y criar a sus hijos
encantadores en una casa con jardín y columpios. Cuando todo eso se derrumba,
el sueño se convierte en encerrona; pero ellos se empeñan en ser positivos y
mantener viva la esperanza, la ficción. Aprietan los dientes y tratan de conservar
las apariencias, de que nadie perciba en sus caras y sus conductas las huellas
del fracaso. Pero la olla a presión – “el amor sepultado bajo toneladas de
presión” -, revienta y los despeña por el abismo de la locura.
Mick Kennedy, el policía modélico con el porcentaje de casos
resueltos más alto de la brigada, es quien habla en primera persona y da el
tono formal, eficiente y casi profesoral de la narración. Al comienzo parece que
le esté leyendo a Richie Curran, su joven pupilo, el manual oficial del
detective de homicidios. Esa parte se hace un poco pesada, pero pronto el
lector se empapa del clima opresivo de la novela, se sumerge en los largos y
elusivos interrogatorios y observa pasmado como la novela avanza hacia algo amenazante
y oscuro.
Richie Curran, al principio mero oyente, discípulo aplicado
de las lecciones que imparte Mick, se revela cada vez más incisivo socavando
con sus dudas las certezas del veterano detective, quien debe enfrentarse a sus
propios demonios del pasado: el suicidio de su madre ahogada en la playa de Broken
Harbour y una hermana esquizofrénica de la que se siente responsable. La
corrección procesal de Kennedy se tambalea cuando Curran le opone un
contundente dilema moral: si el crimen es el resultado de una cadena de
desgracias y la reacción previsible del asesino es el suicidio, ¿hay que dejar
que lo haga mirando hacia otro lado y cerrando el caso en falso?
Si hay dos caminos, el corto y el largo, Tana French siempre
escogerá el largo, el que implica una inmersión total en el contexto familiar y
social del crimen, desgranando las historias personales de todos los
implicados: victimas, policías, familiares, amigos, pasado y presente. Te
parecerá que se recrea, que algunas escenas son innecesariamente largas o
superfluas. Es el precio que hay que pagar por una escritora omnívora a quien
todo le interesa. No escribe para impacientes; sabe que las cumbres se alcanzan
paso a paso y que las vistas desde la cima serán la recompensa. Con la French
no puedes ir con prisas, te obliga a pelear los doce asaltos y te gana por KO
técnico.
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