sábado, 24 de febrero de 2018

EUROPA EN LA EDAD MEDIA de Chris Wickham - Algo acartonado, sabe a poco. Tiene obras mejores - Valoración 8/10

Título originalMedieval Europe
TraductorTomás Fernández Aúz | Beatriz Eguibar
Páginas500
IdiomaEspañol
Publicación2016 (2017)
EditorialCrítica

En la introducción a su “El legado de Roma” (2009), Wickham denuncia dos grandes errores en el estudio de la Edad Media: el enfoque del nacionalismo y el de la modernidad. En clave nacionalista, la Edad Media no sirve para para explicar porque un estado moderno sea el mejor o sea diferente. Europa no nació en la Edad Media, ninguna identidad común ligaba a España con Irlanda o Rusia. La historia no es teleológica, no trabaja para ningún fin y no existe ninguna cultura europea común. En Francia, Alemania o España, no existió ninguna conciencia o imaginería nacional. Buscar gérmenes de los actuales conceptos de igualdad, productividad, libertad o democracia en la Edad Media es absurdo e inútil. Yo añadiría que también es absurda la búsqueda de legitimidades históricas en pasados remotos, lo que no niega el peso de la lengua, la cultura y la memoria colectiva compartida en la formación de identidades nacionales.

En palabras del propio autor, los temas tratados en “La Europa de la Edad Media” son:
El desplome del imperio romano de Occidente en el siglo V; la crisis en que se verá sumida su contraparte oriental en el VII al encontrarse frente al auge del islam; la contundencia del experimento carolingio, consistente en organizar, entre finales del siglo VIII y principios del IX, un vastísimo gobierno cimentado en consideraciones morales; la difusión del cristianismo por el norte y el este de Europa a lo largo del siglo X (fundamentalmente); la radical descentralización del poder político occidental en el XI; el crecimiento demográfico y económico de los siglos X a XIII; la reconstrucción del poder político y religioso en el Occidente del XII y el XIII; el eclipse al que se verá abocado Bizancio durante este mismo período; la peste negra y el desarrollo de las estructuras estatales en el siglo XIV; y el surgimiento de un mayor compromiso popular con la esfera pública a finales del XIV y comienzos del XV: estos son, desde mi punto de vista, los momentos de transformación más relevantes, y por ello habré de dedicarles en este libro un capítulo entero a cada uno.”
Se habla de las tensiones y cambios en las estructuras de poder (monárquico, feudal y eclesiástico), el origen asambleario de los parlamentos a partir de las monarquías nórdicas y germánicas, la evolución de los vínculos comerciales o las actitudes culturales… Un tema central es la lucha constante de reyes y señores para perfeccionar la exacción de impuestos como base de consolidación del poder. La pérdida de las técnicas de administración (burocrática, judicial…) fragmentó e hizo retroceder el mundo medieval a épocas más primitivas (a excepción de Bizancio). Echo en falta cuadros vivos al estilo de Hale sobre como vivian y morían las personas, como sentían y pensaban, como eran las guerras o el papel de la religión. A Wickham le interesan más las estructuras económicas y sociales que las mentalidades, aunque, gracias a los relatos de sucesos y citas particulares, se libra de acartonamiento marxista que, aún así, es más patente en esta obra que en “El legado de Roma”, más vivaz y dinámica.

