viernes, 18 de mayo de 2018

RELOJES DE HUESO de David Mitchell - Sin el roto de 100 páginas de Dragon Ball, sería una obra maestra - Valoración 8,5/10

Título original: The Bone Clocks
David Mitchell, 2014
Traducción: Laura Salas Rodríguez
Nº de páginas: 720 págs.
Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE

“—Un libro no puede tener la mitad de fantasía, igual que una mujer no puede estar la mitad de embarazada.”
Parece claro que David Mitchell sabe los riesgos que corre. La fantasía es un colorante poderoso y una sola gota puede teñir la novela entera; pero en “Relojes de hueso” Mitchell se empeña en demostrar lo contrario. Lo consigue en las primeras 450 páginas, pincha durante ciento y pico y se rehace en la parte final. El pinchazo quizá le costó el premio Booker 2014 al que era finalista.

Holly Sykes, el personaje principal, habla en la primera parte, cuando huye de casa con 15 años en 1984 y en la última, en el 2043 a los 75 años, desde una granja en Irlanda donde sobrevive en una sociedad que, agotados sus recursos, ha retrocedido a una era pre-industrial. En medio, toman la palabra distintos personajes que entran en contacto con Holly Sykes en diferentes momentos de su vida. Hugo Lamb, cínico estudiante de Oxbridge, narra la segunda parte en tono de auténtica novela de campus. Incluye unas vacaciones en Suiza donde conoce a Sykes que en 1991 anda por allí trabajando de camarera. Ed Brubeck ayudó a Sykes en su huida de 1984. Ahora, en 2004, es corresponsal de guerra, tiene una hija con Sykes y cuenta el angustioso episodio en que la niña desaparece. La cuarta parte, una sátira de la industria editorial, transcurre en 2015 y corre a cargo de Crispin Hershey, escritor de éxito frustrado ante las bajas ventas de su última novela. Y llegamos a la quinta parte (año 2025), fantasía pura donde se cuenta la historia y la guerra de los “horologistas” (los buenos) y los “anacoretas” (los malos), las dos estirpes de “atemporales” que se enfrentan a muerte a través de los siglos. La gran batalla final se libra en un lugar cuyo nombre suena a broma: “Los anacoretas de la capilla del Crepúsculo del Cátaro Ciego del monasterio tomasita del Paso de Sidelhorn.” De hecho, un personaje lo señala comentando: “-Muy largo para las tarjetas de visita”. Este choque de psicofuerzas, al estilo Dragon Ball, es la parte más floja de la novela; como si Mitchell, chutado con alguna sustancia o algo así, hubiera decidido lanzarse al desvario.
La sexta y última parte (año 2043) es una distopía. La humanidad ha agotado los recursos energéticos, Europa está en parte colonizada por China y resurgen los fanatismos religiosos y el vandalismo. Holly Sykes, a los 75 años, sobrevive en una granja irlandesa e intentará poner a salvo a sus dos nietos.

David Mitchell es un virtuoso de la ironía, un mago con las metáforas y los símiles de impacto, un ventrilocuo de los tonos, un brillante y promiscuo mezclador de géneros; su prosa, elegante como en Nabocov y rotunda como en Martin Amis, tiene brillo, descaro y frescura; se atreve y arriesga con los temas hasta correr peligro de salirse de pista. Y a veces se sale. Es por ese impulso fantástico o trascendennte (no lo tengo claro) que lo arrastra. Al moverse en el filo, la cosa funciona cuando lo real se diluye en lo fantástico sin que se noten las transiciones, las costuras; entonces la novela sale redonda y compacta como sucede con “La casa en el callejón”. ¡Ojo! “Relojes de hueso” no es un obra fallida. Es divertida y emocionante, con chispa en cada párrafo. Pocas veces he leído de un tirón una novela de más de 700 páginas. Es un monumento de la narrativa actual de granítica solidez, solo desequilibrado por un pedazo de plomo: esas 100 páginas de guerra paranormal de las galaxias.
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