Título originalLa societé féodale
TraductorEduardo Ripoll Perelló.
Páginas528
IdiomaEspañol
Publicación1935 (1988)
EditorialEdiciones Akal
Marc Bloch (1886-1944) fue, junto con Braudel, el más
importante historiador de la escuela de los Annales y uno de los grandes
historiadores del siglo XX. Su impresionante carrera se vio truncada al morir
fusilado por los nazis durante la ocupación de Francia. De origen judío, no era
religioso y rechaza las identidades de raza. Es conocida su frase: “"Nunca
reivindico mi origen excepto en un caso: frente a un antisemita.".
“La sociedad feudal”
es, todavía hoy, una obra imprescindible y ampliamente citada por los especialistas
en Historia Medieval; abarca unos cuatro siglos de historia europea, desde el
año 900 al 1300. Trata la sociedad feudal como un todo, lo que hoy podríamos
llamar “la cultura del feudalismo”. Está organizada en dos tomos que Akal ha
reunido en un volumen. El primer tomo
se divide en dos partes: en la primera habla de las invasiones y sus
consecuencias y de las condiciones materiales de vida y la atmósfera mental; en
la segunda, de los vínculos de sangre (parentesco, linaje), los vínculos de
dependencia (vasallaje y servidumbre). El
tomo segundo explica las clases (el noble, la caballería, el clero y el
campesinado), el gobierno (el derecho y la lucha contra el desorden), y termina
con el libro tercero titulado: “El feudalismo como tipo
social y su acción”.
Montesquieu
afirmaba que el feudalismo europeo era un fenómeno único en su género. Voltaire protestó: “El feudalismo no es en absoluto un
acontecimiento; es una forma muy antigua que subsiste en los tres cuartos de
nuestro hemisferio, con administraciones diferentes”. Bloch los cita en la página
454 de “La sociedad feudal” en el capítulo “¿Feudalismo o feudalismos: singular
o plural? Aunque estés de acuerdo con Voltaire en que feudalismo es cualquier
forma de dominación personal basada en la propiedad de la tierra, no dejarás de
maravillarte ante el ingente esfuerzo de Bloch para explicar lo que fue
específico del feudalismo europeo. Desde las ciudades-palacio mesopotámicas
hasta la revolución industrial del siglo XIX, la tierra ha sido la principal
fuente de riqueza y durante 5.000 años, en geografías y ecosistemas distintos,
ejerciendo formas de explotación y grados de brutalidad diferentes, unos pocos
han extraído los beneficios a expensas de la mayoría, sumida casi siempre en la
miseria. Bloch nos explica de manera magistral y exhaustiva como funcionaba ese
modo específico de explotación que era la sociedad feudal:
“Habiendo recibido de
edades anteriores la villa ya señorial del mundo romano y el sistema de
gobierno germánico de las aldeas, extendió y consolidó estas formas de
explotación del hombre por el hombre y, sumando en inseparable haz el derecho a
la renta de la tierra con el derecho al mando, hizo de todo ello el verdadero
señorío. En provecho de una oligarquía de prelados o de monjes encargados de
propiciar el cielo. En provecho, especialmente, de una oligarquía de guerreros.”
A mí, la primera
parte en que habla de las invasiones, sus consecuencias, las formas
materiales de vida y las mentalidades, me
parece impresionante. Hay párrafos que trasmiten una empatía y comprensión
serena de la época fuera de lo común:
“EI hombre de las dos
edades feudales estaba, mucho más que nosotros, próximo a una Naturaleza, por
su parte, mucho menos ordenada y endulzada. El paisaje rural, en el que los
yermos ocupaban tan amplios espacios, llevaba de una manera menos sensible la
huella humana. Las bestias feroces, que ahora sólo vemos en los cuentos para niños,
los osos, los lobos, sobre todo, vagaban por las soledades y, en ocasiones, por
los mismos campos de cultivo. Tanto como un deporte, la caza era un medio de
defensa indispensable y proporcionaba a la alimentación una ayuda también
necesaria. La recolección de frutos salvajes y la de la miel seguían
practicándose como en los primeros tiempos de la humanidad, En los diversos
útiles y enseres, la madera tenía un papel preponderante. Las noches, que no se
sabía iluminar, eran más oscuras y los fríos, hasta en las salas de los
castillos, más rigurosos. En suma, detrás
de toda la vida social existía un fondo de primitivismo, de sumisión a las
fuerzas indisciplinables, de contrastes físicos sin atenuantes. Imposible
hacernos cargo de la influencia que semejante ambiente podía ejercer sobre las
almas. ¿Cómo no suponer, sin embargo, que contribuía a su rudeza?”
Rudeza, ignorancia, brutalidad, fanatismo…, son palabras
propias de un historiador del siglo XIX, de un Michelet, por ejemplo. Bloch no
las usa, pero lo demuestra con detalles como cuando explica como funcionaba el derecho civil y el uso de niños como testigos:
“Ya se tratase de
transacciones particulares o de regías generales de uso, la tradición no tenía
apenas otras garantías que la memoria. (…) Como el recuerdo prometía
evidentemente ser más durable cuanto más tiempo vivieran los testigos, los contratantes,
con frecuencia llevaban niños consigo. ¿Se temía la confusión mental propia de
esta edad? Diversos procedimientos permitían prevenirla mediante una oportuna
asociación de imágenes: una bofetada, un
pequeño regalo o incluso un baño forzoso.”
