Nº de páginas: 264 págs.
Año edición: 1981 (2014)
Editorial: REINO DE CORDELIA
Igual, querido Pepe, a ti te gusta desde el principio, o, si
eres tan puñetero como yo, estarás a punto de soltarla en la página 50. No lo
hagas. Aguanta y no te arrepentirás.
“Ahí tienen a esa
pánfila, por ejemplo. Me liga ayer noche, me trae a su casa, le echo unos
cuantos polvos bien echados —y no es porque se los echara yo, pero polvos como
ésos seguro que no los ha conocido en su puta vida; se corría que daba gusto—,
y todavía sigue pidiendo candela. Como decía un cura que había en mi pueblo —un
cabronazo, como todos ellos, de aquí te espero, que se limpiaba el culo todos
los días con el Osservatore Romano y
se quedaba tan pancho—, es que las pobrecitas tienen el cerebro más chico.
Encima de gilipollas, son desagradecidas y encima de desagradecidas, gilipollas.”
Eso al principio. Por poco feminista que seas te sentirás
como un hereje en el potro de tortura de la Inquisición. Como
te decía, estimado Pepe, por la página 50 ya tenía la novela clasificada como negra
garrapatera, cutre-noir, cosas así, y a un tris
de dejarla. Pero espoleado por un prurito del deber (un abnegado, ya me conoces),
sigo adelante y siento que la obra me va ganando, me vence página a página,
hasta alcanzar un triunfo total. Irrefutable. Puede que por insistencia, por
acumulación o lo que sea, pero ese pedazo de bestia, Antoine, te derrota y
quedas tirado a sus pies.
Antoine, hijo de emigrantes españoles en Francia, se foguea
como segundón en la mafia gabacha, bajo las órdenes de un tal Lebrand, hasta
que para en la trena condenado por proxeneta:
“¡Ah, se me olvidaba!
La acusación fue por proxeneta. Yo, al principio, no sabía de qué iba eso de
proxeneta. Después me enteré de que me habían condenado por chulo de putas.
Justo justo lo que yo no he sido en mi puta vida. Y no es que me molestara la
cosa, qué va —¡qué más hubiera querido yo que ser chulo de putas!—, pero es que
los jueces —otra panda de aúpa— no dan una. Es cabreante la cosa, no se crean.”
Cumplida la condena, lo expulsan del país y se planta en
Madrid decidido a hacerse rico en cinco días. ¿Cómo?. Atracando dos bancos, una
Caja Postal de Ahorros y una joyería; rápido, de una tacada, no lo vaya a dar
por rajarse. Y lo consigue, después de tres o cuatro asesinatos, nosecuantas
violaciones, sin que los intervalos alcohólicos supongan un obstáculo.
Es tan perezoso que, por no contar el dinero, espera a que
los periódicos le informen del monto del botín:
“Además, con un poco
de suerte, viene algo en el periódico y me dicen lo que he birlado. No estaría
mal; me ahorraría el trabajo.”
Su espíritu de contradicción es antojadizo y extemporáneo.
Cuando un taxista “canijo con muchas
patillas y los dientes con más sarro que la hostia”, empieza a alardear de
cuanto liga con las mujeres que suben al taxi buscando guerra, Antoine va y le
suelta: “A lo mejor su señora, mientras
está usted trabajando, también anda por ahí haciendo favores.” El taxista,
pasmado, frena bruscamente y el conductor de una furgoneta le grita:
—¡Taxista, cornudo!
—¿Lo ve? —le digo—.
Todo dios sabe que es usted un cornudo.
La escena no tiene desperdicio. Y hay muchas así, de manera
que el efecto acumulativo te conquista. Aunque, mirado frase a frase, no
detectes un ingenio especial, al terminar el libro te invade la sensación de
que, con una rara sutileza, el autor se ha ganado tu respeto.
El prologuista la define como una novela de culto de “el más conocido de los escritores poco
conocidos”. Algo de eso hay.
Si me pongo académico (no puedo evitarlo, mi admirado Pepe),
puedo rastrear la genética literaria de Pérez Merinero desde el ínclito Alfonso
Paso (cuando TVE era en blanco y negro), desmelenado y con caspa, pasando por
la violencia gratuita de Jim Thompson, la bravuconería sexual de Bukowski,
hasta el descaro juvenil del Holden de Salinger en “El guardián entre el centeno”.
Todos esos “Si hay algo que me jode…”,
“Si tengo una virtud es que …”, o “Es algo que no puedo remediar…”, son
calcos del: “Si hay algo que odio en el
mundo es el cine. Ni me lo nombren.” O el “No aguanto ese tipo de cosas. Me sacan de quicio.” Del inolvidable
Holden.
Si Alfonso Paso, Thompson, Bukowski y Salinger son sus
ancestros, ¿Quiénes son sus descendientes?. Pues los Montero Glez, Julián Ibáñez,
Carlos Salem, Carlos
Zanon, entre otros. Alguno un cutre-noir con prosa de seda.
Nada, que ya estoy leyendo a Glez o Salem. Te cuento, mi
indulgente Pepe.
(P.D. Y si este post sirve para que un despistado/a lea El guardián entre el centeno de J. D.
Salinger, lo doy por bueno)
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