No me extraña que el libro no
se publicara hasta el año 1962. El mismo Mark Twain pensaba que no se publicaría
jamás y, a su muerte en 1910, su hija, devota cristiana, se opuso a su
publicación. La lista de autores que decidieron aplazar la publicación de algún
libro hasta después de su muerte, para evitar la persecución o el oprobio
social a que se verían condenados, sería muy larga. Por no hablar de los que se
autocensuraron para eludir la
Inquisición o las represalias políticas, o los libros que
fueron quemados, o los que una vez publicados, fueron prohibidos. La larga
historia de la intolerancia también forma parte de “nuestra común herencia
cultural”.
El libro de Twain reúne
varios ensayos en forma de parodia bíblica en que hace una crítica del cristianismo.
De todos ellos, el más significativo es “Las cartas de Satán desde la Tierra” en que hace un
análisis mordaz, furibundo y demoledor de las creencias, la moral cristiana y
la especie humana en general. Al principio, el tono es irónico, pronto se vuelve
sarcástico, y acaba en una diatriba furiosa contra la estupidez humana y el
dios que ha creado.
Satán es castigado a
deambular por el espacio por murmurar sobre la incoherencia de los actos
divinos y decide visitar la
Tierra:
“Era un castigo al que estaba acostumbrado, debido a que tenía la lengua
algo floja”
Desde allí escribe cartas a
sus amigos ángeles, explicando lo que ve y el estupor que le causa. Ha
imaginado un cielo donde no va a hacer nada de lo que más le gusta hacer en la
tierra, empezando por el sexo:
“el humano ha imaginado un Cielo, pero privándolo de la delicia suprema,
el éxtasis que ocupa el primer lugar en el corazón de todos los individuos de
su raza —y de la nuestra—: ¡la relación sexual!
Es como si a un ser moribundo y perdido en un desierto
calcinado se le presentara un salvador diciendo que le iba a conceder todos sus
deseos salvo uno, ¡y eligiera quedarse sin agua!”
Y sigue una relación de las
contradicciones del cielo imaginado por el hombre:
“El inventor del Cielo humano mete allí, en el mismo revoltijo, a todos
los países del mundo. Todos en absoluta igualdad, sin que ninguno destaque
sobre los demás. Tienen que ser «hermanos», es decir, mezclarse, rezar, tocar
el arpa, cantar los aleluyas juntos —blancos, negros, judíos— todos sin
distinción. Aquí en la Tierra
todos los países se odian y el mundo entero odia al judío.”
Luego pasa a una crítica
pormenorizada de la Biblia,
empezando por su origen:
“La mayor parte de esta Biblia está construida con fragmentos de otros
libros sagrados que cayeron en desuso. Por tanto, es tan poco original como
cabría esperar. Los tres o cuatro acontecimientos formidables e impresionantes
que contiene vienen todos de las Biblias anteriores. Sus mejores preceptos y
normas de conducta proceden también de esas Biblias. En esta sólo hay dos cosas
nuevas: el Infierno, para empezar, y ese Cielo tan singular del que ya os he
hablado.”
Muestra un dios cruel,
celoso, iracundo, que ordena el exterminio de inocentes, que permite las
miserias y angustias del ser humano y que lo masacra con la enfermedad:
“Nueve décimas partes de su catálogo de enfermedades van dirigidas a los
pobres y todas dan en el clavo. A los ricos sólo les llegan las sobras. No
vayáis a sospechar que hablo sin conocimiento de causa, pues no es así: la gran
mayoría de las dolencias inventadas por el Creador están especialmente
diseñadas para hostigar a los pobres. Esto se vislumbra en el hecho de que
entre los nombres que da el clero al Creador uno de los más halagüeños y
populares sea el de «Amigo de los Pobres»”
La enfermedad es uno de los
más grandes reproches de Mark Twain:
“Los microbios eran con mucho la parte más importante
del cargamento del Arca, la que más preocupaba al Creador y con la que más
encariñado estaba. Tenían que estar todos bien alimentados y adecuadamente
acomodados. A bordo del Arca había gérmenes del tifus, gérmenes del cólera,
gérmenes de la hidrofobia, gérmenes del tétanos, gérmenes de la tisis, gérmenes
de la peste negra y varios centenares de gérmenes aristócratas, creaciones
especialmente preciosas, áureos portadores del amor de Dios por el género
humano, dádivas sagradas del amoroso Padre a sus hijos; todos ellos, por
supuesto, suntuosamente alojados y lujosamente atendidos, es decir, albergados
en los lugares más apetecibles que pudieran ofrecer las entrañas de la Familia: los pulmones, el
corazón, el cerebro, los riñones, la sangre, las vísceras. Especialmente en las
vísceras. El intestino grueso era uno de sus lugares preferidos. Allí se
reunían incontables miles de millones de ellos. Allí trabajaban, comían,
pataleaban, cantaban himnos de alabanza y agradecimiento. En el silencio de la
noche se oía su leve rumor. El intestino grueso era, realmente, su séptimo
cielo. Lo abarrotaban hasta apelmazarlo, volviéndolo rígido como una tubería de
gas. Esto les llenaba de orgullo.”