La segunda parte,
donde explica los vínculos de parentesco y vasallaje, con profusión de detalles
sobre su construcción proto jurídica, resulta
ardua para el no especialista como yo. No quiero engañar: a ratos es un
verdadero palo. Te sientes aplastado por el aluvión de datos y clamas por la
síntesis esclarecedora que se hace esperar. Pero llega, deslumbrante, en el libro tercero “El feudalismo como tipo social
y su acción” que funciona como gran conclusión:
“El feudalismo europeo
se presenta, pues, como el resultado de la brutal disolución de sociedades más
antiguas. Sería, en efecto, inexplicable sin el gran trastorno de las
invasiones germánicas que, obligando a fusionarse a dos sociedades
originariamente colocadas en estadios muy diferentes de evolución, rompió los
cuadros de ambas e hizo volver a la
superficie muchos modos de pensar y hábitos sociales de un carácter
singularmente primitivo. Se constituyó de forma definitiva en la atmósfera
de las últimas incursiones bárbaras. El feudalismo suponía una profunda
disminución de la vida de relaciones, una circulación monetaria demasiado
atrofiada para permitir la existencia de funcionarios asalariados, y una
mentalidad apegada a lo sensible y a lo próximo. Cuando estas condiciones
empezaron a cambiar, le llegó el comienzo del fin.”
“En la sociedad
feudal, el lazo humano característico fue la vinculación del subordinado a un
jefe muy próximo. De escalón en escalón, los nudos así formados alcanzaban,
como por otras tantas cadenas indefinidamente ramificadas, desde los más
pequeños a los más grandes. La misma tierra sólo parecía tan preciosa porque
permitía procurarse hombres, remunerándolos.”
En cuanto a memoria
colectiva, fue una época de grandes falsedades que desacreditan, casi por
completo, el testimonio escrito:
“Sin duda, las grandes
falsedades que ejercieron su acción sobre la política civil o religiosa de la
era feudal, le son ligeramente anteriores: la seudodonación de Constantino
databa de fines del siglo VIII; los productos del sorprendente taller al que se
deben, como obras principales, las falsas decretales puestas bajo el nombre de
Isidoro de Sevilla y las falsas capitulares del diácono Benito fueron un fruto
del renacimiento carolingio, en el momento de su esplendor. Pero el ejemplo
tendría imitadores a través del tiempo. La colección canónica compilada, entre
1008 y 1012, por el santo obispo Burchard de Worms, está repleta de
atribuciones engañosas y de retoques casi cínicos. Se fabricaron documentos
falsos en la corte imperial, y otros, en cantidad innumerable, en los
scriptoria de las iglesias, tan mal afamados en este aspecto que, conocidas o
adivinadas, las falsedades que en ellos eran endémicas, contribuyeron a
desacreditar el testimonio escrito: “cualquier pluma puede servir para contar
cualquier cosa”, decía un noble alemán en el curso de un proceso. Seguramente,
si la industria, eterna en sí misma, de los falsarios y mitómanos conoció,
durante esos siglos, una excepcional prosperidad, la responsabilidad incumbe en
gran parte, a la vez, a las condiciones de la vida jurídica, que descansaba en
los precedentes, y al desorden ambiental: entre los documentos inventados, más
de uno lo fue sólo para prevenir la destrucción de un texto auténtico. Sin
embargo, que tantas producciones falseadas fuesen llevadas a cabo, que tantos
personajes piadosos, de una elevación de carácter indiscutible, interviniesen
en estas maquinaciones —condenadas por el Derecho y la moral de su tiempo—,
constituye un síntoma psicológico digno de reflexión: por una curiosa paradoja,
a fuerza de respetar el pasado, se le llegaba a reconstruir tal como hubiera
debido ser.”
Las falsas decretales, que incluían la seudo donación de
Constantino, fueron el fundamento del derecho canónico hasta el siglo XV en que
empezaron a ser cuestionadas por la reforma. Para los católicos, siguieron
vigentes hasta bien entrado el siglo XIX. Parece que la idea era, si para que
algo sea real debe estar escrito, pues nada, lo escribimos. Si no lo está, debería escribirse una historia de las
falsificaciones políticas y religiosas; pero ¿que quedaría de la historia oficial?
La falsificación y la ignorancia inducida campan hoy (en supuestas sociedades
democráticas) a sus anchas; ¿cómo sería en ese pasado remoto en el que solo
sabían leer y escribir los clérigos, y no todos? Me temo que la historia no
puede ser más que una aproximación.
Echo en falta algún capítulo
específico de historia ideológica que trate la interacción iglesia-sociedad
y como se plasmó establecer en la tierra el orden revelado y bienaventurado del
cielo.. Entre San Agustín (siglo V) y Santo Tomás (siglo XIII) hay 800 años de
gobiernos teocráticos con aplastantes efectos en la vida social, el progreso económico
y político y las guerras y masacres religiosas.
Releer este libro ha sido una gozada si obviamos el pequeño
calvario de unas 150 páginas (la segunda parte del tomo primero) duras de pelar
que supongo el escollo de mi primer intento, hace años, con la edición de UTEHA
en aquella magnífica colección “La evolución de la humanidad”.
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