miércoles, 25 de mayo de 2016

MATAR Y GUARDAR LA ROPA de Carlos Salem - Me debato entre un estado boquiabierto y cierto malestar puntilloso - Valoración 8 sobre 10


Páginas 256
Idioma Español
Publicación 2008
Editorial Salto de página

Hoy, amedrentado, apabullado, he llegado a la plena consciencia que vivimos la “Era de los Talleres”. Ya lo intuía, pero hoy he visto la luz, he tenido la aplastante revelación. Hay talleres de todas las artes (pintura, escultura, música, cine, teatro..) y artesanías (de madera, barro, hierro, papel, seda, resina, textil…) terapias y pseudo terapias, autoayudas, relajaciones, curaciones, y así hasta el infinito (me niego a más paréntesis). Pero los talleres de escritura se llevan la palma. Los llaman taller, aula, laboratorio, espacio, curso, tutorial… En grado de iniciación, de primer nivel, de segundo, master… Los hay presenciales, online, por you tube… Te enseñan a hacer escritura creativa, relatos, ensayo, poesía, novela, novela negra, romántica, novela histórica… Cientos de escritores e instituciones culturales ofrecen talleres en que se forman miles de futuros premios Planeta. Todos llevamos dentro un escritor y un poeta que un taller te enseñará a parir, con o sin dolor. Supongo que con dolor se cotiza más, es más artístico.
Se crean decenas de concursos literarios para premiar las originales primeras obras de esos escritores en ciernes. En las calles, hay más talleres de escritura que tiendas de pakis (o de baratijas chinas, o lo que sea que abunda ahora –hace un par de días que no salgo-) y, en Internet, los talleres de escritura virtuales parecen capaces de desbancar a las web porno. ¿Alguien ha pensado en los pobres lectores? ¿Qué hacer ante tanta exuberancia, tanta fertilidad creativa? No hay problema, para eso están los cientos de revistas, blogs y secciones literarias de periódicos digitales, miles de blogs “independientes” de reseña y crítica literaria (incluido el mío y los de escritores que dirigen talleres). No hay excusa, el que no se desorienta es porque no quiere.

Carlos Salem (Buenos Aires, 1959), escritor, poeta y periodista, es profesor del Centro de Formación de Novelistas de Madrid y dicta talleres de narrativa en España y Suiza, además de realizar asesoría de novela por vídeo conferencia con diferentes países. Desde 2006 codirige el espacio literario Bukowski club de Madrid.
“Matar y guardar la ropa” es una segunda novela que parece una primera novela en que, el autor, sucumbe a la tentación de querer meterlo todo. Y si lo pones todo en una…¿qué te queda para las siguientes? No las he leído. Igual me tengo que desdecir.

Argumento.
Una empresa del crimen internacional manda a su sicario nº 3, Juanito Pérez Pérez en la vida civil y. de tapadera,  ejecutivo comercial de una empresa de suministros hospitalarios, a un camping nudista de Murcia con la orden de supervisar un pedido (asesinato) que tendrá lugar allí. Coinciden en el camping, todos en pelotas, Juanito, sus dos hijos Leti y Antonio, su exmujer Leticia y su novio el juez Gaspar Beltrán, su hermano Tony con su novia Sofía, el sicario nº 13, un viejo profesor llamado Andrés Camilleri y Yolanda, la nueva novia de Juanito. ¿Cuál es la misión? ¿Quién matará a quién? ¿Por qué?

Una cosa es dar una vuelta de tuerca y otra marearla (a la tuerca).
El juez Gaspar Beltrán y Andrés Camilleri son claros trasuntos, que tampoco son tan claros, y el lío de identidades e intenciones ocultas es monumental. Con una o dos tuercas que girar seria suficiente y aquí hay demasiadas.

