Título original: PAGAN AND CHRISTIANIN AN AGE OF ANXIETY
Traductor: J. Valiente MallaEdiciones Cristiandad 1975
190 páginas
Algunos de los mejores escritores sobre la antigüedad son
filólogos clásicos. Recuerdo el magnífico “La
sociedad romana” de Ludwig Friedländer o los incisivos libros sobre Grecia
de Farrington. E. R. Dodds (Irlanda, 1893-1979) es uno de ellos con un profundo
conocimiento sobre los neoplatónicos y un brillante estilo mezcla de atinada
erudición y agudeza psicológica. Su “Los griegos y lo irracional” es un clásico
de referencia que explica como los que crearon el primer racionalismo europeo
eran muy conscientes del poder de lo irracional; pero por carecer de
herramientas psicológicas, lo expresaron a través de los mitos.
En “Paganos y
cristianos en una época de angustia” hace un recorrido por la cultura
pagana y cristiana desde Marco Aurelio (161 d. c.) hasta Constantino (306 d.
c.); un periodo que Dion Casio resumió así: «Después de la muerte de Marco la historia pasó de un imperio de oro a
un imperio de hierro mohoso». Las 180 páginas de la obra pueden llevar a
engaño. El texto principal es breve, pero denso e intenso, y el cuerpo de
notas, tan extenso como el principal, para chuparse los dedos. Puedes pasarte
días siguiendo la pista y contrastando referencias en internet (muchos, la
mayoría en inglés, pueden descargarse libres de derechos). Esos “compárese” son
una tentación irresistible. Un ejemplo (con perdón por la larga cita):
“105. La frecuencia
del martirio voluntario entre los cristianos está atestiguada por Luciano
(Peregr-, 13: «Muchos de ellos se entregan voluntariamente»), por Celso (Oríg.,
C. Ceis.,8.65) y por Gemente, quien afirma (como más urde haría Juliano,
Epist., 89 b Bidei-Cumont) que tales individuos actúan por deseo de morir;
(Strom., 4.17.1). Es interesante el hecho de que Epicteto conoce ese mismo
deseo de morir entre algunos jóvenes paganos, y se siente obligado a
refrendarlo, así como que Séneca hable de un «affectus qui multos occupavit,
libido moriendi» (Epist., 24.23). El carácter patológico del anhelo del
martirio parece evidente en el crudo lenguaje de Ignacio, Ad Rom., 4. Más sanos
parecen los motivos que impulsaron a denunciarse en masa a los cristianos de
que habla Tertuliano, Ad Scap,, 5 (y que obligaron al apurado magistrado a
indicarles que había otros modos menos perturbadores de buscar la muerte), o
los que movieron al joven Orígenes al deseo de morir junto a su padre (Eus.,
Hist. Eccl., 6.2.3-6. <;No sería la automutilación de Orígenes un
sustitutivo del martirio, del que le había apartado su madre, como sugiere
Cadiou, Jeunesse d'Origène [1935], 38?). Sin embargo, las autoridades de la
Iglesia desaconsejaban generalmente el martirio voluntario (cf. Mart.
Polycarpi, 4, y Clem., loe. cit.). Sobre todo este tema, cf. las agudas
observaciones de A. D. Nock, Conversion, 197-202, y G. de Stc. Croix, «Harv.
Thcol. Rev.*, 47 (1954), 101-3.”
El libro se organiza en cuatro capítulos. Los tres primeros
revisan la relación de paganos y cristianos con el mundo, los demonios y los
dioses. En el cuarto reflexiona sobre los debates entre los principales
representantes de las dos partes –“lo que
pensaban cristianos y paganos unos de otros”- y ofrece las causas del éxito
del cristianismo.
Empezaré por el final. Dodds dice que el debate entre
cristianos y paganos se dio entre personas cultas como a nivel popular en
mercados y hogares, pero del último se sabe muy poco. Celso (siglo II) que
polemizó con Orígenes, fue el primero en ver una amenaza en el cristianismo y
el peligro de que la Iglesia acabara siendo un Estado dentro del Estado. Le
siguió Porfirio, por el que Dodds siente alguna admiración. Las tres causas del
éxito del cristianismo que Dodds ofrece son:
1.
El
exclusivismo. Había demasiados cultos, demasiados misterios, demasiadas
filosofías de la vida entre las que elegir y el cristiano podía quitarse de
encima el peso de la libertad. En una época de angustia siempre ocurre que los
credos «totalitarios» son los que mayor atractivo ejercen.
2.
El cristianismo estaba abierto a todos y no exigía una formación intelectual
previa.
3.
El cristianismo esgrimió la amenaza más dura y
el premio más sabroso.
4.