Sus ataques al Antiguo
Testamento son demoledores, pero el Nuevo Testamento tampoco se libra. Este
terrible párrafo termina con la frase: “Había que idear una forma de perseguir a los
muertos más allá de la tumba”:
“La primera vez que la Deidad bajó a la Tierra trajo consigo la
vida y la muerte. Cuando vino por segunda vez trajo el mismísimo Infierno.
Si la vida no era un don valioso, la muerte en cambio
sí lo era. La vida era un delirio febril de alegrías amargadas por la tristeza
y placeres envenenados por el dolor. Más que un sueño era un turbulento ensueño
de gozos espasmódicos y fugaces, éxtasis triunfales y exultaciones felices
entremezcladas con interminables desdichas, padecimientos, amenazas, horrores,
desengaños, fracasos, afrentas y angustias, es decir, la mayor maldición
imaginable por el ingenio divino. Pero la muerte, ¡ay!, la muerte era dulce,
apacible y cordial. La muerte aliviaba los espíritus lacerados y corazones
rotos con el reposo y el olvido. La muerte era la gran aliada del humano.
Cuando una persona se sentía incapaz de seguir soportando la vida, llegaba la
muerte como una liberación.
Pero con el tiempo la Deidad decidió que se había
equivocado con la muerte, porque se le estaba quedando corta. Es decir, que
como agente no bastaba porque aun siendo admirable a la hora de atormentar al
superviviente, permitía al muerto propiamente dicho refugiarse de toda
persecución una vez enterrado en la bendita tumba. Esto no era satisfactorio. Había
que idear una forma de perseguir a los muertos más allá de la tumba.”
Cita la lista de las
Bienaventuranzas, las relaciona con la masacre de los Medianitas que ordenó Yahvé
a Moisés (1) y se ríe de ellas diciendo:
“Los labios que pronunciaron estos enormes sarcasmos, estas hipocresías
gigantescas, son los mismos que ordenaron la masacre indiscriminada de los
hombres, las mujeres, los niños y el ganado del pueblo madianita. La
destrucción indiscriminada de casas y ciudades. La perdición indiscriminada de
unas vírgenes convertidas a la esclavitud más perversa e inenarrable.”
Queda claro porque Mark Twain
no quiso publicar este libro en vida, al igual que otros autores lo habían
hecho antes que él (David Hume
dispuso lo mismo sobre su libro “Diálogos
sobre la religión natural (1779)”. Y sobran los comentarios.
Nota
(1) Mark Twain reproduce las ordenes que da Yahvé a Moisés
en el capítulo 31 de Números del Antiguo Testamento:
31:1 Yahvé habló a Moisés,
diciendo:
31:2 Haz la venganza de los
hijos de Israel contra los madianitas; después serás recogido a tu pueblo.
31:3 Entonces Moisés habló al
pueblo, diciendo: Armaos algunos de vosotros para la guerra, y vayan contra
Madián y hagan la venganza de Yahvé en Madián.
31:4 Mil de cada tribu de
todas las tribus de los hijos de Israel, enviaréis a la guerra.
