Título originalMedieval Europe
TraductorTomás Fernández Aúz | Beatriz Eguibar
Páginas500
IdiomaEspañol
Publicación2016 (2017)
EditorialCrítica
En la introducción a su “El
legado de Roma” (2009), Wickham denuncia dos grandes errores en el estudio
de la Edad Media: el enfoque del nacionalismo y el de la modernidad. En clave
nacionalista, la Edad Media no sirve para para explicar porque un estado
moderno sea el mejor o sea diferente. Europa no nació en la Edad Media, ninguna
identidad común ligaba a España con Irlanda o Rusia. La historia no es
teleológica, no trabaja para ningún fin y no existe ninguna cultura europea
común. En Francia, Alemania o España, no existió ninguna conciencia o
imaginería nacional. Buscar gérmenes de los actuales conceptos de igualdad,
productividad, libertad o democracia en la Edad Media es absurdo e inútil. Yo
añadiría que también es absurda la búsqueda de legitimidades históricas en
pasados remotos, lo que no niega el peso de la lengua, la cultura y la memoria
colectiva compartida en la formación de identidades nacionales.
En palabras del propio autor, los temas tratados en “La
Europa de la Edad Media” son:
“El desplome del
imperio romano de Occidente en el siglo V; la crisis en que se verá sumida su
contraparte oriental en el VII al encontrarse frente al auge del islam; la
contundencia del experimento carolingio, consistente en organizar, entre
finales del siglo VIII y principios del IX, un vastísimo gobierno cimentado en
consideraciones morales; la difusión del cristianismo por el norte y el este de
Europa a lo largo del siglo X (fundamentalmente); la radical descentralización
del poder político occidental en el XI; el crecimiento demográfico y económico
de los siglos X a XIII; la reconstrucción del poder político y religioso en el
Occidente del XII y el XIII; el eclipse al que se verá abocado Bizancio durante
este mismo período; la peste negra y el desarrollo de las estructuras estatales
en el siglo XIV; y el surgimiento de un mayor compromiso popular con la esfera
pública a finales del XIV y comienzos del XV: estos son, desde mi punto de
vista, los momentos de transformación más relevantes, y por ello habré de
dedicarles en este libro un capítulo entero a cada uno.”
Se habla de las tensiones y cambios en las estructuras de
poder (monárquico, feudal y eclesiástico), el origen asambleario de los
parlamentos a partir de las monarquías nórdicas y germánicas, la evolución de
los vínculos comerciales o las actitudes culturales… Un tema central es la
lucha constante de reyes y señores para
perfeccionar la exacción de impuestos como base de consolidación del poder.
La pérdida de las técnicas de administración (burocrática, judicial…) fragmentó
e hizo retroceder el mundo medieval a épocas más primitivas (a excepción de
Bizancio). Echo en falta cuadros vivos al estilo de Hale sobre como vivian y morían las personas, como sentían y
pensaban, como eran las guerras o el papel de la religión. A Wickham le interesan más las estructuras económicas y sociales
que las mentalidades, aunque, gracias a los relatos de sucesos y citas
particulares, se libra de acartonamiento marxista que, aún así, es más patente
en esta obra que en “El legado de Roma”, más vivaz y dinámica.
Hay una curiosa dicotomía entre las introducciones que hace
Wickham en sus libros (incluida “Una historia nueva de la Alta Edad Media”
2005), y el desarrollo propio del relato. Las introducciones son claras,
precisas, críticas con la historiografía tradicional y prometen una decidida
línea de trabajo que más adelante, en el desarrollo, se va diluyendo hasta
quedar en una extraña sensación de ambigüedad. Es como si dijera “demostraré que
esto es blanco” y, al finalizar el libro, el lector piensa que no ha visto más
que grises. Wickham, en las introducciones, parece un valiente, pero en los
relatos no se moja. ¿No quiere correr riesgos?
