sábado, 10 de febrero de 2018

LA SOCIEDAD FEUDAL de Marc Bloch - Deslumbrante en los detalles y agudas síntesis, con un tramo arduo de erudición histórico-jurídica.. - Valoración 9/10

Título originalLa societé féodale
TraductorEduardo Ripoll Perelló.
Páginas528
IdiomaEspañol
Publicación1935 (1988)
EditorialEdiciones Akal

Marc Bloch (1886-1944) fue, junto con Braudel, el más importante historiador de la escuela de los Annales y uno de los grandes historiadores del siglo XX. Su impresionante carrera se vio truncada al morir fusilado por los nazis durante la ocupación de Francia. De origen judío, no era religioso y rechaza las identidades de raza. Es conocida su frase: “"Nunca reivindico mi origen excepto en un caso: frente a un antisemita.".

La sociedad feudal” es, todavía hoy, una obra imprescindible y ampliamente citada por los especialistas en Historia Medieval; abarca unos cuatro siglos de historia europea, desde el año 900 al 1300. Trata la sociedad feudal como un todo, lo que hoy podríamos llamar “la cultura del feudalismo”. Está organizada en dos tomos que Akal ha reunido en un volumen. El primer tomo se divide en dos partes: en la primera habla de las invasiones y sus consecuencias y de las condiciones materiales de vida y la atmósfera mental; en la segunda, de los vínculos de sangre (parentesco, linaje), los vínculos de dependencia (vasallaje y servidumbre). El tomo segundo explica las clases (el noble, la caballería, el clero y el campesinado), el gobierno (el derecho y la lucha contra el desorden), y termina con el libro tercero titulado: “El feudalismo como tipo social y su acción”.

Montesquieu afirmaba que el feudalismo europeo era un fenómeno único en su género. Voltaire protestó: “El feudalismo no es en absoluto un acontecimiento; es una forma muy antigua que subsiste en los tres cuartos de nuestro hemisferio, con administraciones diferentes”. Bloch los cita en la página 454 de “La sociedad feudal” en el capítulo “¿Feudalismo o feudalismos: singular o plural? Aunque estés de acuerdo con Voltaire en que feudalismo es cualquier forma de dominación personal basada en la propiedad de la tierra, no dejarás de maravillarte ante el ingente esfuerzo de Bloch para explicar lo que fue específico del feudalismo europeo. Desde las ciudades-palacio mesopotámicas hasta la revolución industrial del siglo XIX, la tierra ha sido la principal fuente de riqueza y durante 5.000 años, en geografías y ecosistemas distintos, ejerciendo formas de explotación y grados de brutalidad diferentes, unos pocos han extraído los beneficios a expensas de la mayoría, sumida casi siempre en la miseria. Bloch nos explica de manera magistral y exhaustiva como funcionaba ese modo específico de explotación que era la sociedad feudal:
Habiendo recibido de edades anteriores la villa ya señorial del mundo romano y el sistema de gobierno germánico de las aldeas, extendió y consolidó estas formas de explotación del hombre por el hombre y, sumando en inseparable haz el derecho a la renta de la tierra con el derecho al mando, hizo de todo ello el verdadero señorío. En provecho de una oligarquía de prelados o de monjes encargados de propiciar el cielo. En provecho, especialmente, de una oligarquía de guerreros.”
A mí, la primera parte en que habla de las invasiones, sus consecuencias, las formas materiales de vida y las mentalidades, me parece impresionante. Hay párrafos que trasmiten una empatía y comprensión serena de la época fuera de lo común:
EI hombre de las dos edades feudales estaba, mucho más que nosotros, próximo a una Naturaleza, por su parte, mucho menos ordenada y endulzada. El paisaje rural, en el que los yermos ocupaban tan amplios espacios, llevaba de una manera menos sensible la huella humana. Las bestias feroces, que ahora sólo vemos en los cuentos para niños, los osos, los lobos, sobre todo, vagaban por las soledades y, en ocasiones, por los mismos campos de cultivo. Tanto como un deporte, la caza era un medio de defensa indispensable y proporcionaba a la alimentación una ayuda también necesaria. La recolección de frutos salvajes y la de la miel seguían practicándose como en los primeros tiempos de la humanidad, En los diversos útiles y enseres, la madera tenía un papel preponderante. Las noches, que no se sabía iluminar, eran más oscuras y los fríos, hasta en las salas de los castillos, más rigurosos. En suma, detrás de toda la vida social existía un fondo de primitivismo, de sumisión a las fuerzas indisciplinables, de contrastes físicos sin atenuantes. Imposible hacernos cargo de la influencia que semejante ambiente podía ejercer sobre las almas. ¿Cómo no suponer, sin embargo, que contribuía a su rudeza?”
Rudeza, ignorancia, brutalidad, fanatismo…, son palabras propias de un historiador del siglo XIX, de un Michelet, por ejemplo. Bloch no las usa, pero lo demuestra con detalles como cuando explica como funcionaba el derecho civil y el uso de niños como testigos:
Ya se tratase de transacciones particulares o de regías generales de uso, la tradición no tenía apenas otras garantías que la memoria. (…) Como el recuerdo prometía evidentemente ser más durable cuanto más tiempo vivieran los testigos, los contratantes, con frecuencia llevaban niños consigo. ¿Se temía la confusión mental propia de esta edad? Diversos procedimientos permitían prevenirla mediante una oportuna asociación de imágenes: una bofetada, un pequeño regalo o incluso un baño forzoso.

