Páginas 256
Idioma Español
Publicación 2008
Editorial Salto de página
Hoy, amedrentado, apabullado, he llegado a la plena
consciencia que vivimos la “Era de los Talleres”. Ya lo intuía, pero hoy he
visto la luz, he tenido la aplastante revelación. Hay talleres de todas las
artes (pintura, escultura, música, cine, teatro..) y artesanías (de madera,
barro, hierro, papel, seda, resina, textil…) terapias y pseudo terapias,
autoayudas, relajaciones, curaciones, y así hasta el infinito (me niego a más
paréntesis). Pero los talleres de escritura se llevan la palma. Los llaman
taller, aula, laboratorio, espacio, curso, tutorial… En grado de iniciación, de
primer nivel, de segundo, master… Los hay presenciales, online, por you tube…
Te enseñan a hacer escritura creativa, relatos, ensayo, poesía, novela, novela
negra, romántica, novela histórica… Cientos de escritores e instituciones
culturales ofrecen talleres en que se forman miles de futuros premios Planeta.
Todos llevamos dentro un escritor y un poeta que un taller te enseñará a parir,
con o sin dolor. Supongo que con dolor se cotiza más, es más artístico.
Se crean decenas de concursos literarios para premiar las
originales primeras obras de esos escritores en ciernes. En las calles, hay más
talleres de escritura que tiendas de pakis (o de baratijas chinas, o lo que sea
que abunda ahora –hace un par de días que no salgo-) y, en Internet, los
talleres de escritura virtuales parecen capaces de desbancar a las web porno.
¿Alguien ha pensado en los pobres lectores? ¿Qué hacer ante tanta exuberancia,
tanta fertilidad creativa? No hay problema, para eso están los cientos de
revistas, blogs y secciones literarias de periódicos digitales, miles de blogs
“independientes” de reseña y crítica literaria (incluido el mío y los de
escritores que dirigen talleres). No hay excusa, el que no se desorienta es
porque no quiere.
Carlos Salem
(Buenos Aires, 1959), escritor, poeta y periodista, es profesor del Centro de
Formación de Novelistas de Madrid y dicta talleres de narrativa en España y
Suiza, además de realizar asesoría de novela por vídeo conferencia con
diferentes países. Desde 2006 codirige el espacio literario Bukowski club de
Madrid.
“Matar y guardar la ropa” es una segunda novela que parece
una primera novela en que, el autor, sucumbe a la tentación de querer meterlo
todo. Y si lo pones todo en una…¿qué te queda para las siguientes? No las he leído.
Igual me tengo que desdecir.
Argumento.
Una empresa del crimen internacional manda a su sicario nº
3, Juanito Pérez Pérez en la vida civil y. de tapadera, ejecutivo comercial de una empresa de suministros
hospitalarios, a un camping nudista de Murcia con la orden de supervisar un
pedido (asesinato) que tendrá lugar allí. Coinciden en el camping, todos en
pelotas, Juanito, sus dos hijos Leti y Antonio, su exmujer Leticia y su novio
el juez Gaspar Beltrán, su hermano Tony con su novia Sofía, el sicario nº 13,
un viejo profesor llamado Andrés Camilleri y Yolanda, la nueva novia de
Juanito. ¿Cuál es la misión? ¿Quién matará a quién? ¿Por qué?
Una cosa es dar una
vuelta de tuerca y otra marearla (a la tuerca).
El juez Gaspar Beltrán y Andrés Camilleri son claros
trasuntos, que tampoco son tan claros, y el lío de identidades e intenciones
ocultas es monumental. Con una o dos tuercas que girar seria suficiente y aquí
hay demasiadas.
Metaficción y autoreferencias.
Metaficción es reflexionar sobre la novela dentro de la
novela. Parece que lo inventó William Gass y desde entonces se ha propagado de
manera alarmante a lo largo y lo ancho de las artes y las ciencias: metamatemática,
metalógica, metacomunicación, metadiscurso, metanarración, metarrelato,
metatexto, metapoesía, metateatro, metanovela, metacuento, metapintura,
metacine, metacómic,…Uishh. Ha proliferando casi tanto como los talleres.