Otro gran problema de las historias globales que abarcan
grandes periodos y/o muchos países es la falta de cohesión narrativa al
proceder por acumulación de detalles, dispares y distantes, y la inevitable
sensación de caos y confusión. No hay duda de que las citas, las anécdotas,
episodios o datos particulares son, quizá, lo más interesante; pero se echa en
falta, al final de cada capítulo temático, un resumen claro y sintético de las
conclusiones que podemos sacar. Creo que ese problema de presentación caótica
es común a toda la historiografía no cronológica y, que yo sepa, está por
solucionar. Wickham, en “El legado de Roma”, lo justifica diciendo que prefiere
comparar a generalizar. Creo que se
evita generalizar por miedo a caer en la condena moral retrospectiva de
sociedades muy distintas a la nuestra en valores, pero demasiado parecidas
en los peores instintos: el fanatismo, la crueldad, el desprecio por la vida y
la codicia. Civilizarse es tener esos instintos bajo control.
Me llama la atención que, cuando habla de las mujeres
(capitulo 10), toma como ejemplo a dos “santas”, Catalina de Siena y Margarita
Kempe. No le veo la significación fuera de la puesta en evidencia que no fueron
consideradas herejes porque no cuestionaban la jerarquía eclesiástica. El tema
de la santología merece un estudio global a manos de historiadores no
confesionales desde enfoques de psicología social. No creo que exista, pues
como en otros temas religiosos, al historiador no le interesa meterse en
berenjenales
En la historia no hay cortes y las revoluciones se
reabsorben. Los señores feudales son los terratenientes tardo romanos más fragmentados
por la desintegración del poder y la ruptura de las comunicaciones. De alguna
manera, hubo que empezar de nuevo. Las élites organizan los territorios y se
protegen con las leyes e ideologías que mejor les sirven. Durante toda la
historia de humanidad hasta la era industrial, la fuente de riqueza más segura
y estable era la tierra y los poderosos han luchado por su posesión. A su lado
prosperaron comerciantes, administradores y burócratas que dieron origen a las
clases medias. Cuando la industria fue más rentable que la tierra, las élites
se hicieron industriales…, hasta que se dieron cuenta que la forma más rápida
de hacer dinero era mover dinero y se transformaron en capitalismo financiero.
En “El legado de Roma”,
para mí, la mejor obra de Wickham, en la que dedica más espacio a la Alta Edad
Media, recomienda los mejores libros sobre la Antigüedad tardía:
“The best brief introductions to the later Roman empire are
by Peter Brown, The World of Late
Antiquity (London, 1971), and by AverilCameron, The Later Roman Empire (London, 1993) and The Mediterranean World
in Late Antiquity AD 395–600 (London, 1993). The essential detailed surveys in
English are A. H. M. Jones, The
Later Roman Empire 284–602 (Oxford, 1964) and CAH, vols. 13 and 14. S. Mitchell, A History of the Later
Roman Empire, AD 284–641 (Oxford, 2007) is another useful introductory account.”
Excepto el de Jones, los he leído o consultado todos. El de
Mitchell es una historia clásica de los acontecimientos políticos y militares.
Brown es el que mejor escribe, junto con Peter Heather y su “La caída del Imperio
Romano” que pronto reseñaré. Los de Cameron -que deben leerse como un solo
libro- son imprescindibles. Tengo entre manos “Christianizing the Roman Empire (A .D. 100-400)” de Ramsay MacMullen, que espero me ayude a
desentrañar el misterio de la expansión del cristianismo, tema sobre el que Dodds, ese exquisito filólogo del
neoplatonismo, en “Paganos y cristianos” (reseña en marcha), tiene cosas
interesantes que decir. El más gibboniano de todos es el de Bryan Ward-Perkins “La caída de Roma y
el fin de la civilización” que, con los últimos hallazgos arqueológicos,
demuestra que la discusión ruptura-transformación sigue vigente.
En este último de Wickham, “Europa en la Edad Media”, muy
enfocado a los aspectos socio-económicos, sabe a poco.
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