Traductor Regina López Muñoz
Páginas 256
Idioma Español
Publicación 2014 (2015)
Editorial Salamandra
El mejor final es el que te niegas a adivinar. Coincidirás,
mi imperturbable Enrique, que un Thriller
(policíaco, negro, espionaje o lo que sea) se lo juega todo en el final. Un mal
final puede hundir en la miseria una buena novela o redimir una mediocre. Me
imagino a uno de esos famosos y forrados autores sudando la gota gorda, con las
pelotas encogidas, en peliagudo trance de dar con un final glorioso, y me lo
paso pipa.
Hay finales sorprendentes, previsibles, improvisados,
arbitrarios, coherentes, incongruentes, chapuceros, interruptus (a saco), por
lo sano, con/sin “continuará”, lánguidos, etéreos, bruscos o interminables (con
epílogo 1, epílogo 2 y “cinco años después”), finales redondos, planos o
circulares que retrotraen al prólogo, finales de geometría variable no
euclidiana (que te quedas ¿?????). En fin, mi impávido Enrique, no acabaríamos
nunca con la tipología de los finales. Una lista sin fin de los finales de los
cojones, como la doble hélice esa de ADN, ácido desoxinosequé, que desplegada
mide 4,5 metros,
pero que está tan superenrollada y apretadita que no la ves ni con microscopio.
A lo que voy, mi Enrique El Impertérrito, es que a mí, el final que me
da temblores, que me estremece y espeluzna, es el que me niego a adivinar.
No es el caso que nos ocupa, para nada, ni de lejos. Es que
me quería explayar con lo de los putos finales y te lo he endilgado. A que sí.
Si no te lo cuelo reviento. Joder, no pongas esa cara que pareces Enrique El
Osco.
La novelita ésta que te estoy contando…¿Cuál era? ¿Ah, si? “La costilla de Adán” del amigo Manzini,
puede que te siente bien y te relaje esa cara de esfinge egipcia que dios te ha
dado. Es simpática, confortable, circula tan bien que te la tragas y ni te
enteras. Si se lo contara a otro (que no fueras tú) le prometería sonrisas y
hasta alguna carcajada.
El subjefe Rocco Schiavone, el prota, es un tipo ocurrente,
decidido, osado, con un buen par, que si tiene que soltar dos hostias no se lo
piensa. Muy desenvuelto él, pero, como todo dios, tiene sus traumas. Se ve que
su esposa, Marina, murió en la novela anterior y el pobre anda con la
culpabilidad a cuestas. Hay una escena, muy a lo Fellini, en que unos
adolescentes se embelesan acechando a una joven y lozana madre que se refresca
en una fuente. No te creas, la cosa va de complicidad, la madre los mira y les sonríe
con picardía. Te gustará, amigo Enrique El Salido.
El tema es bastante cotidiano y un poco chungo: va de malos
tratos y eso; pero Manzini le pone una pizca de descaro con pimienta socarrona que
resulta refrescante. Una Donna Leon o un Camilleri más guasón. Un 8.
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