Páginas 171
Idioma Español
Publicación 1999
Editorial B (Ediciones B )
¿Por qué leo ahora un libro de García Hortelano? No tengo ni
idea. Me pasa, cada cierto tiempo con él, Ramón Ayerra (1), Alejo Carpentier y
algún otro malabarista del idioma. Aparecen en mi mente por alguna necesidad
recóndita de iluminar y lubricar el lenguaje. Todos tienen en común el
practicar cierto tipo de barroquismo que acaricia, agita o exprime el
castellano. Otras veces me ocurre lo contrario: necesito poner orden en mi
cacharrería neuronal, esa zona del cerebro que llaman Área de Broca, y que al parecer
es donde guardamos los trastos del lenguaje. Entonces recurro a gentes de
orden, adalides de la claridad y la lógica como Mark Twain, Bertrand Russell,
J. D. Salinger. Sí, ya sé, son un poco socarrones; pero la guasa que no falte,
engrasa el vivir.
Me puse al corriente de lo que merecía la pena leer en la
ínclita España de la caspa, no tan remota como parece, durante la mili en
Camposoto (Cádiz). Allí contraje dos cosas: un moco verde y espeso, debido a
las humedades de las marismas, que persistió durante los tres meses de
campamentos, y la afición por los manuales de literatura que no he abandonado
hasta la fecha. Bueno, tres, si contamos una entusiasta afición por el fino de
Chiclana, que duró lo mismo que el moco verde. Los manuales eran los de Eugenio
G. de Nora y Gonzalo Sobejano que fueron un refugio (el libro en una mano para
olvidar el cetme en la otra), y los devoré con fruición. Estos manuales, junto a
otros muchos, tienen su lugar en mi hipocampo, área cerebral de la memoria, o
un rincón en mi corazoncito, como diría un cursi.
De García Hortelano (G. H. a partir de ahora), me
interesaron menos sus novelas sociales “Nuevas amistades” y “Tormenta de
verano”, y más “El gran momento de Mary Tribune”, “Gramática parda” y sus
relatos.
“Apólogos y milesios” reúne 14 relatos de muy diversa
catadura, con el sello común de ser escritos en estado de trance verbal, sintáctico
y creativo. En “Una tarde rota” una mujer cuenta un episodio terrible con su
marido alcohólico (ambivalencia y extrañeza). En “La cosa más loca”, madre e
hija, que se refieren a si mismas como “la niña” y “la pinta”, se reúnen en la
cafetería de unos grandes almacenes para chismorrear sobre sus maridos, a los
que llaman sus “dueños y señores”, y rememorar sus aventuras cleptomaníacas (kafkiano).
En “Concierto sobre la hierba” un locutor radia un delirante partido de futbol
en una sociedad híper cultural (paradójico). En “Necromanias” un tipo oye en la
radio la noticia de su fallecimiento (desconcertante).
Por ahí va la cosa. No les gustará a todos. Como un manjar
exótico es sólo para gourmets de la palabra y la sintaxis, predispuestos a
aceptar raras sensaciones en la boca del estómago. Un 9, con perdón.
Nota
(1) Ramón
Ayerra es otro de esos autores que, no es que te dejen huella, te la clavan. No
tengo a mano su inolvidable “La
España imperial”; pero mirad como se lo monta en “La lucha inútil”
(abro al tun-tun en la página 160):
“Casilda, la mujer del
guardia, era una leoncilla morena y dispuesta, igual de riente que su marido,
pero con más garra, y con un cuerpecito tremendo, plagado de perfiles
castigadores y capaz de sublevar a un regimiento de coraceros”
No hay comentarios:
Publicar un comentario