Metaficción y autoreferencias.
Metaficción es reflexionar sobre la novela dentro de la novela. Parece que lo inventó William Gass y desde entonces se ha propagado de manera alarmante a lo largo y lo ancho de las artes y las ciencias: metamatemática, metalógica, metacomunicación, metadiscurso, metanarración, metarrelato, metatexto, metapoesía, metateatro, metanovela, metacuento, metapintura, metacine, metacómic,…Uishh. Ha proliferando casi tanto como los talleres.
Aquí la practica Andrés Camilleri y Juanito Pérez cuando discuten los posibles giros de la trama. Me parece un parche innecesario.
Como autorreferencia, tenemos el detalle de que Juanito compra en una librería la primera novela de Carlos Salem, “Camino de ida”. Tampoco hacía falta.
Si te empeñas en metaficcionar y autoreferenciar, mejor si lo haces de modo más sutil: la novela la compra, como de pasada, un personaje secundario, y la “meta” la pones en una conversación que, de casualidad, oye Juanito en el restaurante.

Unidad de tono o desbarajuste tonal.
La obra empieza de género negro-bufo, pasa a batiburrillo de vodevil, al teatro del absurdo de Pirandello (Seis personajes en busca de autor), al erótico-poético de la sonrisa vertical, a los juegos de identidades de Agatha Christie, para terminar con el dilema existencial de andar por casa, con un Juanito-Número 3, que con quince muertes a sus espaldas todavía duda de quien es. Con un par de tonos bastaría. Carlos Salem El Excesivo lo quiere todo.

Entre el humor infantil y el erotismo poético.
Un humor algo infantil que a mí me va:
“Me entero de que un tal Tony tenía una polla notable (sí, dice notable), pero que no la sabe usar y aguanta poco, aunque cualquier cosa es preferible al tedio programado de Teddy (es lógico que un tío llamado Teddy provoque el tedio, me digo)”

O cuando Tony patenta el Teo-doro, el nombre en honor a su abuelo, “un vater químico pero hermético, que el enfermo podía manejar sin ayuda.”

Un aire poético al que soy insensible (psicoanálisis a parte, creo que por culpa de los post cursis del facebook)
El sonido que me espera fuera, el que saldré a buscar, y el silencio que roba los ruidos habituales a la mañana, dos caras de una misma moneda que alguien no volverá a lanzar al aire. Nunca más.”

Y mucha porno-pesia a la que también soy insensible:
siento su boca en mi sexo, y es un calor diferente al de antes, como si quisiera aprenderlo, saberlo milímetro a milímetro, hacerlo suyo y volver a dibujarlo a su antojo. Floto en agua tibia, por dentro hiervo. Yolanda en el sueño sigue y sigue, pero en su persistencia hay algo distinto del desesperado orgullo herido de Leticia, hay pasión, hambre, lujuria y urgencia, hay sed de mí y me dejo beber en espasmos, benditos los sueños que derriban murallas, bendita boca que bebe y bebe, que sigue bebiendo mientras me calmo poco a poco y paso del sueño luminoso de sus labios al otro sueño, el de la nada más dulce. Y desde el fondo de la nada, en el sueño, Yolanda pronuncia mi nombre.”


Conclusión
“Vamos, que a éste insignificante reseñero, cabroncete engreído, no le ha gustado.” Pensareis. Falso. Es verdad que me debato entre un estado boquiabierto de extenuada postración y cierto malestar puntilloso y, creo, que si alguien lo sujeta, o el mismo Salem se contiene un poco, puede hacer algo muy bueno. Tiene gracia, soltura, ambición y descaro, una querencia a cuadrar círculos muy prometedora. Es un me cago en el principio entrópico y me río de la segunda ley de la termodinámica: cuando ese “totus revolutus” parece que va a volar en pedazos, los acaricia entre sus manos y nos los deja en orden y equilibrio. La obra me ha divertido y desconcertado en partes iguales.
Hay autores que escriben una novela negra cuando lo que de verdad quieren escribir es simplemente una novela, y el resultado es un híbrido difícil de clasificar,  donde pasan cosas muy raras. Uno es Carlos Salem, otro Víctor del Árbol.
Estaremos al acecho. Un 8.

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