El sentimiento de grupo reforzado por la ayuda
mutua que ofrecía ante el desamparo de las grandes ciudades.
Sin olvidar el
empujón de Constantino al hacer del cristianismo la religión oficial del
Imperio. Dodds cita a Rostovtzeff: «reinaban por todas partes el odio y la
envidia; el campesino odiaba al terrateniente y a los funcionarios, el
proletariado urbano odiaba a la burguesía urbana, y el ejército era odiado por
todos* (Social and Economic History of the Roman Empire, 453). El cristianismo
aparece entonces como la única fuerza capaz de mantener unidos a todos estos
elementos en discordia; de ahí que Constantino lo considerase tan interesante.
El primer capítulo sigue las pistas de la cultura del odio
al cuerpo, a los placeres y a todo lo material. El panorama descrito es
pesadillesco. El odio y la repulsa al sexo está en el mismo origen del
cristianismo: “Galeno y Orígenes dan
testimonio de que en sus tiempos eran muchos los cristianos que se abstenían de
las relaciones sexuales durante toda la vida; la virginidad era la cumbre y la
corona de todas las virtudes.” En los Hechos
de Pablo y Tecla, obra muy difundida entonces, se afirmaba que sólo
resucitarán los y las vírgenes, y se dice que los marcionitas negaban los
sacramentos a los casados. El Evangelio de los Egipcios enseña que «Cristo vino
para destruir las obras de la mujer», es decir, para poner fin a la
reproducción sexual. El ascetismo degeneró en una carrera de emulación: “Macario de Alejandría supera a todos los
demás monjes en el ayuno, con lo que provoca la envidia y la ira de estos.”.
Entre los motivos para retirarse al desierto están: el sentimiento de
culpabilidad, las querellas familiares y “el mero disgusto por la humanidad”.
Pone ejemplos de los dos bandos, como la del fanático neoplatónico Teosebio que
“presentó a su esposa un cinturón de
castidad y le ordenó llevarlo siempre o marcharse, pero no lo hizo hasta que
hubo desaparecido toda esperanza de tener hijos con ella.”
Dodds opina que el desprecio de Ia condición humana y el
odio al cuerpo era una enfermedad endémica en toda la cultura de la época, pero
sus raíces estaban en una neurosis endógama, indicio de unos sentimientos de
culpabilidad intensos y muy difundidos.
El segundo capítulo habla del mundo demoníaco de la época,
el común y el diferencial entre paganos y cristianos: sueños, adivinación,
visiones, profecías, exhibicionismo, automutilaciones, fraudes… Se extiende en
algunas historias como la de Peregrino que “es un personaje mucho más complejo
e interesante, y su vida y hazañas, tal como nos las cuenta Luciano, resultan
extrañísimas.”
En el tercer capítulo se propone “analizar ciertas
experiencias de naturaleza ciertamente oscura y mal definida, pero cuyo valor
religioso se admite generalmente.” Explica las diferencias entre el éxtasis
griego en Plotino y Porfirio (más cercanos a la mística hindú) y el éxtasis místico,
o entre la deificación y la unión mística. Desarrolla especialmente el concepto
de unión mística en Plotino que no hubiera estado de acuerdo con Àldous Huxley
en que «el hábito del pensamiento analítico resulta fatal para las intuiciones
del pensamiento integral». Dodds “considera la experiencia mística como una
dilatación de la conciencia personal hasta abarcar esa zona de lo inconsciente”
y rastrea esa tendencia a la mística introvertida en otros neoplatónicos. Luego
pasa a Orígenes y explica su misticismo frustrado, la deuda de Gregorio con
Plotino…, para concluir que la mística, desde los textos gnósticos y
herméticos, era endémica y tomó fuerza desde Marco Aurelio a Orígenes: “Ello no
ha de sorprendernos. Como ha dicho con razón Festugiére, «miseria y mística son
realidades conexas».
Mi admiración por E. R. Dodds es la misma que el sentía por
Plotino y Porfirio. Su libro es un ejemplo de erudición y crítica penetrante y
honrada escrita con elegante lucidez. Me remito al “compárese” de sus notas y
me despido con una última cita:
“Porfirio advirtió,
como otros han hecho después, que sólo las almas enfermas sienten necesidad del
cristianismo. Pero resulta que en aquella época había muchas almas enfermas;
Peregrino y Elio Aristides no son casos aislados; el mismo Porfirio estaba lo
bastante enfermo como para entrever la posibilidad del suicidio, y hay motivos
para pensar que durante aquellos siglos fueron muchos los que, consciente o
inconscientemente, estaban enamorados de la muerte. Para tales individuos, la
perspectiva del martirio, que llevaba consigo la fama en este mundo y la
bienaventuranza en el otro, venía a ser un atractivo más del cristianismo.”
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