lunes, 28 de mayo de 2018

LOS MECANISMOS DE LA FICCIÓN de James Wood - Entre lo sutil y lo nimio - Valoración 7,5/10

Título original: How Fiction Works
© 2008, James Wood
© 2009, Ana Herrera, por la traducción
Traducción cedida por acuerdo con RBA Libros, S. A.
© 2016, de la presente edición en castellano para todo el mundo:
Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

James Wood es uno de los críticos literarios de cabecera del The New Yorker y, en internet, se pueden encontrar sus colaboraciones en “The Guardian”, la “London Review of Books” o “The New Republic”. Wood no elude la polémica ni los zascas como cuando dice que Foster Wallace es aburrido o califica al estilo de Zadie Smith en “Dientes blancos” de realismo histérico (1). Le carga el extenuante despliegue de «estilo» de autores como Updike, Nabokov y Wallace; eso le acarrea muchos admiradores; pero también detractores. Toma partido por un realismo amplio en el que cabe todo menos los excesos experimentales.

 “(El realismo) no puede ser un género; por el contrario, hace que otras formas de ficción parezcan géneros.” Estoy de acuerdo. El realismo, más que un género, es la referencia comparativa de otros géneros. ¿Por qué apreciamos mejor una novela fantástica si es más “realista”? Porque el realismo es el anclaje de un relato con nuestra conciencia lectora, los puntos de contacto con el mundo exterior (historia, sociedad, familia) o interior (inquietudes, intereses, pasiones) que lo hacen verosímil. Más que real, queremos que una historia sea verisímil, es decir, que parezca real, o mejor y, para mí, menos estrecho, que parezca posible. Podemos aceptar ángeles, hadas, elfos, vampiros, orcos…, siempre que sus psicologías sean coherentes, verosímiles y reconocibles por sus rasgos humanos o (in)humanos.

Hace una crítica más cercana a la interpretación estética que a la exposición descriptiva, lo que plantea problemas comparativos demasiado abiertos a la subjetividad. Me parece exacta y brillante su definición de metáfora: “El resultado es un diminuto respingo de sorpresa, seguido por una sensación de inevitabilidad.” Pero lo dice en medio de un largo análisis y disección de algunas metáforas de Céline, Nabokov, Woolf o Mansfield y, de acuerdo con la muy certera teoría del “respingo”, a la metáfora le pasa lo que al chiste: si tienes que explicarlo pierde la gracia. Si la metáfora es un impacto, dependerá del bagaje literario y vital del lector, incluso de su estado receptivo del momento. ¿Cómo decidir la superioridad de una sobre otra?
Los detalles importan, el narrador nunca es omnisciente porque elige lo que mira, los diálogos deben saber callar, los personajes no son redondos o planos y con dos palabras puede decirse mucho. Un ejemplo sacado de Maupassant: «Era un caballero con patillas rojas que siempre pasaba el primero por una puerta». Todo eso es cierto, pero insuficiente. El libro debería llamarse “Algunos mecanismos de la ficción” puesto que deja fuera otros muchos. No habla del tema, el tiempo, la estructura narrativa o el suspense. ¡El suspense! En su sentido amplió es la habilidad de suscitar preguntas en el lector e interés por las respuestas que el autor sabrá demorar. Entendido así, toda obra de ficción es de suspense, incluso la descripción de un paisaje. Fijémonos en la cita de Maupassant… ¿No suscita preguntas?

Yo veo la ficción como un juego al que el autor intenta arrastrarnos, involucrarnos. Pronto vemos si las reglas, el diseño y los retos que propone el juego nos interesa y decidimos si participamos o no. Podemos abandonar en cualquier momento si el diseño nos parece malo (estilo), las reglas confusas (incoherencias, desequilibrios) o el reto poco estimulante (temas y conflictos triviales). A partir de ahí, todo vale. El experimentalismo es lo que al cine los efectos especiales: se prueban, y si funcionan, con el tiempo se aceptan como canónicos. No creo que el autor, de manera premeditada, piense en hipérboles, tropos, retruécanos, simbolismos, alegorías, estilos indirectos libres u otras figuras retóricas; pinta con los colores que se adaptan a su historia y que mejor maneja.
Wood es un crítico brillante y sutil -pero lo sutil linda con lo nimio- al tiempo que parcial y arbitrario. En su libro hay más exhibicionismo intelectual que pedagogía. Mucho mejor, por lo que recuerdo, “El arte de la ficción” de David Lodge. Habrá que releerlo.


NOTAS

1.                  Respuesta de Zadie Smith:  https://www.theguardian.com/books/2001/oct/13/fiction.afghanistan
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