Título original The good soldier
Traductor José Luis López Muñoz
Páginas 288
Idioma Español
Publicación 1915 (2002)
Editorial Edhasa
Uno se pregunta como una novela que desgrana los trapicheos y
enredos sentimentales de unos aristócratas rurales a principios del siglo XX,
te puede atrapar de esa manera. Que desborde de infidelidades y maniobras sutiles, de
locura y suicidios, no basta para explicarlo. Lo que te engancha es la manera en
que el narrador asiste al espectáculo, cómo lo cuenta y la estrategia narrativa
que, disfrazada de torpeza, emplea con rotunda eficacia.
Dowell cuenta a un oyente impreciso, en primera persona, la
vida y relaciones de él mismo, su mujer Florence, el capitán Edward y la mujer
de éste, Leonora. La historia transcurre entre suntuosas mansiones, balnearios,
juegos de polo, caza con perros, casinos y toda la palafrenaria dorada de la
aristocracia rural. Florence se casó con Dowell en busca de protección económica
y previendo baja actividad sexual. Leonora, constreñida por su tradición católica,
tolera las aventuras sentimentales de Edward e intenta salvar sus propiedades
de los peligros a que las exponen su afición por las mujeres, el juego y el
alcohol. El narrador va amasando una mezcla volcánica de secretos, cuernos,
traiciones, ambiguos romanticismos incestuosos, sospechas y suicidios, sobre un
fondo de restricciones sociales y religiosas.
La manera en que Dowell lo cuenta juega un papel decisivo:
crea tensión narrativa intensa y manipula al lector a su placer. Y lo hace con
varios recursos:
-Saltos temporales para ofrecer la información que le
conviene y que puede, en cada momento, matizar o contradecir la idea que se ha
formado el lector.
-Cuela, como por despiste, datos escuetos pero decisivos y
los deja ahí. Que si fulana enloqueció o mengano se suicidó y sigue con otra
cosa como si no pasara nada.
-Variación constante del tono narrativo que pasa abruptamente
de confiado a suspicaz, de comprensivo a decepcionado, de crítico a
conciliador, de acusador a defensor, de intenso a frío, distante o resignado.
-Hábil manejo del ritmo narrativo que se ralentiza o acelera
según lo reclame la historia. -Los párrafos pueden ser largos, lánguidos y
compuestos a lo Proust o cortos, secos y cortantes al más puro estilo
naturalista.
El manejo de tan delicados recursos nunca parece forzado ni
molesto al lector. Dowell-Ford bromea al respecto cuando reconoce que debería
darle forma de diario para evitar “desordenes narrativos”, “idas y vueltas”. ¡Y
hasta nos hace una breve demostración!.
Tampoco los usa de manera abierta y descarada en alarde
vanguardístico como lo haría John Dos Passos y otros. Por el contrario, el uso
es natural, sutil, no se percibe sin reflexionar sobre ello.
“El buen soldado” tiene que ver con los juegos de intereses
de Jane Austen, la perspicacia de Henry James, la observación penetrante y el
estilo indirecto de Proust (Por el camino de Swan se publicó en 1913 y el buen
soldado en 1915), la economía de estilo de Maupassant o la precisión de
Flaubert. Y veo reminiscencias en el neoromanticismo de A. S. Byatt.
Para muchos “El buen soldado” es la mejor novela inglesa del
siglo XX y puede que así sea. No recuerdo un “Yo narrativo” más tortuoso, poco
fiable y manipulador que Dowell-Ford. Un 10.
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