La segunda parte, donde explica los vínculos de parentesco y vasallaje, con profusión de detalles sobre su construcción proto jurídica, resulta ardua para el no especialista como yo. No quiero engañar: a ratos es un verdadero palo. Te sientes aplastado por el aluvión de datos y clamas por la síntesis esclarecedora que se hace esperar. Pero llega, deslumbrante, en el libro tercero “El feudalismo como tipo social y su acción” que funciona como gran conclusión:
El feudalismo europeo se presenta, pues, como el resultado de la brutal disolución de sociedades más antiguas. Sería, en efecto, inexplicable sin el gran trastorno de las invasiones germánicas que, obligando a fusionarse a dos sociedades originariamente colocadas en estadios muy diferentes de evolución, rompió los cuadros de ambas e hizo volver a la superficie muchos modos de pensar y hábitos sociales de un carácter singularmente primitivo. Se constituyó de forma definitiva en la atmósfera de las últimas incursiones bárbaras. El feudalismo suponía una profunda disminución de la vida de relaciones, una circulación monetaria demasiado atrofiada para permitir la existencia de funcionarios asalariados, y una mentalidad apegada a lo sensible y a lo próximo. Cuando estas condiciones empezaron a cambiar, le llegó el comienzo del fin.
En la sociedad feudal, el lazo humano característico fue la vinculación del subordinado a un jefe muy próximo. De escalón en escalón, los nudos así formados alcanzaban, como por otras tantas cadenas indefinidamente ramificadas, desde los más pequeños a los más grandes. La misma tierra sólo parecía tan preciosa porque permitía procurarse hombres, remunerándolos.

En cuanto a memoria colectiva, fue una época de grandes falsedades que desacreditan, casi por completo, el testimonio escrito:
Sin duda, las grandes falsedades que ejercieron su acción sobre la política civil o religiosa de la era feudal, le son ligeramente anteriores: la seudodonación de Constantino databa de fines del siglo VIII; los productos del sorprendente taller al que se deben, como obras principales, las falsas decretales puestas bajo el nombre de Isidoro de Sevilla y las falsas capitulares del diácono Benito fueron un fruto del renacimiento carolingio, en el momento de su esplendor. Pero el ejemplo tendría imitadores a través del tiempo. La colección canónica compilada, entre 1008 y 1012, por el santo obispo Burchard de Worms, está repleta de atribuciones engañosas y de retoques casi cínicos. Se fabricaron documentos falsos en la corte imperial, y otros, en cantidad innumerable, en los scriptoria de las iglesias, tan mal afamados en este aspecto que, conocidas o adivinadas, las falsedades que en ellos eran endémicas, contribuyeron a desacreditar el testimonio escrito: “cualquier pluma puede servir para contar cualquier cosa”, decía un noble alemán en el curso de un proceso. Seguramente, si la industria, eterna en sí misma, de los falsarios y mitómanos conoció, durante esos siglos, una excepcional prosperidad, la responsabilidad incumbe en gran parte, a la vez, a las condiciones de la vida jurídica, que descansaba en los precedentes, y al desorden ambiental: entre los documentos inventados, más de uno lo fue sólo para prevenir la destrucción de un texto auténtico. Sin embargo, que tantas producciones falseadas fuesen llevadas a cabo, que tantos personajes piadosos, de una elevación de carácter indiscutible, interviniesen en estas maquinaciones —condenadas por el Derecho y la moral de su tiempo—, constituye un síntoma psicológico digno de reflexión: por una curiosa paradoja, a fuerza de respetar el pasado, se le llegaba a reconstruir tal como hubiera debido ser.
Las falsas decretales, que incluían la seudo donación de Constantino, fueron el fundamento del derecho canónico hasta el siglo XV en que empezaron a ser cuestionadas por la reforma. Para los católicos, siguieron vigentes hasta bien entrado el siglo XIX. Parece que la idea era, si para que algo sea real debe estar escrito, pues nada, lo escribimos. Si no lo está, debería escribirse una historia de las falsificaciones políticas y religiosas; pero ¿que quedaría de la historia oficial? La falsificación y la ignorancia inducida campan hoy (en supuestas sociedades democráticas) a sus anchas; ¿cómo sería en ese pasado remoto en el que solo sabían leer y escribir los clérigos, y no todos? Me temo que la historia no puede ser más que una aproximación.

Echo en falta algún capítulo específico de historia ideológica que trate la interacción iglesia-sociedad y como se plasmó establecer en la tierra el orden revelado y bienaventurado del cielo.. Entre San Agustín (siglo V) y Santo Tomás (siglo XIII) hay 800 años de gobiernos teocráticos con aplastantes efectos en la vida social, el progreso económico y político y las guerras y masacres religiosas.
Releer este libro ha sido una gozada si obviamos el pequeño calvario de unas 150 páginas (la segunda parte del tomo primero) duras de pelar que supongo el escollo de mi primer intento, hace años, con la edición de UTEHA en aquella magnífica colección “La evolución de la humanidad”.
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