Título originalHope without Optimism
TraductorBelén Urrutia
Páginas248
IdiomaEspañol
Publicación2015 (2016)
EditorialTaurus
Terry Eagleton (Reino Unido, 1943) es un profesor de teoría
de la literatura, crítico literario y cultural, de raíces cristianas, marxistas
y freudianas. Fue discípulo del interesante marxista cultural Raymond Willliams.
No son credenciales que, en principio, me resulten demasiado atrayentes; pero,
como nos ocurre a muchos lectores, sucumbo víctima de un buen título y una
mejor primera frase del libro. El título pica la curiosidad: “Esperanza sin
optimismo”. ¿Cómo se cocinará eso? La primera frase:
“Alguien como yo,
para quien la proverbial botella no sólo está medio vacía sino que casi con
seguridad contiene un líquido potencialmente letal y de sabor repugnante, quizá
no sea el autor más apropiado para escribir sobre la esperanza.”
Nada, me digo, éste es de los míos; y eso parece durante el
primer cuarto del libro titulado “La banalidad del optimismo” que empieza
pegando fuerte:
“Puede haber muchas buenas razones para creer que una
situación va a acabar bien, pero esperar que ocurra así porque eres optimista
no es una de ellas.”
Y sigue con una lúcida crítica al libro de Matt Ridley “El
optimista racional”, libro que tuve en las manos y, después de ojearlo,
descarté leerlo con la sensación de que el buen Matt se subia a la parra.
También recibe lo suyo “Los ángeles que llevamos dentro” de Steven Pinker que
intenta demostrar el descenso de la violencia en la historia de la humanidad.
Eagleton aduce que contar los muertos de cada época en proporción al total de
la población mundial en ese momento, no es muy consolador; que la violencia y
la injusticia organizada cambia de forma, pero persiste. Por ahí me ha
convencido. Hace tiempo que albergo sospechas sobre ese neodarwinismo liberal
con tufillo a anarcocapitalismo y apelaciones entusiastas a “la mano invisible
del mercado” del mesías Adam Smith del
que Ridley es su profeta en “The evolution of everything” (2015). Sigo siendo
neodarwinista, pero empiezo a entrever brechas… ¡Y eso me encanta!
Después va y la lía: Abraham, San Pablo, San Agustin, Santo
Tomás, Ciceron, Chejov, Dickens, Mann, Lacan, Lawrence, Kierkegaard, Hegel,
Heidegger, Hobbes, Marx, Freud o el Benjamin más mesiánico. La lista es
interminable y el trote a pelo; saltos libres sin orden ni sistemática, zambullido en el proceloso mar de libertinaje
metafísico, teológico y literario ( en otras palabras, espeso galimatías),
Eagleton se pone opaco. Dedica un capítulo entero al inefable Ernst Bloch y su
libro “El principio esperanza” y sus delirantes 1.400 páginas de marxismo
místico y extravagantes ensoñaciones utópicas. Eagleton pierde cuando abandona
la ironía y se pone trascendente en un viaje febril por la esperanza, la
desesperanza y el deseo; su texto se hace confuso, pero el lector perseverante
se solazará ante ráfagas de brillantes intuiciones que, al fin y al cabo, es lo
que importa.
La palabra esperanza no me gusta, demasiadas resonancias
religiosas. San Pablo, San Agustin…, elige sus mejores frases sobre la
esperanza, siempre te hablan de la esperanza en la otra vida, de salvación y
redención. De nada sirve traer a Adorno en su ayuda: «El único modo que aún le queda a la filosofía de justificarse ante la
desesperación sería intentar ver las cosas tal como aparecen desde la
perspectiva de la redención». ¿De que redención me hablas? No entiendo de
eso. Si me traes a Kierkegaard, más de lo mismo: alcanzar la salvación a través
de la desesperanza. Muy bonito, pero…, ¿Qué hacemos con eso? Prefiero la
palabra “confianza” en que un deseo se realice, confianza débil, fuerte o
moderada, según los hechos que la respalden. La confianza, si es activa,
propicia que las cosas ocurran. Como decíamos de jóvenes, si quieres ligar tienes
que intentarlo.
Su crítica al optimismo me parece buena, ingeniosa y
desenfadada; su defensa de la esperanza, no tanto. Es mejor en el ataque que en
la defensa, en la destrucción que en la construcción. Es el problema común a
casi toda la crítica cultural: tomas unas cucharadas de San Pablo, San Agustín,
Santo Tomás; una pizca de Kierkegaard, Marx,
Freud…, lo mezclas con Plenty Coups, el último gran jefe de la tribu crow americana,
¿y que tienes?, una sopa insulsa de sabor indiscernible.
Richard Rorty, en “Cuidar la libertad”, dice: “Si no se ha
leído a Kant, no se puede leer a Hegel. Si no se ha leído a Platón, no se puede
leer a Kant. Alguien tiene que absorber todo esto, al fin y al cabo son libros
bastante complicados.” Para leer a Eagleton (o a Derrida, a Harold Bloom o
George Steiner) deberías haber leído todo, nadie lo ha leído todo, luego no
puedes discutir con un crítico cultural (ni siquiera otro crítico cultural).
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