Hay una curiosa dicotomía entre las introducciones que hace Wickham en sus libros (incluida “Una historia nueva de la Alta Edad Media” 2005), y el desarrollo propio del relato. Las introducciones son claras, precisas, críticas con la historiografía tradicional y prometen una decidida línea de trabajo que más adelante, en el desarrollo, se va diluyendo hasta quedar en una extraña sensación de ambigüedad. Es como si dijera “demostraré que esto es blanco” y, al finalizar el libro, el lector piensa que no ha visto más que grises. Wickham, en las introducciones, parece un valiente, pero en los relatos no se moja. ¿No quiere correr riesgos?
Otro gran problema de las historias globales que abarcan grandes periodos y/o muchos países es la falta de cohesión narrativa al proceder por acumulación de detalles, dispares y distantes, y la inevitable sensación de caos y confusión. No hay duda de que las citas, las anécdotas, episodios o datos particulares son, quizá, lo más interesante; pero se echa en falta, al final de cada capítulo temático, un resumen claro y sintético de las conclusiones que podemos sacar. Creo que ese problema de presentación caótica es común a toda la historiografía no cronológica y, que yo sepa, está por solucionar. Wickham, en “El legado de Roma”, lo justifica diciendo que prefiere comparar a generalizar. Creo que se evita generalizar por miedo a caer en la condena moral retrospectiva de sociedades muy distintas a la nuestra en valores, pero demasiado parecidas en los peores instintos: el fanatismo, la crueldad, el desprecio por la vida y la codicia. Civilizarse es tener esos instintos bajo control.

Me llama la atención que, cuando habla de las mujeres (capitulo 10), toma como ejemplo a dos “santas”, Catalina de Siena y Margarita Kempe. No le veo la significación fuera de la puesta en evidencia que no fueron consideradas herejes porque no cuestionaban la jerarquía eclesiástica. El tema de la santología merece un estudio global a manos de historiadores no confesionales desde enfoques de psicología social. No creo que exista, pues como en otros temas religiosos, al historiador no le interesa meterse en berenjenales
En la historia no hay cortes y las revoluciones se reabsorben. Los señores feudales son los terratenientes tardo romanos más fragmentados por la desintegración del poder y la ruptura de las comunicaciones. De alguna manera, hubo que empezar de nuevo. Las élites organizan los territorios y se protegen con las leyes e ideologías que mejor les sirven. Durante toda la historia de humanidad hasta la era industrial, la fuente de riqueza más segura y estable era la tierra y los poderosos han luchado por su posesión. A su lado prosperaron comerciantes, administradores y burócratas que dieron origen a las clases medias. Cuando la industria fue más rentable que la tierra, las élites se hicieron industriales…, hasta que se dieron cuenta que la forma más rápida de hacer dinero era mover dinero y se transformaron en capitalismo financiero.

En “El legado de Roma”, para mí, la mejor obra de Wickham, en la que dedica más espacio a la Alta Edad Media, recomienda los mejores libros sobre la Antigüedad tardía:
“The best brief introductions to the later Roman empire are by Peter Brown, The World of Late Antiquity (London, 1971), and by AverilCameron, The Later Roman Empire (London, 1993) and The Mediterranean World in Late Antiquity AD 395–600 (London, 1993). The essential detailed surveys in English are A. H. M. Jones, The Later Roman Empire 284–602 (Oxford, 1964) and CAH, vols. 13 and 14. S. Mitchell, A History of the Later Roman Empire, AD 284–641 (Oxford, 2007) is another useful introductory account.”
Excepto el de Jones, los he leído o consultado todos. El de Mitchell es una historia clásica de los acontecimientos políticos y militares. Brown es el que mejor escribe, junto con Peter Heather y su “La caída del Imperio Romano” que pronto reseñaré. Los de Cameron -que deben leerse como un solo libro- son imprescindibles. Tengo entre manos “Christianizing the Roman Empire (A .D. 100-400)” de Ramsay MacMullen, que espero me ayude a desentrañar el misterio de la expansión del cristianismo, tema sobre el que Dodds, ese exquisito filólogo del neoplatonismo, en “Paganos y cristianos” (reseña en marcha), tiene cosas interesantes que decir. El más gibboniano de todos es el de Bryan Ward-Perkins “La caída de Roma y el fin de la civilización” que, con los últimos hallazgos arqueológicos, demuestra que la discusión ruptura-transformación sigue vigente.
En este último de Wickham, “Europa en la Edad Media”, muy enfocado a los aspectos socio-económicos, sabe a poco.
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