Aquí la practica Andrés Camilleri y Juanito Pérez cuando
discuten los posibles giros de la trama. Me parece un parche innecesario.
Como autorreferencia, tenemos el detalle de que Juanito
compra en una librería la primera novela de Carlos
Salem, “Camino de ida”. Tampoco hacía falta.
Si te empeñas en metaficcionar y autoreferenciar, mejor si
lo haces de modo más sutil: la novela la compra, como de pasada, un personaje
secundario, y la “meta” la pones en una conversación que, de casualidad, oye
Juanito en el restaurante.
Unidad de tono o
desbarajuste tonal.
La obra empieza de género negro-bufo, pasa a batiburrillo de
vodevil, al teatro del absurdo de Pirandello (Seis personajes en busca de
autor), al erótico-poético de la sonrisa vertical, a los juegos de identidades
de Agatha Christie, para terminar con el dilema existencial de andar por casa,
con un Juanito-Número 3, que con quince muertes a sus espaldas todavía duda de
quien es. Con un par de tonos bastaría. Carlos
Salem El Excesivo lo quiere todo.
Entre el humor
infantil y el erotismo poético.
Un humor algo infantil que a mí me va:
“Me entero de que un
tal Tony tenía una polla notable (sí, dice notable), pero que no la sabe usar y
aguanta poco, aunque cualquier cosa es preferible al tedio programado de Teddy
(es lógico que un tío llamado Teddy
provoque el tedio, me digo)”
O cuando Tony patenta el Teo-doro, el nombre en honor a su abuelo, “un vater
químico pero hermético, que el enfermo podía manejar sin ayuda.”
Un aire poético al que
soy insensible (psicoanálisis a parte, creo que por culpa de los post cursis
del facebook)
“El sonido que me
espera fuera, el que saldré a buscar, y
el silencio que roba los ruidos habituales a la mañana, dos caras de una
misma moneda que alguien no volverá a lanzar al aire. Nunca más.”
Y mucha porno-pesia a
la que también soy insensible:
“siento su boca en
mi sexo, y es un calor diferente al de antes, como si quisiera aprenderlo,
saberlo milímetro a milímetro, hacerlo suyo y volver a dibujarlo a su antojo.
Floto en agua tibia, por dentro hiervo. Yolanda en el sueño sigue y sigue, pero
en su persistencia hay algo distinto del desesperado orgullo herido de Leticia,
hay pasión, hambre, lujuria y urgencia, hay sed de mí y me dejo beber en
espasmos, benditos los sueños que derriban murallas, bendita boca que bebe y
bebe, que sigue bebiendo mientras me calmo poco a poco y paso del sueño
luminoso de sus labios al otro sueño, el de la nada más dulce. Y desde el fondo
de la nada, en el sueño, Yolanda pronuncia mi nombre.”
Conclusión
“Vamos, que a éste insignificante reseñero, cabroncete engreído,
no le ha gustado.” Pensareis. Falso. Es verdad que me debato entre un estado boquiabierto
de extenuada postración y cierto malestar puntilloso y, creo, que si alguien lo
sujeta, o el mismo Salem se contiene un poco, puede hacer algo muy bueno. Tiene
gracia, soltura, ambición y descaro, una querencia a cuadrar círculos muy
prometedora. Es un me cago en el principio entrópico y me río de la segunda ley
de la termodinámica: cuando ese “totus revolutus” parece que va a volar en
pedazos, los acaricia entre sus manos y nos los deja en orden y equilibrio. La
obra me ha divertido y desconcertado en partes iguales.
Hay autores que escriben una novela negra cuando lo que de
verdad quieren escribir es simplemente una novela, y el resultado es un híbrido
difícil de clasificar, donde pasan cosas
muy raras. Uno es Carlos Salem, otro
Víctor del Árbol.
Estaremos al acecho. Un 8.
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