31:5 Así fueron dados de los
millares de Israel, mil por cada tribu, doce mil en pie de guerra.
31:6 Y Moisés los envió a la
guerra; mil de cada tribu envió; y Finees hijo del sacerdote Eleazar fue a la
guerra con los vasos del santuario, y con las trompetas en su mano para tocar.
31:7 Y pelearon contra
Madián, como el Señor lo mandó a Moisés, y mataron a todo varón.
31:8 Mataron también, entre
los muertos de ellos, a los reyes de Madián, Evi, Requem, Zur, Hur y Reba,
cinco reyes de Madián; también a Balaam hijo de Beor mataron a espada.
31:9 Y los hijos de Israel
llevaron cautivas a las mujeres de los madianitas, a sus niños, y todas sus
bestias y todos sus ganados; y arrebataron todos sus bienes,
31:10 e incendiaron todas sus
ciudades, aldeas y habitaciones.
31:11 Y tomaron todo el
despojo, y todo el botín, así de hombres como de bestias.
31:12 Y trajeron a Moisés y
al sacerdote Eleazar, y a la congregación de los hijos de Israel, los cautivos
y el botín y los despojos al campamento, en los llanos de Moab, que están junto
al Jordán frente a Jericó.
31:13 Y salieron Moisés y el
sacerdote Eleazar, y todos los príncipes de la congregación, a recibirlos fuera
del campamento.
31:14 Y se enojó Moisés
contra los capitanes del ejército, contra los jefes de millares y de centenas
que volvían de la guerra,
31:15 y les dijo Moisés: ¿Por
qué habéis dejado con vida a todas las mujeres?
31:16 He aquí, por consejo de
Balaam ellas fueron causa de que los hijos de Israel prevaricasen contra Yahveh
en lo tocante a Baal-peor. 1-9 por lo que hubo mortandad en la congregación de
Yahveh.
31:17 Matad, pues, ahora a
todos los varones de entre los niños; matad también a toda mujer que haya
conocido varón carnalmente.
31:18 Pero a todas las niñas
entre las mujeres, que no hayan conocido varón, las dejaréis con vida.
Repartición del botín
31:25 Y Yahveh habló a
Moisés, diciendo:
31:26 Toma la cuenta del
botín que se ha hecho, así de las personas como de las bestias, tú y el sacerdote
Eleazar, y los jefes de los padres de la congregación;
31:27 y partirás por mitades
el botín entre los que pelearon, los que salieron a la guerra, y toda la
congregación.
31:28 Y apartarás para Yahveh
el tributo de los hombres de guerra que salieron a la guerra; de quinientos,
uno, así de las personas como de los bueyes, de los asnos y de las ovejas.
31:29 De la mitad de ellos lo
tomarás; y darás al sacerdote Eleazar la ofrenda de Yahveh.
31:30 Y de la mitad
perteneciente a los hijos de Israel tomarás uno de cada cincuenta de las
personas, de los bueyes, de los asnos, de las ovejas y de todo animal, y los
darás a los levitas, que tienen la guarda del tabernáculo de Yahveh.
31:35 En cuanto a personas,
de mujeres que no habían conocido varón, eran por todas treinta y dos mil.
31:40 Y de las personas,
dieciséis mil; y de ellas el tributo para Yahveh, treinta y dos personas.
31:41 Y dio Moisés el
tributo, para ofrenda elevada a Yahveh, al sacerdote Eleazar, como Yahveh lo
mandó a Moisés.
31:42 Y de la mitad para los
hijos de Israel, que apartó Moisés de los hombres que habían ido a la guerra
31:43 la mitad para la
congregación fue: de las ovejas, trescientas treinta y siete mil quinientas;
31:44 de los bueyes, treinta
y seis mil;
31:45 de los asnos, treinta
mil quinientos;
31:46 y de las personas,
dieciséis mil);
31:53 Los hombres del
ejército habían tomado botín cada uno para sí.
31:54 Recibieron, pues,
Moisés y el sacerdote Eleazar el oro de los jefes de millares y de centenas, y
lo trajeron al tabernáculo de reunión, por memoria de los hijos de Israel
delante de Yahveh.
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